Columna publicada en el diario El País de Cali 02.12.2004
02.12.2004 Daño colateral
Después del terremoto de Popayán se dicto por primera
vez en el país una ley para reglamentar la sismo resistencia de las construcciones.
Actualizada varias veces, ha sido complementada recientemente con otra que
obliga en un plazo dado (ya casi vencido por supuesto) a evaluar la
vulnerabilidad sísmica de los edificios de mayor uso publico y a tomar las
medidas del caso. En Cali ya se reforzaron el aeropuerto y el terminal de buses
pero sin contar con sus proyectistas originales y ni siquiera considerar su
arquitectura, con el lamentable resultado de que quedaron como con el yeso
puesto. Es el daño colateral que están produciendo los terremotos en Colombia,
en donde la violencia del último medio siglo no es solo contra las personas
sino tambien contra los edificios y las ciudades.
En Cali faltan edificios claves como el Hospital
Universitario del Valle (1940-1956) de Guillermo Garrido Tovar, Vicente Caldas
y Hernando Vargas Rubiano, hoy Monumento Nacional y uno de los mas imponentes y
bellos de la ciudad pese a su tugurizacion progresiva en los últimos años.
Igualmente está Telecom, uno de los mas representativos de la arquitectura moderna,
en donde están peligrosamente centralizados todos los equipos de
telecomunicaciones del sur occidente del país, y tambien tugurizado. En la
medida en que estos edificios no pueden desocuparse para ser reforzados, dicho
refuerzo tiene necesariamente que hacerse por fuera comprometiendo su imagen,
sobre todo cuando su intervención termina en manos de profesionales sin la
suficiente cultura arquitectónica y conocimiento de la ciudad o, en últimas,
simplemente sin (buena) imaginación.
Otro
caso es el de monumentos de gran valor patrimonial como el Teatro Municipal
Enrique Buenaventura que, después de haber resistido incólume varios temblores
fuertes, tiene hoy su estabilidad comprometida por la torpeza con que se
concibió su lastimosa ampliación de hace unos años, la que puso en peligro la
torre de la tramoya y su cuerpo frontal. Para agravar las cosas se desperdicio
irresponsablemente la remodelación reciente de su foyer para haber dotado esta
parte de la construcción de un plano horizontal sismo resistente, indispensable
ahora debido a dicha ampliación. O como la casa de la hacienda de Cañasgordas a
la que la suspensión hace un tiempo de su última restauración la dejo
desprotegida de tal manera que con otro temblor fuerte como el pasado
sencillamente se puede derrumbar en nuestras narices.
Aunque
en nuestras escuelas de arquitectura se está haciendo conciencia al respecto,
aun no entendemos que proyectar construcciones sismorresistentes y
bioclimaticas nos permitirá hacer de nuevo edificios y ciudades para nuestras
circunstancias -lo fueron antes- y no a la imagen (falsa) de las “grandes
capitales del mundo” con que las malas vendedoras pretenden salir de mucha
vivienda mediocre como si los compradores fueran tontos o justamente por que
muchos lo son. No nos damos cuenta de las posibilidades de nuestro clima y
paisaje y no recordamos a Popayán y Armenia después de sus terremotos. De hecho
ya olvidamos como quedaron hace unos días los edificios altos del sur de la
ciudad. Quizás sea que no queremos enterarnos de cómo quedaría Cali después de
otro temblor similar y que adoramos el aire acondicionado y las “torres” aun
cuando sean solo de nombre.
Columna publicada en el diario El País de Cali 02.12.2004
Columna publicada en el diario El País de Cali 02.12.2004
28.10.2004 Rascainfiernos
Los hombres insisten en levantar torres de Babel.
Monumentos a su soberbia y estupidez. Negocios para desplumar incautos.
Rascacielos innecesariamente altos que de tanto en tanto se convierten en
verdaderos infiernos como paso hace años en Bogotá y en días pasados en
Caracas. Solo tres años después de la terrible destrucción transmitida a medio
mundo en vivo y en directo de las Torres Gemelas en Nueva York, prácticamente
todos los proyectos de rascacielos se reanudaron por todas partes (Time
2/8/2204). El mas alto será el Edificio Jin Mao, en Shanghai, de Skidmore,
Owings &Merril, SOM, de 421 metros y pronto a terminarse, lo mismo que la
Torre T&C en Kaoshiung, de 347 metros, la Torre II de Baiyoke en Bangkok,
de 320, y el Jubilee Street/Queens Road Central en Hong Kong, de 292 metros.
Como se ve, los chinos, como todos los nuevo ricos, quieren ser mas altos.
Incluso
el MoMA de Nueva York le dedico una exposición a este invento norteamericano
por excelencia, Tall Buildings, abierta hasta septiembre, en la que se
mostraban, con la curaduría de un conocido ingeniero estructural y de Terence
Riley, el curador jefe de diseño y arquitectura del museo, 25 modelos, algunos
de mas de cuatro metros de alto. Entre ellos estaban los proyectos de David
Childs, de SOM, para la Torre de la Libertad, que se lo quitaron a Daniel
Libeskind, y que “remplazará” a las Torres Gemelas; el de Renzo Piano para la
nueva sede del New York Times; el de Sir Norman Foster para firma Swis Re en
Londres; y los de Santiago Calatrava para Malmö, en Suecia, y para el bajo
Manhattan. Tambien estaba Arcos Bosques Corporativo, el nuevo y espantoso
rascacielos de Ciudad de México, de Teodoro Gonzáles de León, Francisco Serrano
y Carlos Tejada.
Pero
mientras todos estos rascacielos son de arquitectos de renombre internacional y
recurren a tecnologías avanzadas para ser cada vez mas resistentes, seguros y
ecoeficientes, en países como el nuestro nos contentamos con torrecitas de 17
pisos que penas alcanzan el purgatorio pero en cambio invaden los cielos que
son nuestros patios. Solo buscan exprimir lotes en donde había antes una sola casa
con jardines y patios, sin considerar para nada que la infraestructura de
servicios públicos y la de las calles que les dan acceso siga siendo la misma.
Que paguen el pato los tontos que sucumben a su supuesto prestigio y los
vecinos que se quedan sin andenes ni vías suficientes, sin brisas que
refresquen, ni vistas, teniendo que mirar en cambio sus culatas por que aquí ni
siquiera se les exige que sean exentos.
Pero
lo peor de todo son esos ridículos enanos de cuatro, seis u ocho pisos llenos
de mármoles, vidrio espejo y balaustres ordinarios pintados de blanco que
brotan en todos nuestros pueblos destruyendo irremediablemente su unidad y
belleza, y que deberían ser otra razón mas para que exijamos la legalización de
las drogas y evitarnos sus daños colaterales que son muchísimo peores que la
drogadicción que por supuesto debería tratarse como un problema de salud
publica. Enanos ridículos pues vale entre nosotros la afirmación que Don José
Ortega y Gasset hiciera para la Europa de hace 60 años, a las puertas del
fascismo: "Lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose
vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone
donde quiera”.
Columna publicada en el diario El País de Cali 28.10.2004
21.10.2004 Fernell Franco
La arquitectura moderna y la fotografía son
inseparables de la misma manera que la premoderna lo fue del dibujo. Los
arquitectos vemos primero los edificios en fotos y finalmente los visitamos
para volverlos a fotografiar. Los estudiamos mas como imágenes que como
volúmenes, espacios o ambientes. Las revistas, en las que nuestros estudiantes
y muchos profesores “conocen” la arquitectura de (solo) el mundo desarrollado,
apenas muestran fotografías descontextualizadas de los edificios (de moda)
cuyos planos no se analizan con cuidado. Sin acatar a Le Corbusier, que
recomendaba dibujarlas para mirarlas con atención, cuando visitamos las obras
paradigmáticas de la arquitectura mundial las fotografiamos sin verlas bien
pues generalmente somos malos fotógrafos que a diferencia de los buenos no
miramos antes de fotografiar.
La realidad es que las fotos de arquitectura son muy
difíciles pues edificios y ciudades se perciben con todos los sentidos y no
apenas con una mirada estática. Desde luego hay fotografías de arquitectura que
(aparentemente) son buenas pero casi siempre son de edificios malos que
producen buenas imágenes o el fotógrafo se las ingenia para crearlas. De ahí
que generalmente las fotografías de arquitectura sean malas, inclusive las de
los edificios buenos, pues aunque sean bonitas en si mismas, no pueden mostrar
del todo su calidad ambiental y espacial ni su entorno urbano o natural; y por
eso es que no hay fotos “malas” de edificios malos: solo son feas y por lo
tanto buenas. Pero, claro, a veces hay fotos buenas de edificios buenos: es el
caso de las de Fernell Franco.
Sus primeras fotografías de arquitectura son de
construcciones populares; pero son buenas fotos de arquitectura en la medida en
que muestran lo arquitectónico de esas casas, sus colores y composiciones.
Igual pasa con la serie muy conocida de las ornamentaciones de los monumentos
moderno historicistas de la ciudad, donde el encuadre y la coloración a mano
las distancian de lo que de pastiche tienen esos edificios (mal llamados
republicanos) permitiéndo aludir a los grandes estilos históricos que imitan.
En las de las casas de hacienda, tambien iluminadas, la presencia de elementos
comunes y actuales le ayuda a mostrar al tiempo su pasado y su presente, como
corresponde a la historia de la arquitectura que, como la del arte, se hace en
frente del hecho histórico mismo (Giulio Carlo Argan: La historia del arte como
historia de la ciudad).
Fernell Franco se piensa como un fotógrafo urbano y la
verdad es que tiene innumerables fotos de la ciudad: su gente, actividades y
patrimonio construido. Imágenes que son
lo único que queda en Cali de muchos de sus edificios mas representativos de la
primera mitad del siglo XX; y de la cicatriz que dejaron en el espacio urbano
después de su demolición con motivo de los VII Juegos Panamericanos. Tal vez
por eso no a hecho muchas fotos de arquitectura moderna, aparte de sus
insinuantes reflejos en pavimentos mojados. Sin embargo en su reciente
fotorreportaje a Rogelio Salmona intuitivamente destacó elementos importantes
de su arquitectura como las vistas a los cerros de Bogotá, la tectónica de sus
edificios, la presencia de la gente en ellos y hasta la importancia de su
ornamentación, detalle que los arquitectos que dicen admirarlos no suelen
fotografiar; ni dibujar.
Columna publicada en el diario El País de Cali 21.10.2004
Columna publicada en el diario El País de Cali 21.10.2004
30.09.2004 La arquitectura hoy
La gran arquitectura siempre ha estado al servicio de
las clases dominantes y del poder. Desde los sacerdotes y faraones egipcios
hasta los dictadores totalitarios de la primera mitad del siglo XX. Lo demás es
construcción vernácula o popular. Sin embargo, desde hace varias décadas,
coincidiendo con el llamado Movimiento Moderno, ese ideal del humanismo (del
que habla Carlos Jiménez en su columna de hace unos días sobre la novena
edición de la bienal de arquitectura de Venecia), se logró por fin al ponerla
tambien al servicio del hombre común, concretamente de su vivienda.
Lamentablemente la generalización trivial del que se denomino estilo
internacional, la volvió tambien un problema de modas, o en el mejor de los
casos de cuestionables vanguardias que ignoran las circunstancias y necesidades
de cada lugar.
Afortunadamente la conciencia de que con la
sobrepoblación, el pésimo uso de los recursos no renovables y toda clase de
contaminaciones estamos poniendo en peligro la vida misma en el planeta, nos
está llevando a todos a pensar de otra manera. El hecho es que en los países
industrializados los edificios, muchos diseñados por arquitectos, gastan en ser
calentados e iluminados en los meses de invierno mas de la mitad del total de
la energía que en estas naciones se consume, y que sus inodoros y orinales son
lavados con agua potable. Por eso se está generalizando rápidamente la búsqueda
de una arquitectura sostenible, y desde luego en nuestros climas tropicales
calidos o templados, en donde es tan fácil lograr edificios ecoeficientes, el
ignorarlo, como lamentablemente lo ignora la mayoría de nuestros arquitectos,
raya en lo criminal.
En
consecuencia hoy en día en el mundo se perfilan dos grandes corrientes
arquitectónicas: la que reclama el espectáculo, las publicaciones y las
bienales, como la de Venecia, mas preocupada por el arte, y la que se ocupa
tambien de la ecoeficiencia y la respuesta a las necesidades reales de cada
lugar ateniéndose a sus tradiciones y circunstancias, con sentido ético y no
solo estético. Y, en esta última, como dice el arquitecto Jorge Ramírez, solo
se ven dos salidas: los que buscan resolver los problemas mediante el uso de
tecnologías de punta y los que lo hacen recurriendo preferencialmente a la
optimización de las soluciones tradicionales, que suelen ser sostenibles, sin
caer en lo meramente folklórico o regresivo, y al uso de tecnologías apropiadas
pero solo cuando son imprescindibles.
Sin duda estas ultimas tendencias son en nuestro caso
lo pertinente. Sin embargo no podemos dejar de ver la arquitectura de estrellas
internacionales como Frank Gehry, Peter Eisemann o Rem Koolhaas, por mas
veleidosa que esta sea, pero hay que hacerlo críticamente. Y por supuesto
debemos mirar la arquitectura al servicio de los hombres de figuras internacionales,
por que tambien lo son, con Premio Prizker y todo, como James Stirling, Jorn
Utzon, Tadao Ando, Álvaro Siza o Glenn Murcutt. Ninguno de los cuales ha ido,
que se sepa, a la Bienal de Venecia pero en cambio todos han merecido la
Medalla de Oro Alvar Aalto, quien fue el primero en recibirla, dada solo nueve
veces por los arquitectos finlandeses y tal vez el premio internacional de
arquitectura mas serio que existe, y que el año pasado se otorgo, por primera
vez, a un latinoamericano: Rogelio Salmona.
02.09.2004 Medio siglo de bienales
Durante los últimos 42 años las Bienales colombianas
de arquitectura han jugado un importante papel en la evolución de la
arquitectura colombiana. Junto con la revista Proa, desafortunadamente ya
desaparecida, en las 19 bienales que se han realizado desde 1962 está buena
parte de la historia de la arquitectura moderna en Colombia. Es el evento mas
importante, divulgado y conocido del tema en el país, pero lo ha sido casi
exclusivamente en el ámbito de la profesión, sobre todo últimamente, ya que a
los medios y a la gente solo parece interesarles lo que tengan de escandaloso,
folclórico y hasta humanitario como paso con la última.
Alarma que lo que se muestra y premia en ellas, pese a
que la arquitectura es con el lenguaje lo que mas notoriamente identifica a una
nación, no sea del interés de políticos, intelectuales o periodistas. Las
ciudades y edificios no parecen tener entre nosotros un valor cultural, salvo
algunos de los coloniales, ni tener que ver con la identidad nacional. Así
ocurre, por ejemplo, en textos oficiales como Cultura en el TLC (Lecturas
Dominicales, El Tiempo 08/08/2004) de María Consuelo Araújo, Ministra de
Cultura. El hecho es que a la arquitectura, sobre todo a la actual, no se le da
la importancia que se le otorga a la literatura y a ciertas artes,
especialmente a la pintura.
Sin embargo, es evidente la importancia cultural de
muchos de los edificios premiados, mencionados o simplemente seleccionados.
Pero preocupa que las bienales han estado centradas en Bogotá o en los
arquitectos bogotanos o que han estudiado allá, y que cuando se hace su
historia, obras como la de Borrero, Zamorano y Giovanelli, Lago y Saenz o
Samuel García (todas estas en Cali), es como si no hubieran existido por la
simple razón de que fueron anteriores a su inicio. O hay casos como el de Simón
Vélez, ausente totalmente de ellas por la simple razón de que nunca ha querido
participar y no se ha hecho nada efectivo para que lo haga.
Curiosamente, pese a las importantes ausencias
anotadas, la presencia de Cali en las bienales ha sido permanente. No solo con
obras, que han obtenido además premios, sino con jurados y críticos. Y la
seccional del Valle del Cauca de la SCA fue la primera en instituir una exitosa
muestra regional, la cual va en su sexta edición. Pero preocupa que el papel de
la Escuela de Arquitectura de la Universidad del Valle, fundada mucho antes del
inicio de las bienales y una de las mas importantes del país, no haya sido mas
destacado, como sí lo ha sido el de otras facultades contemporáneas a ella,
como la de los Andes o la Nacional.
En las últimas bienales se puede ver la búsqueda de
algunos de una arquitectura propia pero lo que parece importarle a muchos es
que sea diferente a la de Rogelio Salmona (cuatro Premios Nacionales, un Premio
al Diseño Arquitectónico, el Premio a la Excelencia y dos Menciones de Honor),
y no se distingue entre la exploración seria de las tradiciones y la simple
especulación folclórica. La ecoeficiencia apenas se abre paso y el contexto,
urbano o rural, poco se considera. Antes de pasar de las bienales colombianas
de arquitectura a las de arquitectura colombiana habría que transformar lo que
hasta ahora ha sido un concurso en una muestra de la mejor arquitectura
reciente del país; y ocuparse de su correcta divulgación y socialización.
Columna publicada en el diario El País de Cali 02.09.2004
Columna publicada en el diario El País de Cali 02.09.2004
19.08.2004 La Bienal de Arquitectura
Los premios no escapan a la política. La Palma de Oro
fue otorgada en el último Festival de Canes al documental de Michael Moore,
cuyo carácter oportunista y panfletario es evidente. Su propósito, de acuerdo
con el mismo Moore, es impedir la reelección de Bush. Quentin Tarantino,
Presidente del Jurado, tuvo el cinismo (el mismo de sus estupendas películas)
de decirle que el premio nada tenia que ver con política y que su película era
la mejor, en lo que por supuesto no están de acuerdo muchos como el critico de
cine de Le Figaro o Jean Luc Godard que lo califica de un mal cineasta que no
distingue entre el discurso y la imagen (Liliane de Levy, El Pais 04/06/ 2004).
No hay duda de que el último Premio Pritzker, a Zaha
Hadid, tiene tambien motivos políticos. Como lo observa Felipe Hernández,
profesor de la universidad de Liverpool, está auspiciado por la fundación
estadounidense Hyatt por lo que comporta intereses corporativos y algún tipo de
"political correcness". No se había premiado ninguna mujer (y menos
nacida en Bagdad) y todos habían sido blancos del primer mundo por lo que no
sería raro que el próximo premiado sea un africano negro pues ya han premiado a
tres latinoamericanos. En otras palabras, concluye, el enorme éxito del Pritzker lo ha comprometido políticamente
(como le pasa a todos los premios, incluyendo el Nobel, con el que se lo
compara), y se pregunta con razón si la Bienal Colombiana de Arquitectura
(expuesta ahora en La Tertulia), no sufrirá de lo mismo.
Esta vez el Premio al Diseño Arquitectónico, Fernando
Martínez Sanabria, se le otorgo a la Casa del Pueblo y Biblioteca Pública en
Guanacas, Cauca, de Simón Hosie Samper pero en cambio no se dio ni siquiera una
mención a la casa Macana en Caucacia, de Juan Manuel Peláez, que apunta con mas
tino en la misma dirección; ni al edificio de Marco Rincón o a la oficina de
Felipe Cadavid, ambos en Cali y buenos ejemplos de respeto al entorno urbano,
ni a la capilla de Daniel Bonilla en Bogotá que tambien la merecía. Como hace
dos años, la escogencia fue política o, peor, demagógica. Se pasaron por alto
obras significativas para la arquitectura y las ciudades colombianas y de lejos
mejor diseñadas y construidas. Y hace cuatro lo que importaba era no darle por
sexta vez el Premio a Rogelio Salmona. En esta ni siquiera apareció en el libro
respectivo su biblioteca, la Virgilo Barco, en Bogotá, el mejor y mas revelador
edificio de los últimos años en el país, pues no fue inscrito, pese a que con
las bienales lo que se pretende, supuestamente, es difundir lo mejor de la
arquitectura nacional.
Cada vez hay mas edificios importantes en Colombia que
no se mandan a las bienales. La mayor parte de los jurados recientes carecen de
un trabajo crítico o teórico conocido, son celosos de sus colegas cercanos y ya
no visitan las obras que premian. Y hay una sorda lucha generacional. Como dijo
el historiador del arte Ernst Gombrich: "El impulso de diferenciarse puede
no ser el mayor y más profundo elemento en las dotes de un artista, pero
raramente suele faltar." Pulsión muy preocupante en la arquitectura pues
los edificios siempre pasan a formar parte de entornos urbanos o rurales que
son anteriores a ellos y en los que los monumentos a la vanidad no hacen si no
dañarlos. Es el gran pecado de los arquitectos. Y de las bienales.
Columna publicada en el diario El País de Cali 19.08.2004
Columna publicada en el diario El País de Cali 19.08.2004
05.08.2004 Nuestro norte esta al lado
En nuestra condición de culturalmente dependientes
solo miramos, con una prioridad que nos es impuesta, la arquitectura norteamericana,
europea y japonesa; la del mundo desarrollado. Y cuando nos ocupamos de lo
“nuestro” apenas vemos la del sur de Suramérica pese a que tenemos paisajes y
sobre todo climas muy diferentes. Pese a que compartimos tradiciones urbanas y
arquitectónicas con argentinos, chilenos y brasileros del sur, aquí vivimos es
en el trópico. Para peor de males solo vemos de las estrellas internacionales
sus imágenes en revistas españolas, que nos muestran solo lo que les interesa a
ellos en su asenso hacia el mundo desarrollado. A pesar de que hay buenas
publicaciones en algunos de los países con los que, al este y el oeste,
compartimos geografías, historias y circunstancias, nos son desconocidas.
Arquitectos como Hassan Fathy en Egipto, Sir Geoffrey
Bawa en Sri Lanka, Charles Correa y Raj Rewal en la India, Sedad Eldem en
Turquía y otros en Marruecos, Egipto y Corea, Singapore, Indonesia son
ignorados. Y por supuesto a Carlos Raúl Villanueva, Jesús Tenreiro o Gorka
Dorronsoro en Venezuela, Álvaro Malo o Luis y Diego Oleas en Ecuador, Juvenal
Baracco en Perú, Luis Barragán o Carlos Mijares en México, Bruno Stagno en
Costa Rica o Luiz Paulo Conde en Brasil no les damos la importancia que
deberían tener para nosotros. No buscamos variaciones pertinentes a nuestras circunstancias;
solo seguimos las formas del mundo desarrollado, acostumbrados a que casi todo
viene de afuera. Productos de la transculturación, difícilmente la entendemos.
Somos provincianos al tratar de evitarlo.
Deberíamos mirar mas las arquitecturas con las que
compartimos tradiciones, climas y paisajes, construir una teoría a partir de
nuestras circunstancias, incluyendo (que remedio) las influencias que nos
llegan y eliminar lo superfluo. Nuestro trópico no es solo el de selvas y
calor; las diferentes alturas sobre el nivel del mar producen aquí climas mas
templados e incluso fríos pero que, a diferencia de los de países con
estaciones, permanecen con muy pocas variaciones a lo largo del año. Sin
embargo no nos interesan nuestros problemas ni sus soluciones: nos contentamos
con imitar formas ajenas. Despreciamos la arquitectura tradicional
–generalmente maravillosa- del mundo subdesarrollado pese a que compartimos con
ella antiquísimas costumbre, usos, climas, paisajes, problemas y recursos.
Desde luego estas inquietudes surgen de tanto en tanto
en las bienales y concursos pero se aceptan de manera insegura, mientras que la
gente común cae en lo meramente folclórico, lo que es peor. De otro lado,
recientemente se fomenta y publicita una supuesta arquitectura “joven” que
sigue las modas internacionales pero cuyos resultados no se critican pese a que
la mayor parte de las veces sus edificios pronto terminan siendo lamentables
con el paso de las modas. Entre líneas se la propone como una alternativa a la
muy pertinente arquitectura de Rogelio Salmona, imitando la pedantería y
oportunismo de muchos arquitectos latinoamericanos que han escogido como norte
el norte; o el cono sur, pero solo cuando su obsesión antiestaudinense los
lleva a buscar una latinoamericanidad que en arquitectura no existe. De
nuestras comunes lengua, religión y arquitectura de las que hablaba Fernando
Chueca Goitia solo persisten las dos primeras.
Columna publicada en el diario El País de Cali 05.08.2004
29.07.2004 Ambientes, espacios y volúmenes
En las escuelas de arquitectura los profesores y
alumnos se ocupan principalmente del volumen de los edificios mas que de sus
espacios y menos aun de sus ambientes. Las imágenes que se muestran en las
clases de historia o se ven en las revistas son la mayoría de las veces de
volúmenes y casi nunca de espacios y, desde luego, los ambientes son muy
difíciles de fotografiar. Las maquetas invariablemente se miran como objetos
volumétricos y apenas quedan los planos, que son un abstracción de dos
dimensiones para representar volúmenes y espacios que en arquitectura no tienen
solo tres dimensiones sino que se recorren en el tiempo y cambian con el paso
del día y las estaciones. Rara vez se mencionan los materiales propuestos: su
forma, color, matiz y textura, ni su despiese. Y casi nunca los ambientes.
Las fachadas, que son las que limitan los espacios
exteriores de los edificios, y que conforman nada menos que la ciudad, se
dibujan como si todos sus componentes estuvieran en un solo plano, y no se
miran en perspectiva que es como siempre se ven las calles. Las elevaciones,
por su parte, no se relacionan unas con otras ni con los pisos y cielos, pese a
que son los que conforman los espacios interiores de los edificios. Claro,
ahora se hacen perspectivas de computador, pero suelen ser tan mentirosas como
las dibujadas a mano antes: buscan ser bonitas en si mismas y no apenas
representar el edificio. Y aunque fueran muy realistas solo se pueden apreciar
con los ojos, al contrario de los edificios que se los habita tambien con el
oído e incluso el olfato, y con el observador casi siempre en movimiento o al
menos su mirada.
De ahí la dificultad de proyectar espacios y no solo
volúmenes. Pero ni se diga de la imposibilidad de representar en planos un
ambiente arquitectónico. ¿Cómo dibujar la resonancia de un recinto, o su
penumbra o la brisa que pasa? ¿Qué de los muebles y objetos diversos que lo
llenan? ¿Qué de las personas que lo ocupan? Muy difícil dibujar transparencias
y reflejos, al paso del sol, en la lluvia o el viento, o el agua que murmura y
da frescura y placidez. Sensaciones, evocaciones, encantos, embrujos y asombros
que, reclamaba Luis Barragán, ya poco se oyen cuando se habla de arquitectura.
Porque es que la única manera de describir un ambiente arquitectónico es
narrándolo. Y en las escuelas de arquitectura poco se lee y nada se escribe;
apenas se miran dibujos y maquetas volumétricas de anteproyectos de edificios
que se los califica a partir del gusto.
El resultado fatal de todo esto se ve cada vez mas en
todas nuestras ciudades. Edificios “nuevos” cuyos volúmenes son flor de un día
y que rápidamente pasan a dañar las calles –casi siempre “viejas”- que no
tuvieron en cuenta. Y cuyos espacios interiores la mayoría de las veces
simplemente desconocemos para no hablar de sus ambientes. La arquitectura
actual se ha vuelto entre nosotros un problema de las imágenes de los volúmenes
y no tambien y sobre todo de sus espacios y ambientes. Así se califican los
proyectos de los alumnos y se premian concursos y bienales pues las memorias no
las lee nadie y solo se exigen unas cuantas fotos o perspectivas; eso sí, la
“presentación” es lo que mas cuenta: como si se tratara de diseño grafico y no
de representaciones para leer la arquitectura que se propone mediante ellos.
Columna publicada en el diario El País de Cali 29.07.2004
Columna publicada en el diario El País de Cali 29.07.2004
22.07.2004 Las ciudades siempre son viejas
Los vestidos siempre son nuevos. Cambian con las
estaciones, las horas del día o la pompa y circunstancias; terminan por quedar
pronto dañados y se regalan o votan, y solo algunos pocos van a parar a los
museos en donde se los conserva solo para ser vistos. Lo mismo pasa con los
muebles -o los carros, aviones o barcos-, que aunque duran muchísimo mas,
tienen mas o menos el mismo destino. O incluso los edificios, pues apenas los
que se convierten en museos de si mismos siguen siendo mas o menos como fueron,
ya que la mayoría se adaptan a nuevas exigencias o simbologías o se demuelen.
Las ciudades, por lo contrario -y no solo las que ya están en ruinas-, siempre
son viejas. Pero ni siquiera Venecia es solo museo de si misma pese a que como
dice el poeta Joseph Brodsky sea la mayor obra de arte que ha producido
nuestra especie.
Las ciudades “nuevas” duran años en ser construidas de
manera que sus primeros edificios y espacios urbanos ya son viejos cuando aun
no se han comenzado los últimos. Es el caso de Brasilia, Chandigarh o Camberra,
ahora, o de Monpazier y Mirande, en la Edad Media, o Santa Fe, que levantaron
los reyes Católicos al pie de Granada, o de Palmanova, en el Renacimiento, si
se quiere. Es que, además, las ciudades
están siempre en permanente construcción o demolición, dependiendo de las
circunstancias políticas, económicas, sociales, culturales o técnicas, y,
generalmente, al mismo tiempo. Por eso en ellas siempre hay edificios nuevos,
incluso sectores nuevos, pero siempre están rodeados de contextos urbanos,
inmediatos o lejanos, que ya son viejos; y que constituyen invariablemente la
mayoría de lo construido.
Por eso los edificios, que solo son nuevos cuando se
levantan, siempre se suman a las preexistencias urbanas y arquitectónicas
conformando mas ciudad vieja, y no una nueva ciudad. Hecho urbano mucho mas
importante que el ser simplemente objetos grandes (que desde luego no solo
son). Por eso los mejores, cuando no se trata de verdaderos monumentos (que
suelen ser otra cosa además de edificios), son los que parece que siempre
hubieran estado allí, en medio de los que ya existían. Los que una vez
terminados parecen “viejos” y no “nuevos”;
o, mejor, que tienen algo de viejos y no solamente mucho de nuevos.
Complementan lo preexistente en lugar de tratar de reemplazarlo. En la
arquitectura si que se cumple la advertencia de Oscar Wilde: "Nada es tan
peligroso como ser demasiado moderno. Queda uno expuesto a pasar de moda de
repente."
Pero este hecho, fácilmente comprobable, es aun ignorado
con peligrosa frecuencia en muchas de nuestras escuelas de arquitectura. En
ellas el contexto de los proyectos académicos que hacen los estudiantes es
apenas el blanco de la hoja de sus dibujos, en los que es difícil que
representen los edificios colindantes. Lamentablemente todavía se enseña a
proyectar edificios de la misma manera en que se diseñan objetos: sin contexto
ni vecinos, sin muebles ni clientes, sin climas ni paisajes; sin tradiciones.
Sin ciudad. En eso consistió la tribialización de la arquitectura moderna en
las nuestras: hacer lo nuevo como si fuera a reemplazar rápida y totalmente lo
viejo. Pero aunque fue mucho lo que se destruyo no fue posible acabar con
ellas, con el resultado de que mas parecen ciudades viejas semidestruidas que nuevas
en construcción.
Columna publicada en el diario El País de Cali 22.07.2004
Columna publicada en el diario El País de Cali 22.07.2004
15.07.2004 Los edificios y sus circunstancias
La buena arquitectura siempre ha sido el arte y la
técnica de hacer que los edificios no solo se adecuen a sus circunstancias sino
que lo expresen poéticamente. Que respondan con belleza al clima, paisaje y
tradiciones de los lugares en los que se implantan. Que se ajusten
estéticamente a los recursos existentes, los usos para los que se proyectan y
las expectativas, costumbres y modo de vida de sus usuarios. En esta época
deberían además ser sugestivamente ecoeficientes. Y reciclables pues todos
duran muchos mas años que los conmitantes que los solicitaron y las circunstancias
en las que se construyeron. Sus usuarios cambian ahora ineludiblemente y
esperan de ellos nuevas posibilidades y emociones. Su arquitectura con
frecuencia vuelve y juega. Solo algunos monumentos son pura poesía.
Los
edificios deben manifestar un sentimiento hondo y perdurable de la belleza
arquitectónica que plantean, la cual esta determinada por el contexto urbano
que los rodea o el paisaje natural que los circunda. Nunca existen solos y con
frecuencia deben ceder su protagonismo a los edificios o espacios urbanos
preexistentes. En las ciudades siempre están en medio de otros a los que no
solo deben respetar sino complementar para mejorar los ambientes urbanos que
inevitablemente conforman. Pero la belleza arquitectónica es abstracta. Aunque la
arquitectura puede imitar a la naturaleza no la puede representar. Como el
arte, es histórica: para proponer novedades verdaderas –y no meros gestos de
moda- toca partir de los edificios que nos anteceden. En arquitectura es escaso
lo que se inventa y mucho lo que se reinterpreta.
Los edificios no solo deben responder al clima y
hacerlo bellamente, si no que hoy deben hacerlo con mayor eficiencia que nunca
pues no podemos seguir gastando irresponsablemente energía en su climatización
e iluminación, y además su adecuación al clima puede ser la mejor “disculpa”
para proponer nuevas formas o de manera novedosa viejas formas, o ambas cosas
al tiempo, que conduzcan a experiencias estéticas inéditas. Cuando están
emplazados en el campo deben calificar el paisaje natural ya sea “ocultándose”
para resaltar su belleza o “imponiéndose” para crear una nueva. Pero en las
ciudades deben pasar a ser parte de las tradiciones edilicias, arquitectónicas
y urbanas de los lugares en los que están; deben ser de allí y no de otra
parte. Incluso los monumentos son parte de ciudades que siempre son viejas,
pero tambien parte de su futura vejes.
Además
los edificios deben ser reciclables no solo en su distribución e instalaciones,
si no en sus formas. Ninguno se conserva exactamente como fue, no solo por que
con el paso del tiempo necesariamente cambian si no por que sus contextos están
inevitablemente en evolución. De ahí que los solo restaurados con purismo
resulten tan sosos y paradójicamente se vean incluso falsos. Mientras que los
nuevos que no quieren ser vistos viejos rápidamente se tornan no solo viejos si
no tambien feos. Como los hombres que los habitan, los edificios deben poder
cambiar porque sus circunstancias lo hacen. Es su sino, dice Rafael Moneo, el
gran arquitecto español y premio Pritzker; premio que este año se otorgo a Zaha
Hadid tal vez por la circunstancia de que nació en Bagdad, pese a que sus
edificios, que son como de cualquier parte, difícilmente podrán cambiar.
Columna publicada en el diario El País de Cali 15.07.2004
08.07.2004 Arquitectura y Lugar
Inseparables durante milenios, ya escasamente tienen
que ver una con el otro. Los lugares son cada vez mas parecidos entre ellos
mientras los edificios se vuelven cada vez mas simples objetos, como lo son
carros y aviones. Los suburbios del tercer mundo occidental son cada vez mas
semejantes; de México a Buenos Aires, de La Habana a El Cairo. El mismo
desorden y mugre, los mismos “cables de la luz”, la misma proliferación de
postes, la misma invasión de carros viejos y hasta los mismos colores amarillos
que anuncian las mismas ferreterías. El mismo kitsch de la arquitectura popular, que es la que se
ve pues la de los arquitectos solo la vemos los demás arquitectos de vez en
cuando en nuestras escasas revistas de arquitectura, y casi siempre son solo
versiones desafortunadas de las modas internacionales.
Sin embargo el problema sigue siendo el de siempre
pues como lo expresaban los antiguos mayas: “De varias clases se hacen los
edificios, los hay en los que sólo puede vivir el espíritu de dios que habita
en lo mas alto y su casa es como una montaña sagrada. Los hay que son como panales y tienen muchos
cuartos alrededor de un patio, y en ellos viven los señores en aposentos de
piedra. Los hay que tienen paredes de piedra pero sus techos son como los del
bosque, hechos de ramas y hojas, y en ellos viven los que sirven a los señores.
Pero como las casas de la gente común, todos ellos son a semejanza de la morada
que primero hicieron nuestros antepasados, con sus paredes cerradas y su techo
inclinado para librarnos de la lluvia y a su forma se hacen las casas de
piedra.”
Pero
las soluciones ahora ya no son las de siempre. Son muchísimas menos y casi
siempre extrañas a la historia y geografía de cada lugar. Nosotros, por
ejemplo, que tenemos sin saberlo no pocas tradiciones urbanas, arquitectónicas
y de forma de vida de origen hispanomusulmán, nos olvidamos, con los ojos
puestos en Miami (los clientes) y en Barcelona (los jóvenes arquitectos), de
asegurar la privacidad en nuestras viviendas. Ignoramos el mandato de los
versículos 4 y 5, del capitulo XLIX de El Corán, que ilustran claramente el
sentimiento que muchos aun tenemos en estas tierras. Conocidos como “El
Santuario”, dicen así: “El interior de tu casa es un santuario: los que lo
violen llamándote cuando estás en él, faltan al respeto que deben al intérprete
del cielo. Deben esperar a que salgas de allí: la decencia lo exige.”
Los
cerca de 35.000 arquitectos que hay en el país, en lugar de ver (solamente)
tanta revista española de arquitectura, deberíamos buscar critica y colectiva
soluciones para nuestras diferentes regiones. Soluciones que consideren los
asuntos mas importantes de la profesión actualmente, como son la preeminencia
urbana y la versatilidad, reciclaje, ecoeficiencia y seguridad de los
edificios, y las tendencias estéticas en el país y el mundo que den cabida a
las búsquedas generacionales de cambio e innovación. Pero solo en la medida en
que sean pertinentes a nuestra geografía (clima, topografía, suelos y
paisajes), tengan en cuenta nuestra historia (tradiciones urbanas,
arquitectónicas y constructivas) y nuestro comportamiento social (gusto,
expectativas y manera de vivir). Y bajo la premisa de que la arquitectura debe
atenerse a las normas, y ser construible y habitable; pero grata y emocionante.
Columna publicada en el diario El País de Cali 08.07.2004
27.05.2004 Arquitectura fusión
Se impone la cocina de autor y la comida “fusion”.
Dieguito El Cigala, gitano andaluz, con pocos años, pero con toda la antigüedad
del cante jondo, canta boleros y música brasilera (y hasta tangos podría)
acompañado al piano por el afro cubano Bebo Valdés, cada vez mas joven a sus
ochenta y pico de años; y no son lagrimas negras si no de felicidad. José Ramón
Moreno tiene una cátedra de arquitectura hispanoamericana en Sevilla, Felipe
Hernández dirigió la que llamó “Transcultural Architecture” en la prestigiosa
escuela Bartlett del Reino Unido y en la del Valle se estudia la islámica.
Deberíamos hablar de arquitectura fusión. La que junta
sonriendo pero con pudor lo viejo con lo nuevo, lo de aquí con lo de allá y lo
de mas allá, lo bello con lo práctico y lo ecoeficiente; que sonríe al clima,
paisaje y tradiciones y recibe complacida los cambios, que además espera, y los
pecados de mal gusto de los que la habitan. Que tiene humor pero tambien enorme
poder de conmover. Que recupera el arte de componer espacios para lograr
ambientes que lleven a la sonrisa y la emoción por siglos y no simplemente
volúmenes instantáneos supuestamente interesantes para concursar y publicar.
Que se toma en serio la realidad y no las revistas.
Es la de los arquitectos que sonríen. Desde Himhotep,
que sobrepuso escalonadamente mastabas en Sakkara para que el Rey Zoser pudiera
seguir vivo y que sonríe, como todos los antiguos egipcios, del faraón para
abajo, según se ve en los innumerables
monumentos que sonríen en los
museos de todo el mundo. Y los arquitectos de Urnammu que remodelaron el
zigurat y el recinto de Ur. Y los que trazaron la catenaria de la Puerta del
Rey en el Gran Castillo Hitita de Hattusas, su capital. Y los que levantaron el
Palacio de Ctesiphon. Y desde luego los desconocidos arquitectos del
conocidísimo Erectión. ¿Sonrió Vitruvio? ¿Y los arquitectos del Panteón o Santa
Sofía? Pero sí que sonrieron los que le construyeron su maravillosa villa a
Adriano, y Barma y Posnik que levantaron San Basilo en la Plaza Roja para el
terrible Ivan IV. Y los muchos que llenaron Europa de románico y el abate Suger
cuando inventó el gótico en Saint-Denis. Y el renacimiento todo y todo el
barroco, o casi. Y los alarifes enamorados de la Alhambra y los que trajeron al
Nuevo Mundo su maravillosa arquitectura de patios con agua que se miran desde
altos corredores y salas en penumbra. Y en el siglo ya pasado sonreían Alvar
Aalto, wisky en mano, y eventualmente Le Corbusier, y Louis Khan, como no, y
aun se escucha la carcajada de Robert Venturi, pero tambien la risa orgullosa
de Frank Lloyd Wrigth (tan adusto en las fotos) si viera a los que hoy tratan
de parecer “originales”. Sonrieron Carlos Raúl Villanueva, Vilanova Artigas,
Juvenal Baracco y hasta Bruno Stagno en Costa Rica. Luis Barragán rezó, sonrió
y gano el Prizker .
El último en morir de los arquitectos que sonríen fue
Sir Geoffrey Bawa, dejándonos todo un bello legado de ética y estética. Lo
deberíamos estudiar en lugar de engolosinarnos con la arquitectura dibujada de
Zaha Hadid, pues con la escasísima construida no queda mas remedio que
preguntarse para que sirven los premios como el que le dieron, que mas parece
político y oportunista que otra cosa, a diferencia de los anteriores a Glen
Murcutt, Jorn Utzon y Oscar Niemeyer, que sí que siguen sonriendo; como Frank
Gehry en Panamá. En fin, los mejores edificios de Rogelio Salmona son los mas
alegres.
Columna publicada en el diario El País de Cali 27.05.2004
Columna publicada en el diario El País de Cali 27.05.2004
29.04.2004 La FAI de la UV
Poco a poco la Facultad de Artes Integradas, junto con
la de Humanidades, está haciendo el indispensable contrapeso académico a las de
Ciencias, Salud e Ingenierías para que la del Valle siga siendo una verdadera
universidad y de las mas importantes del país. No solo así lo requiere el
Ministerio de Educación si no las mismas profesiones, artes y oficios que en
ella están en proceso de integración. La arquitectura, aunque no solo es arte,
como lo advierte el arquitecto Rogelio Salmona, tiene mucho que ver con el
diseño, el dibujo, la pintura, la escultura, la fotografía y el cine (y sus
manifestaciones actuales), de manera similar a la comunicación social. Y desde
luego la música, la opera, el teatro y la danza siempre han tenido que ver con
las artes plásticas, incluyendo la arquitectura.
Ojala
su nuevo decano sea escogido por sus profesores entre los que desde el
principio apoyaron y creyeron en este proyecto y no entre los que estuvieron en
contra o, peor aun, los que nunca han tenido nada que decir al respecto. Un
decano que propicie la integración intelectual y académica de sus diferentes
escuelas y departamentos y que sepa llevar al Concejo Académico su sentir.
Asunto de la mayor importancia en esta ciudad tan carente hoy de arte en comparación
con la de hace medio siglo. La de los verdaderos festivales de arte y del viejo
Tec, reducido hoy a contentarse con ver el nombre de Enrique Buenaventura
agregado al del Teatro Municipal pese a que fue como una alternativa a sus
espectáculos convencionales que se fundo en ese entonces el Teatro Experimental
de Cali.
Un
decano que sepa alimentar y llevar una sana polémica alrededor de la
importancia de las artes en la universidad, apoyándose en la revista de la Facultad, Entreartes,
finalmente una realidad, y que ayude a que la del Valle avance hacia una
institución menos profecionalizante y aun mas investigativa de lo que ya es
hoy. De otro lado es a través del urbanismo, la arquitectura, la comunicación
social y las artes que la del Valle puede influir decididamente en la ciudad.
La FAI, pues, necesita un líder reconocido al menos en el medio local y lo mas
conocedor de las posibilidades de la academia y los problemas de Cali en tanto
que artefacto. Precisamente, la ciudad debería ser el objetivo final de una
Facultad como la de Artes Integradas; al fin y al cabo es, con el leguaje, la
mayor creación del hombre, como dice Lewis Mumford.
Es
imperativo concluir su edificio, diseñado por el arquitecto Mauricio Pinilla,
escogido en un concurso internacional, para que sus estudiantes y profesores
puedan tener un encuentro permanente y significativo en su “hall de pasos
perdidos”, concebido como el alma de su sede. Su implantación enfrente al de
Ciencias, entre la Administración Central y la Biblioteca (en su mejor momento
gracias a Carlos Esteban Mejia, su actual director), deja en claro el propósito
que impulso el traslado de la antigua Facultad de Arquitectura a la sede de
Meléndez y su integración a la FAI en carácter de Escuela. Terminarlo seria la
demostración final de que la Universidad del Valle ya supero la crisis
financiera de hace unos años (la que irresponsablemente algunos medios aun
achacan a los jubilados), y se encamina nuevamente a desempeñar a fondo el
papel que sus fundadores le encomendaron en beneficio de la región.
Columna publicada en el diario El País de Cali 29.04.2004
Columna publicada en el diario El País de Cali 29.04.2004
29.04.2004 La FAI de la UV
Poco a poco la Facultad de Artes Integradas, junto con
la de Humanidades, está haciendo el indispensable contrapeso académico a las de
Ciencias, Salud e Ingenierías para que la del Valle siga siendo una verdadera
universidad y de las mas importantes del país. No solo así lo requiere el
Ministerio de Educación si no las mismas profesiones, artes y oficios que en
ella están en proceso de integración. La arquitectura, aunque no solo es arte,
como lo advierte el arquitecto Rogelio Salmona, tiene mucho que ver con el
diseño, el dibujo, la pintura, la escultura, la fotografía y el cine (y sus
manifestaciones actuales), de manera similar a la comunicación social. Y desde
luego la música, la opera, el teatro y la danza siempre han tenido que ver con
las artes plásticas, incluyendo la arquitectura.
Ojala
su nuevo decano sea escogido por sus profesores entre los que desde el
principio apoyaron y creyeron en este proyecto y no entre los que estuvieron en
contra o, peor aun, los que nunca han tenido nada que decir al respecto. Un
decano que propicie la integración intelectual y académica de sus diferentes
escuelas y departamentos y que sepa llevar al Concejo Académico su sentir.
Asunto de la mayor importancia en esta ciudad tan carente hoy de arte en comparación
con la de hace medio siglo. La de los verdaderos festivales de arte y del viejo
Tec, reducido hoy a contentarse con ver el nombre de Enrique Buenaventura
agregado al del Teatro Municipal pese a que fue como una alternativa a sus
espectáculos convencionales que se fundo en ese entonces el Teatro Experimental
de Cali.
Un
decano que sepa alimentar y llevar una sana polémica alrededor de la
importancia de las artes en la universidad, apoyándose en la revista de la Facultad, Entreartes,
finalmente una realidad, y que ayude a que la del Valle avance hacia una
institución menos profecionalizante y aun mas investigativa de lo que ya es
hoy. De otro lado es a través del urbanismo, la arquitectura, la comunicación
social y las artes que la del Valle puede influir decididamente en la ciudad.
La FAI, pues, necesita un líder reconocido al menos en el medio local y lo mas
conocedor de las posibilidades de la academia y los problemas de Cali en tanto
que artefacto. Precisamente, la ciudad debería ser el objetivo final de una
Facultad como la de Artes Integradas; al fin y al cabo es, con el leguaje, la
mayor creación del hombre, como dice Lewis Mumford.
Es
imperativo concluir su edificio, diseñado por el arquitecto Mauricio Pinilla,
escogido en un concurso internacional, para que sus estudiantes y profesores
puedan tener un encuentro permanente y significativo en su “hall de pasos
perdidos”, concebido como el alma de su sede. Su implantación enfrente al de
Ciencias, entre la Administración Central y la Biblioteca (en su mejor momento
gracias a Carlos Esteban Mejia, su actual director), deja en claro el propósito
que impulso el traslado de la antigua Facultad de Arquitectura a la sede de
Meléndez y su integración a la FAI en carácter de Escuela. Terminarlo seria la
demostración final de que la Universidad del Valle ya supero la crisis
financiera de hace unos años (la que irresponsablemente algunos medios aun
achacan a los jubilados), y se encamina nuevamente a desempeñar a fondo el
papel que sus fundadores le encomendaron en beneficio de la región.
Columna publicada en el diario El País de Cali 29.04.2004
Columna publicada en el diario El País de Cali 29.04.2004
08.04.2004 La arquitectura de los museos
Como escribió Carlos Jiménez hace un tiempo en su
columna de El Pais, el Gugenheim se ha convertido en el primer museo
multinacional de la historia. “Nos hemos dado cuenta que el principal activo de
nuestro museo, tanto o mas importante que su colección, es el edificio diseñado
por Wright, y en consecuencia queremos que en adelante todas nuestras nuevas
sedes las diseñen los mejores arquitectos del mundo”, a dicho Thomas Krens su
director. Después del éxito del nuevo Guggenheim de Bilbao, de Frank Gehry, le
encargo otro a Hans Hollein para Salzburgo y se dedico a negociar con Tokio,
Río de Janeiro y Nueva York nuevas sedes."Si la arquitectura es tan buena
como en Bilbao, que se joda el arte" remató Philip Johnson, el niño
terrible de la arquitectura norteamericana (A&V Nº 84).
El choque entre la arquitectura y lo expuesto en los
nuevos museos es ya viejo. Lewis Mumford lo dijo del Guggenheim de Nueva York,
de 1959. "Este edificio, por derecho propio, es arte abstracto, no
tradicionalista, no representativo, no histórico; en verdad, no se limita a
coincidir con lo que contiene, sino que lo reemplaza. Se puede ir a este
edificio para ver obras de Kandinsky o de Jackson Pollock, pero uno se queda en
él para ver a Frank LLoyd Wright." Muchos museos son hoy más conocidos por
sus sedes que por sus colecciones. A Bilbao se va por el edificio y no por las
esculturas de Richard Serra. Además, como escribió Marta Traba hace años, en
ellos “se pasa el día, o la vida, entre diversos placeres que van desde mirar
las obras expuestas hasta dormir en la reconfortante oscuridad de las salas de
cine, pasar de una cafetería a otra, leer libros o telefonear a los
amigos" (Arte en Colombia Nº 20).
Los museos actuales plantean con frecuencia unas
formas cada vez mas arbitrarías versus unas funcionalidades que se complican
innecesariamente. En consecuencia, muchos curadores creen que deben
"desaparecer" sus espacios, como pasó precisamente con el de Wright,
hace un par de años pintado de negro para una exposición de arte brasilero como
si lo que contara fuera solo su llamativo exterior. Se llevó a todo el edificio
el recurso de las salas en penumbra, originadas para proteger ciertos trabajos
de la luz solar, para destacar lo expuesto aislándolo de cualquier contexto. Y
algunos directores, al contrarío de Krens, solo quieren
"contenedores" anodinos en donde puedan mostrar cuadros, esculturas o
instalaciones sin competir con edificios que por su tamaño “no pueden evitar
decir algo con su sola presencia” como bien lo vio Mumford.
Pero
forma y función no tienen que ser fatalmente antagónicas si además hay una
pertinente construcción y una correcta implantación urbana. Como en el Withney
en Nueva York de Marcel Breuer, de 1967, discreto en sus funcionales salas pero
atractivo y simbólico en su volumen, entrada y cafetería, tan individualizado
en la ciudad y tan bien puesto en la calle. O el Kimbell de Luis Kahn, en Fort Worth,
de 1972, considerado por muchos el mejor del siglo XX, cuya arquitectura no
compite con lo expuesto. Y aquí mismo en Cali en la discreta pero elegante sala
subterránea de La Tertulia, de Manuel Lago, de 1971; lo que lamentablemente no
se puede decir de su última ampliación del museo, ni de su metástasis en la
nueva sede del Museo de Historia Natural, recientemente inaugurada.
Columna publicada en el diario El País de Cali 08.04.2004
01.04.2004 Anónimos
Usualmente nuestros periódicos y revistas dan a
conocer los autores de las obras de arte, literatura, teatro, danza, opera,
música o cine de las que –afortunadamente- hablan con frecuencia. Incluso hay
secciones especializadas. Nunca fallan en informarnos quien es el modisto,
maquillador y peluquero de cada una de las muchas reinas que tenemos; como si
fueran futbolistas o pilotos de Formula 1. Sin embargo poco se ocupan de la
arquitectura y las ciudades y casi nunca de los arquitectos de los edificios
cuyas fotografías muestran de vez en cuando. A veces mencionan los
constructores, al fin y al cabo pautan, y por supuesto siempre destacan a los
conmitantes, que ponen el dinero. Y últimamente han aparecido algunos artículos
dedicados a los jóvenes arquitectos del país pero mas parecen autopromociones
que otra cosa.
Es cierto que la Sociedad Colombiana de Arquitectos le
hace alguna difusión a sus Bienales de Arquitectura Colombiana, en especial en
Bogotá, principalmente mediante un libro, pero este apenas recoge los trabajos
seleccionados de entre los que los arquitectos han querido mandar, y ni
siquiera circula entre todos ellos. El resto del tiempo es poco lo que hace
para dar a conocer nuestra labor profesional al público no especializado, ni
cuenta con una publicación periódica. Ni siquiera hace cumplir entre sus
afiliados la norma existente en algunas ciudades que obliga a poner en las
obras el nombre y matricula de los arquitectos responsables de su diseño. Todo
este anonimato generalizado lleva a que nuestra opinión y trabajo no sean
tenidos en cuenta casi nunca pues ni siquiera son conocidos ampliamente.
Desde luego que los primeros responsables de este
despropósito somos los arquitectos y nuestra organización profesional, a la que
muchos pertenecen mas por inercia que por espíritu gremial. Casi todos se
comportan anónimamente como los artistas que solo a veces deberíamos ser, con
todo y los caprichos propios de ellos, pero evaden la responsabilidad ética de
ser los autores de esos edificios que como dijo Lewis Mumford no pueden evitar
decir algo con su sola presencia. Es significativo cómo muchos de los que mas
trabajo tienen poco se ocupan de su profesión y son los que menos participan en
las Bienales. Evitan tambien fastidiar a sus eventuales clientes con sus
opiniones sobre la arquitectura y la ciudad malinterpretando al gran arquitecto
norteamericano del XIX Henry Hobson Richardson, que dijo el primer principio de
la arquitectura es conseguir el encargo.
Saber hacerlo es con frecuencia malo pues no siempre
son los mejores los mas hábiles para seducir a sus clientes. Asunto de enorme
gravedad pues en la correcta escogencia de sus arquitectos se juega el futuro
de nuestras ciudades ya que su trabajo en ellas es cada vez mas notorio por
estar muchas en rápida transformación. Son los promotores, entonces, los
responsables en últimas de la calidad de su arquitectura pues siempre les sería
posible conseguir buenos arquitectos. Lamentablemente, sobre todo en Cali,
suelen tener sobre la materia ideas equivocadas o superficiales. Y casi nunca
se dan cuenta o les importa que cuando escogen un arquitecto no lo hacen apenas
para que diseñe su casa o edificio, sino para que nos proyecte tambien a los
demás un pedazo de ciudad, que es el artefacto menos anónimo que existe.
Columna publicada en el diario El País de Cali 01.04.2004
Columna publicada en el diario El País de Cali 01.04.2004
19.02.2004 Cine, arquitectura y ciudad
A la memoria de Gino Faccio
La gran mayoría de las películas están ambientadas en
edificios o ciudades y con frecuencia nos muestran vistas novedosas u ocultas.
Por ejemplo en las últimas de James Bond o Misión Imposible pudimos ver la
magnífica arquitectura barroca de Praga o los insólitos palacios “italianos” de
la imperial San Petersburgo en la desembocadura del helado Neva, en cuyas
escalinatas “suceden” escenas claves de
El Acorazado Potiomkin de Serguei Eisenstein, de 1925, pese a que en realidad
fueron filmadas en Odesa. ¿Cuantas se ha filmado en París? Incluso las hay que
no salen de una casa o un simple apartamento como la memorable Ventana
Indiscreta de Alfred Hitchcock, de 1954. O una con Kirk Douglas basada en un episodio pasional
de la vida de Frank Lloyd Wright y filmada en su bellísima Hanna Residence, de
1936, conocida como Honeycomb, y hoy casa de huéspedes ilustres de la
universidad de Stanford en California.
¿Como
filmar a Francisco I sin su castillo de Chambord? ¿O a Diana de Poitiers sin el
de Chenonceau, cuya espectacular galería de dos pisos fue su idea que el
arquitecto Philibert de l´Orne la apoyara en el puente de cinco arcos que
cruzaba el río Cher, pero que fue costeada por Enrique II para sufrimiento de
la celosa Catalina de Médicis, su esposa ? ¡Todo un rollo! ¿O a Luis XIV, el
Rey Sol, sin Versalles? ¿O a Isabel y
Fernando (tanto cabalga tanto Isabel como Fernando) sin la muy francesa
catedral de Burgos, al principio, o la maravillosa Alhambra mora de Granada al
final? ¿Qué haría Woody Allen sin su Nueva York? Muerte en Venecia de Thomas
Mann, filmada por Luchino Visconti en 1971, es Venecia. La Dolce Vita, de
Federico Fellini, de 1960, es en Roma, como diez años después Roma, de 1972,
fue solo Roma. Lo mismo que El Portero de Noche de Liliana Cavani es Viena.
¿Qué hubiera quedado de Hitler sin Albert Speer o Leni Riefenstahl ? Ni los
western-spaghetti se salvan de su respectivo pueblo de tablas y estructura de
balloon frame.
Por
supuesto se han rodado algunas películas en Cali o, mejor, por caleños. Se
llego a hablar de Caliwood. Pero la verdad es que no se ha hecho ninguna “en”
la ciudad y menos aun “sobre” la ciudad; las de los VII Juegos Panamericanos
fueron sobre los juegos. Tal vez Gino Faccio nos habría ayudado a entender las
dificultades de hacerla. Y seguramente sabría de donde salió la diva de El
Quinto Elemento y de donde las tres dudosas de Cali. El cine (como la
literatura) ilumina el acontecer no solo de los ciudadanos, como piensan
nuestros noveles cineastas, sino tambien el de las ciudades, como poco se dan
cuenta nuestros jóvenes arquitectos.
Son muchas las películas en las que la arquitectura o
la ciudad han jugado un papel primordial. Desde
Intolerance, de David Wark Griffth, de 1916, o Das Kabinett des Doktor
Caligari, de Robert Wiene, de 1920, o Metropolis, de Fritz Lang, de 1926, hasta la reciente y divertida el Quinto
Elemento de donde parecen haber salido las “divas” que emergerán próximamente a
la orilla del Río sin tener nada que ver con Cali. Son producto de ese afán,
que nuestro alcalde no puede ver, de adornar la ciudad con la disculpa de un
arte auto proclamado tal, y cuyo peligro por supuesto es que se vuelvan
permanentes como pretende alegremente su desconocido autor con el aplauso
ingenuo de la prensa local.
Columna publicada en el diario El País de Cali 19.02.2004
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