02.12.2004 Daño colateral

Después del terremoto de Popayán se dicto por primera vez en el país una ley para reglamentar la sismo resistencia de las construcciones. Actualizada varias veces, ha sido complementada recientemente con otra que obliga en un plazo dado (ya casi vencido por supuesto) a evaluar la vulnerabilidad sísmica de los edificios de mayor uso publico y a tomar las medidas del caso. En Cali ya se reforzaron el aeropuerto y el terminal de buses pero sin contar con sus proyectistas originales y ni siquiera considerar su arquitectura, con el lamentable resultado de que quedaron como con el yeso puesto. Es el daño colateral que están produciendo los terremotos en Colombia, en donde la violencia del último medio siglo no es solo contra las personas sino tambien contra los edificios y las ciudades.

En Cali faltan edificios claves como el Hospital Universitario del Valle (1940-1956) de Guillermo Garrido Tovar, Vicente Caldas y Hernando Vargas Rubiano, hoy Monumento Nacional y uno de los mas imponentes y bellos de la ciudad pese a su tugurizacion progresiva en los últimos años. Igualmente está Telecom, uno de los mas representativos de la arquitectura moderna, en donde están peligrosamente centralizados todos los equipos de telecomunicaciones del sur occidente del país, y tambien tugurizado. En la medida en que estos edificios no pueden desocuparse para ser reforzados, dicho refuerzo tiene necesariamente que hacerse por fuera comprometiendo su imagen, sobre todo cuando su intervención termina en manos de profesionales sin la suficiente cultura arquitectónica y conocimiento de la ciudad o, en últimas, simplemente sin (buena) imaginación.

Otro caso es el de monumentos de gran valor patrimonial como el Teatro Municipal Enrique Buenaventura que, después de haber resistido incólume varios temblores fuertes, tiene hoy su estabilidad comprometida por la torpeza con que se concibió su lastimosa ampliación de hace unos años, la que puso en peligro la torre de la tramoya y su cuerpo frontal. Para agravar las cosas se desperdicio irresponsablemente la remodelación reciente de su foyer para haber dotado esta parte de la construcción de un plano horizontal sismo resistente, indispensable ahora debido a dicha ampliación. O como la casa de la hacienda de Cañasgordas a la que la suspensión hace un tiempo de su última restauración la dejo desprotegida de tal manera que con otro temblor fuerte como el pasado sencillamente se puede derrumbar en nuestras narices.

Aunque en nuestras escuelas de arquitectura se está haciendo conciencia al respecto, aun no entendemos que proyectar construcciones sismorresistentes y bioclimaticas nos permitirá hacer de nuevo edificios y ciudades para nuestras circunstancias -lo fueron antes- y no a la imagen (falsa) de las “grandes capitales del mundo” con que las malas vendedoras pretenden salir de mucha vivienda mediocre como si los compradores fueran tontos o justamente por que muchos lo son. No nos damos cuenta de las posibilidades de nuestro clima y paisaje y no recordamos a Popayán y Armenia después de sus terremotos. De hecho ya olvidamos como quedaron hace unos días los edificios altos del sur de la ciudad. Quizás sea que no queremos enterarnos de cómo quedaría Cali después de otro temblor similar y que adoramos el aire acondicionado y las “torres” aun cuando sean solo de nombre.

Columna publicada en el diario El País de Cali 02.12.2004

28.10.2004 Rascainfiernos

Los hombres insisten en levantar torres de Babel. Monumentos a su soberbia y estupidez. Negocios para desplumar incautos. Rascacielos innecesariamente altos que de tanto en tanto se convierten en verdaderos infiernos como paso hace años en Bogotá y en días pasados en Caracas. Solo tres años después de la terrible destrucción transmitida a medio mundo en vivo y en directo de las Torres Gemelas en Nueva York, prácticamente todos los proyectos de rascacielos se reanudaron por todas partes (Time 2/8/2204). El mas alto será el Edificio Jin Mao, en Shanghai, de Skidmore, Owings &Merril, SOM, de 421 metros y pronto a terminarse, lo mismo que la Torre T&C en Kaoshiung, de 347 metros, la Torre II de Baiyoke en Bangkok, de 320, y el Jubilee Street/Queens Road Central en Hong Kong, de 292 metros. Como se ve, los chinos, como todos los nuevo ricos, quieren ser mas altos.

Incluso el MoMA de Nueva York le dedico una exposición a este invento norteamericano por excelencia, Tall Buildings, abierta hasta septiembre, en la que se mostraban, con la curaduría de un conocido ingeniero estructural y de Terence Riley, el curador jefe de diseño y arquitectura del museo, 25 modelos, algunos de mas de cuatro metros de alto. Entre ellos estaban los proyectos de David Childs, de SOM, para la Torre de la Libertad, que se lo quitaron a Daniel Libeskind, y que “remplazará” a las Torres Gemelas; el de Renzo Piano para la nueva sede del New York Times; el de Sir Norman Foster para firma Swis Re en Londres; y los de Santiago Calatrava para Malmö, en Suecia, y para el bajo Manhattan. Tambien estaba Arcos Bosques Corporativo, el nuevo y espantoso rascacielos de Ciudad de México, de Teodoro Gonzáles de León, Francisco Serrano y Carlos Tejada.

Pero mientras todos estos rascacielos son de arquitectos de renombre internacional y recurren a tecnologías avanzadas para ser cada vez mas resistentes, seguros y ecoeficientes, en países como el nuestro nos contentamos con torrecitas de 17 pisos que penas alcanzan el purgatorio pero en cambio invaden los cielos que son nuestros patios. Solo buscan exprimir lotes en donde había antes una sola casa con jardines y patios, sin considerar para nada que la infraestructura de servicios públicos y la de las calles que les dan acceso siga siendo la misma. Que paguen el pato los tontos que sucumben a su supuesto prestigio y los vecinos que se quedan sin andenes ni vías suficientes, sin brisas que refresquen, ni vistas, teniendo que mirar en cambio sus culatas por que aquí ni siquiera se les exige que sean exentos.

Pero lo peor de todo son esos ridículos enanos de cuatro, seis u ocho pisos llenos de mármoles, vidrio espejo y balaustres ordinarios pintados de blanco que brotan en todos nuestros pueblos destruyendo irremediablemente su unidad y belleza, y que deberían ser otra razón mas para que exijamos la legalización de las drogas y evitarnos sus daños colaterales que son muchísimo peores que la drogadicción que por supuesto debería tratarse como un problema de salud publica. Enanos ridículos pues vale entre nosotros la afirmación que Don José Ortega y Gasset hiciera para la Europa de hace 60 años, a las puertas del fascismo: "Lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone donde quiera”.

Columna publicada en el diario El País de Cali 28.10.2004

21.10.2004 Fernell Franco

La arquitectura moderna y la fotografía son inseparables de la misma manera que la premoderna lo fue del dibujo. Los arquitectos vemos primero los edificios en fotos y finalmente los visitamos para volverlos a fotografiar. Los estudiamos mas como imágenes que como volúmenes, espacios o ambientes. Las revistas, en las que nuestros estudiantes y muchos profesores “conocen” la arquitectura de (solo) el mundo desarrollado, apenas muestran fotografías descontextualizadas de los edificios (de moda) cuyos planos no se analizan con cuidado. Sin acatar a Le Corbusier, que recomendaba dibujarlas para mirarlas con atención, cuando visitamos las obras paradigmáticas de la arquitectura mundial las fotografiamos sin verlas bien pues generalmente somos malos fotógrafos que a diferencia de los buenos no miramos antes de fotografiar.

La realidad es que las fotos de arquitectura son muy difíciles pues edificios y ciudades se perciben con todos los sentidos y no apenas con una mirada estática. Desde luego hay fotografías de arquitectura que (aparentemente) son buenas pero casi siempre son de edificios malos que producen buenas imágenes o el fotógrafo se las ingenia para crearlas. De ahí que generalmente las fotografías de arquitectura sean malas, inclusive las de los edificios buenos, pues aunque sean bonitas en si mismas, no pueden mostrar del todo su calidad ambiental y espacial ni su entorno urbano o natural; y por eso es que no hay fotos “malas” de edificios malos: solo son feas y por lo tanto buenas. Pero, claro, a veces hay fotos buenas de edificios buenos: es el caso de las de Fernell Franco.

Sus primeras fotografías de arquitectura son de construcciones populares; pero son buenas fotos de arquitectura en la medida en que muestran lo arquitectónico de esas casas, sus colores y composiciones. Igual pasa con la serie muy conocida de las ornamentaciones de los monumentos moderno historicistas de la ciudad, donde el encuadre y la coloración a mano las distancian de lo que de pastiche tienen esos edificios (mal llamados republicanos) permitiéndo aludir a los grandes estilos históricos que imitan. En las de las casas de hacienda, tambien iluminadas, la presencia de elementos comunes y actuales le ayuda a mostrar al tiempo su pasado y su presente, como corresponde a la historia de la arquitectura que, como la del arte, se hace en frente del hecho histórico mismo (Giulio Carlo Argan: La historia del arte como historia de la ciudad).

Fernell Franco se piensa como un fotógrafo urbano y la verdad es que tiene innumerables fotos de la ciudad: su gente, actividades y patrimonio construido. Imágenes que  son lo único que queda en Cali de muchos de sus edificios mas representativos de la primera mitad del siglo XX; y de la cicatriz que dejaron en el espacio urbano después de su demolición con motivo de los VII Juegos Panamericanos. Tal vez por eso no a hecho muchas fotos de arquitectura moderna, aparte de sus insinuantes reflejos en pavimentos mojados. Sin embargo en su reciente fotorreportaje a Rogelio Salmona intuitivamente destacó elementos importantes de su arquitectura como las vistas a los cerros de Bogotá, la tectónica de sus edificios, la presencia de la gente en ellos y hasta la importancia de su ornamentación, detalle que los arquitectos que dicen admirarlos no suelen fotografiar; ni dibujar.

Columna publicada en el diario El País de Cali 21.10.2004

30.09.2004 La arquitectura hoy

La gran arquitectura siempre ha estado al servicio de las clases dominantes y del poder. Desde los sacerdotes y faraones egipcios hasta los dictadores totalitarios de la primera mitad del siglo XX. Lo demás es construcción vernácula o popular. Sin embargo, desde hace varias décadas, coincidiendo con el llamado Movimiento Moderno, ese ideal del humanismo (del que habla Carlos Jiménez en su columna de hace unos días sobre la novena edición de la bienal de arquitectura de Venecia), se logró por fin al ponerla tambien al servicio del hombre común, concretamente de su vivienda. Lamentablemente la generalización trivial del que se denomino estilo internacional, la volvió tambien un problema de modas, o en el mejor de los casos de cuestionables vanguardias que ignoran las circunstancias y necesidades de cada lugar.

Afortunadamente la conciencia de que con la sobrepoblación, el pésimo uso de los recursos no renovables y toda clase de contaminaciones estamos poniendo en peligro la vida misma en el planeta, nos está llevando a todos a pensar de otra manera. El hecho es que en los países industrializados los edificios, muchos diseñados por arquitectos, gastan en ser calentados e iluminados en los meses de invierno mas de la mitad del total de la energía que en estas naciones se consume, y que sus inodoros y orinales son lavados con agua potable. Por eso se está generalizando rápidamente la búsqueda de una arquitectura sostenible, y desde luego en nuestros climas tropicales calidos o templados, en donde es tan fácil lograr edificios ecoeficientes, el ignorarlo, como lamentablemente lo ignora la mayoría de nuestros arquitectos, raya en lo criminal.

En consecuencia hoy en día en el mundo se perfilan dos grandes corrientes arquitectónicas: la que reclama el espectáculo, las publicaciones y las bienales, como la de Venecia, mas preocupada por el arte, y la que se ocupa tambien de la ecoeficiencia y la respuesta a las necesidades reales de cada lugar ateniéndose a sus tradiciones y circunstancias, con sentido ético y no solo estético. Y, en esta última, como dice el arquitecto Jorge Ramírez, solo se ven dos salidas: los que buscan resolver los problemas mediante el uso de tecnologías de punta y los que lo hacen recurriendo preferencialmente a la optimización de las soluciones tradicionales, que suelen ser sostenibles, sin caer en lo meramente folklórico o regresivo, y al uso de tecnologías apropiadas pero solo cuando son imprescindibles.

Sin duda estas ultimas tendencias son en nuestro caso lo pertinente. Sin embargo no podemos dejar de ver la arquitectura de estrellas internacionales como Frank Gehry, Peter Eisemann o Rem Koolhaas, por mas veleidosa que esta sea, pero hay que hacerlo críticamente. Y por supuesto debemos mirar la arquitectura al servicio de los hombres de figuras internacionales, por que tambien lo son, con Premio Prizker y todo, como James Stirling, Jorn Utzon, Tadao Ando, Álvaro Siza o Glenn Murcutt. Ninguno de los cuales ha ido, que se sepa, a la Bienal de Venecia pero en cambio todos han merecido la Medalla de Oro Alvar Aalto, quien fue el primero en recibirla, dada solo nueve veces por los arquitectos finlandeses y tal vez el premio internacional de arquitectura mas serio que existe, y que el año pasado se otorgo, por primera vez, a un latinoamericano: Rogelio Salmona.

02.09.2004 Medio siglo de bienales

Durante los últimos 42 años las Bienales colombianas de arquitectura han jugado un importante papel en la evolución de la arquitectura colombiana. Junto con la revista Proa, desafortunadamente ya desaparecida, en las 19 bienales que se han realizado desde 1962 está buena parte de la historia de la arquitectura moderna en Colombia. Es el evento mas importante, divulgado y conocido del tema en el país, pero lo ha sido casi exclusivamente en el ámbito de la profesión, sobre todo últimamente, ya que a los medios y a la gente solo parece interesarles lo que tengan de escandaloso, folclórico y hasta humanitario como paso con la última.

Alarma que lo que se muestra y premia en ellas, pese a que la arquitectura es con el lenguaje lo que mas notoriamente identifica a una nación, no sea del interés de políticos, intelectuales o periodistas. Las ciudades y edificios no parecen tener entre nosotros un valor cultural, salvo algunos de los coloniales, ni tener que ver con la identidad nacional. Así ocurre, por ejemplo, en textos oficiales como Cultura en el TLC (Lecturas Dominicales, El Tiempo 08/08/2004) de María Consuelo Araújo, Ministra de Cultura. El hecho es que a la arquitectura, sobre todo a la actual, no se le da la importancia que se le otorga a la literatura y a ciertas artes, especialmente a la pintura.

Sin embargo, es evidente la importancia cultural de muchos de los edificios premiados, mencionados o simplemente seleccionados. Pero preocupa que las bienales han estado centradas en Bogotá o en los arquitectos bogotanos o que han estudiado allá, y que cuando se hace su historia, obras como la de Borrero, Zamorano y Giovanelli, Lago y Saenz o Samuel García (todas estas en Cali), es como si no hubieran existido por la simple razón de que fueron anteriores a su inicio. O hay casos como el de Simón Vélez, ausente totalmente de ellas por la simple razón de que nunca ha querido participar y no se ha hecho nada efectivo para que lo haga.

Curiosamente, pese a las importantes ausencias anotadas, la presencia de Cali en las bienales ha sido permanente. No solo con obras, que han obtenido además premios, sino con jurados y críticos. Y la seccional del Valle del Cauca de la SCA fue la primera en instituir una exitosa muestra regional, la cual va en su sexta edición. Pero preocupa que el papel de la Escuela de Arquitectura de la Universidad del Valle, fundada mucho antes del inicio de las bienales y una de las mas importantes del país, no haya sido mas destacado, como sí lo ha sido el de otras facultades contemporáneas a ella, como la de los Andes o la Nacional.

En las últimas bienales se puede ver la búsqueda de algunos de una arquitectura propia pero lo que parece importarle a muchos es que sea diferente a la de Rogelio Salmona (cuatro Premios Nacionales, un Premio al Diseño Arquitectónico, el Premio a la Excelencia y dos Menciones de Honor), y no se distingue entre la exploración seria de las tradiciones y la simple especulación folclórica. La ecoeficiencia apenas se abre paso y el contexto, urbano o rural, poco se considera. Antes de pasar de las bienales colombianas de arquitectura a las de arquitectura colombiana habría que transformar lo que hasta ahora ha sido un concurso en una muestra de la mejor arquitectura reciente del país; y ocuparse de su correcta divulgación y socialización.

Columna publicada en el diario El País de Cali 02.09.2004 

19.08.2004 La Bienal de Arquitectura

Los premios no escapan a la política. La Palma de Oro fue otorgada en el último Festival de Canes al documental de Michael Moore, cuyo carácter oportunista y panfletario es evidente. Su propósito, de acuerdo con el mismo Moore, es impedir la reelección de Bush. Quentin Tarantino, Presidente del Jurado, tuvo el cinismo (el mismo de sus estupendas películas) de decirle que el premio nada tenia que ver con política y que su película era la mejor, en lo que por supuesto no están de acuerdo muchos como el critico de cine de Le Figaro o Jean Luc Godard que lo califica de un mal cineasta que no distingue entre el discurso y la imagen (Liliane de Levy, El Pais 04/06/ 2004).

No hay duda de que el último Premio Pritzker, a Zaha Hadid, tiene tambien motivos políticos. Como lo observa Felipe Hernández, profesor de la universidad de Liverpool, está auspiciado por la fundación estadounidense Hyatt por lo que comporta intereses corporativos y algún tipo de "political correcness". No se había premiado ninguna mujer (y menos nacida en Bagdad) y todos habían sido blancos del primer mundo por lo que no sería raro que el próximo premiado sea un africano negro pues ya han premiado a tres latinoamericanos. En otras palabras, concluye, el enorme éxito del  Pritzker lo ha comprometido políticamente (como le pasa a todos los premios, incluyendo el Nobel, con el que se lo compara), y se pregunta con razón si la Bienal Colombiana de Arquitectura (expuesta ahora en La Tertulia), no sufrirá de lo mismo.

Esta vez el Premio al Diseño Arquitectónico, Fernando Martínez Sanabria, se le otorgo a la Casa del Pueblo y Biblioteca Pública en Guanacas, Cauca, de Simón Hosie Samper pero en cambio no se dio ni siquiera una mención a la casa Macana en Caucacia, de Juan Manuel Peláez, que apunta con mas tino en la misma dirección; ni al edificio de Marco Rincón o a la oficina de Felipe Cadavid, ambos en Cali y buenos ejemplos de respeto al entorno urbano, ni a la capilla de Daniel Bonilla en Bogotá que tambien la merecía. Como hace dos años, la escogencia fue política o, peor, demagógica. Se pasaron por alto obras significativas para la arquitectura y las ciudades colombianas y de lejos mejor diseñadas y construidas. Y hace cuatro lo que importaba era no darle por sexta vez el Premio a Rogelio Salmona. En esta ni siquiera apareció en el libro respectivo su biblioteca, la Virgilo Barco, en Bogotá, el mejor y mas revelador edificio de los últimos años en el país, pues no fue inscrito, pese a que con las bienales lo que se pretende, supuestamente, es difundir lo mejor de la arquitectura nacional.

Cada vez hay mas edificios importantes en Colombia que no se mandan a las bienales. La mayor parte de los jurados recientes carecen de un trabajo crítico o teórico conocido, son celosos de sus colegas cercanos y ya no visitan las obras que premian. Y hay una sorda lucha generacional. Como dijo el historiador del arte Ernst Gombrich: "El impulso de diferenciarse puede no ser el mayor y más profundo elemento en las dotes de un artista, pero raramente suele faltar." Pulsión muy preocupante en la arquitectura pues los edificios siempre pasan a formar parte de entornos urbanos o rurales que son anteriores a ellos y en los que los monumentos a la vanidad no hacen si no dañarlos. Es el gran pecado de los arquitectos. Y de las bienales.

Columna publicada en el diario El País de Cali 19.08.2004

05.08.2004 Nuestro norte esta al lado

En nuestra condición de culturalmente dependientes solo miramos, con una prioridad que nos es impuesta, la arquitectura norteamericana, europea y japonesa; la del mundo desarrollado. Y cuando nos ocupamos de lo “nuestro” apenas vemos la del sur de Suramérica pese a que tenemos paisajes y sobre todo climas muy diferentes. Pese a que compartimos tradiciones urbanas y arquitectónicas con argentinos, chilenos y brasileros del sur, aquí vivimos es en el trópico. Para peor de males solo vemos de las estrellas internacionales sus imágenes en revistas españolas, que nos muestran solo lo que les interesa a ellos en su asenso hacia el mundo desarrollado. A pesar de que hay buenas publicaciones en algunos de los países con los que, al este y el oeste, compartimos geografías, historias y circunstancias, nos son desconocidas.

Arquitectos como Hassan Fathy en Egipto, Sir Geoffrey Bawa en Sri Lanka, Charles Correa y Raj Rewal en la India, Sedad Eldem en Turquía y otros en Marruecos, Egipto y Corea, Singapore, Indonesia son ignorados. Y por supuesto a Carlos Raúl Villanueva, Jesús Tenreiro o Gorka Dorronsoro en Venezuela, Álvaro Malo o Luis y Diego Oleas en Ecuador, Juvenal Baracco en Perú, Luis Barragán o Carlos Mijares en México, Bruno Stagno en Costa Rica o Luiz Paulo Conde en Brasil no les damos la importancia que deberían tener para nosotros. No buscamos variaciones pertinentes a nuestras circunstancias; solo seguimos las formas del mundo desarrollado, acostumbrados a que casi todo viene de afuera. Productos de la transculturación, difícilmente la entendemos. Somos provincianos al tratar de evitarlo.

Deberíamos mirar mas las arquitecturas con las que compartimos tradiciones, climas y paisajes, construir una teoría a partir de nuestras circunstancias, incluyendo (que remedio) las influencias que nos llegan y eliminar lo superfluo. Nuestro trópico no es solo el de selvas y calor; las diferentes alturas sobre el nivel del mar producen aquí climas mas templados e incluso fríos pero que, a diferencia de los de países con estaciones, permanecen con muy pocas variaciones a lo largo del año. Sin embargo no nos interesan nuestros problemas ni sus soluciones: nos contentamos con imitar formas ajenas. Despreciamos la arquitectura tradicional –generalmente maravillosa- del mundo subdesarrollado pese a que compartimos con ella antiquísimas costumbre, usos, climas, paisajes, problemas y recursos.

Desde luego estas inquietudes surgen de tanto en tanto en las bienales y concursos pero se aceptan de manera insegura, mientras que la gente común cae en lo meramente folclórico, lo que es peor. De otro lado, recientemente se fomenta y publicita una supuesta arquitectura “joven” que sigue las modas internacionales pero cuyos resultados no se critican pese a que la mayor parte de las veces sus edificios pronto terminan siendo lamentables con el paso de las modas. Entre líneas se la propone como una alternativa a la muy pertinente arquitectura de Rogelio Salmona, imitando la pedantería y oportunismo de muchos arquitectos latinoamericanos que han escogido como norte el norte; o el cono sur, pero solo cuando su obsesión antiestaudinense los lleva a buscar una latinoamericanidad que en arquitectura no existe. De nuestras comunes lengua, religión y arquitectura de las que hablaba Fernando Chueca Goitia solo persisten las dos primeras.

Columna publicada en el diario El País de Cali 05.08.2004 

29.07.2004 Ambientes, espacios y volúmenes

En las escuelas de arquitectura los profesores y alumnos se ocupan principalmente del volumen de los edificios mas que de sus espacios y menos aun de sus ambientes. Las imágenes que se muestran en las clases de historia o se ven en las revistas son la mayoría de las veces de volúmenes y casi nunca de espacios y, desde luego, los ambientes son muy difíciles de fotografiar. Las maquetas invariablemente se miran como objetos volumétricos y apenas quedan los planos, que son un abstracción de dos dimensiones para representar volúmenes y espacios que en arquitectura no tienen solo tres dimensiones sino que se recorren en el tiempo y cambian con el paso del día y las estaciones. Rara vez se mencionan los materiales propuestos: su forma, color, matiz y textura, ni su despiese. Y casi nunca los ambientes.

Las fachadas, que son las que limitan los espacios exteriores de los edificios, y que conforman nada menos que la ciudad, se dibujan como si todos sus componentes estuvieran en un solo plano, y no se miran en perspectiva que es como siempre se ven las calles. Las elevaciones, por su parte, no se relacionan unas con otras ni con los pisos y cielos, pese a que son los que conforman los espacios interiores de los edificios. Claro, ahora se hacen perspectivas de computador, pero suelen ser tan mentirosas como las dibujadas a mano antes: buscan ser bonitas en si mismas y no apenas representar el edificio. Y aunque fueran muy realistas solo se pueden apreciar con los ojos, al contrario de los edificios que se los habita tambien con el oído e incluso el olfato, y con el observador casi siempre en movimiento o al menos su mirada.

De ahí la dificultad de proyectar espacios y no solo volúmenes. Pero ni se diga de la imposibilidad de representar en planos un ambiente arquitectónico. ¿Cómo dibujar la resonancia de un recinto, o su penumbra o la brisa que pasa? ¿Qué de los muebles y objetos diversos que lo llenan? ¿Qué de las personas que lo ocupan? Muy difícil dibujar transparencias y reflejos, al paso del sol, en la lluvia o el viento, o el agua que murmura y da frescura y placidez. Sensaciones, evocaciones, encantos, embrujos y asombros que, reclamaba Luis Barragán, ya poco se oyen cuando se habla de arquitectura. Porque es que la única manera de describir un ambiente arquitectónico es narrándolo. Y en las escuelas de arquitectura poco se lee y nada se escribe; apenas se miran dibujos y maquetas volumétricas de anteproyectos de edificios que se los califica a partir del gusto.

El resultado fatal de todo esto se ve cada vez mas en todas nuestras ciudades. Edificios “nuevos” cuyos volúmenes son flor de un día y que rápidamente pasan a dañar las calles –casi siempre “viejas”- que no tuvieron en cuenta. Y cuyos espacios interiores la mayoría de las veces simplemente desconocemos para no hablar de sus ambientes. La arquitectura actual se ha vuelto entre nosotros un problema de las imágenes de los volúmenes y no tambien y sobre todo de sus espacios y ambientes. Así se califican los proyectos de los alumnos y se premian concursos y bienales pues las memorias no las lee nadie y solo se exigen unas cuantas fotos o perspectivas; eso sí, la “presentación” es lo que mas cuenta: como si se tratara de diseño grafico y no de representaciones para leer la arquitectura que se propone mediante ellos. 

Columna publicada en el diario El País de Cali 29.07.2004 

22.07.2004 Las ciudades siempre son viejas

Los vestidos siempre son nuevos. Cambian con las estaciones, las horas del día o la pompa y circunstancias; terminan por quedar pronto dañados y se regalan o votan, y solo algunos pocos van a parar a los museos en donde se los conserva solo para ser vistos. Lo mismo pasa con los muebles -o los carros, aviones o barcos-, que aunque duran muchísimo mas, tienen mas o menos el mismo destino. O incluso los edificios, pues apenas los que se convierten en museos de si mismos siguen siendo mas o menos como fueron, ya que la mayoría se adaptan a nuevas exigencias o simbologías o se demuelen. Las ciudades, por lo contrario -y no solo las que ya están en ruinas-, siempre son viejas. Pero ni siquiera Venecia es solo museo de si misma pese a que como dice el poeta Joseph Bro­dsky sea la mayor obra de arte que ha producido nuestra especie.

Las ciudades “nuevas” duran años en ser construidas de manera que sus primeros edificios y espacios urbanos ya son viejos cuando aun no se han comenzado los últimos. Es el caso de Brasilia, Chandigarh o Camberra, ahora, o de Monpazier y Mirande, en la Edad Media, o Santa Fe, que levantaron los reyes Católicos al pie de Granada, o de Palmanova, en el Renacimiento, si se quiere.  Es que, además, las ciudades están siempre en permanente construcción o demolición, dependiendo de las circunstancias políticas, económicas, sociales, culturales o técnicas, y, generalmente, al mismo tiempo. Por eso en ellas siempre hay edificios nuevos, incluso sectores nuevos, pero siempre están rodeados de contextos urbanos, inmediatos o lejanos, que ya son viejos; y que constituyen invariablemente la mayoría de lo construido.

Por eso los edificios, que solo son nuevos cuando se levantan, siempre se suman a las preexistencias urbanas y arquitectónicas conformando mas ciudad vieja, y no una nueva ciudad. Hecho urbano mucho mas importante que el ser simplemente objetos grandes (que desde luego no solo son). Por eso los mejores, cuando no se trata de verdaderos monumentos (que suelen ser otra cosa además de edificios), son los que parece que siempre hubieran estado allí, en medio de los que ya existían. Los que una vez terminados parecen “viejos” y no “nuevos”;  o, mejor, que tienen algo de viejos y no solamente mucho de nuevos. Complementan lo preexistente en lugar de tratar de reemplazarlo. En la arquitectura si que se cumple la advertencia de Oscar Wilde: "Nada es tan peligroso como ser demasiado moderno. Queda uno expuesto a pasar de moda de repente."

Pero este hecho, fácilmente comprobable, es aun ignorado con peligrosa frecuencia en muchas de nuestras escuelas de arquitectura. En ellas el contexto de los proyectos académicos que hacen los estudiantes es apenas el blanco de la hoja de sus dibujos, en los que es difícil que representen los edificios colindantes. Lamentablemente todavía se enseña a proyectar edificios de la misma manera en que se diseñan objetos: sin contexto ni vecinos, sin muebles ni clientes, sin climas ni paisajes; sin tradiciones. Sin ciudad. En eso consistió la tribialización de la arquitectura moderna en las nuestras: hacer lo nuevo como si fuera a reemplazar rápida y totalmente lo viejo. Pero aunque fue mucho lo que se destruyo no fue posible acabar con ellas, con el resultado de que mas parecen ciudades viejas semidestruidas que nuevas en construcción.

Columna publicada en el diario El País de Cali 22.07.2004 

15.07.2004 Los edificios y sus circunstancias

La buena arquitectura siempre ha sido el arte y la técnica de hacer que los edificios no solo se adecuen a sus circunstancias sino que lo expresen poéticamente. Que respondan con belleza al clima, paisaje y tradiciones de los lugares en los que se implantan. Que se ajusten estéticamente a los recursos existentes, los usos para los que se proyectan y las expectativas, costumbres y modo de vida de sus usuarios. En esta época deberían además ser sugestivamente ecoeficientes. Y reciclables pues todos duran muchos mas años que los conmitantes que los solicitaron y las circunstancias en las que se construyeron. Sus usuarios cambian ahora ineludiblemente y esperan de ellos nuevas posibilidades y emociones. Su arquitectura con frecuencia vuelve y juega. Solo algunos monumentos son pura poesía.

Los edificios deben manifestar un sentimiento hondo y perdurable de la belleza arquitectónica que plantean, la cual esta determinada por el contexto urbano que los rodea o el paisaje natural que los circunda. Nunca existen solos y con frecuencia deben ceder su protagonismo a los edificios o espacios urbanos preexistentes. En las ciudades siempre están en medio de otros a los que no solo deben respetar sino complementar para mejorar los ambientes urbanos que inevitablemente conforman. Pero la belleza arquitectónica es abstracta. Aunque la arquitectura puede imitar a la naturaleza no la puede representar. Como el arte, es histórica: para proponer novedades verdaderas –y no meros gestos de moda- toca partir de los edificios que nos anteceden. En arquitectura es escaso lo que se inventa y mucho lo que se reinterpreta.

Los edificios no solo deben responder al clima y hacerlo bellamente, si no que hoy deben hacerlo con mayor eficiencia que nunca pues no podemos seguir gastando irresponsablemente energía en su climatización e iluminación, y además su adecuación al clima puede ser la mejor “disculpa” para proponer nuevas formas o de manera novedosa viejas formas, o ambas cosas al tiempo, que conduzcan a experiencias estéticas inéditas. Cuando están emplazados en el campo deben calificar el paisaje natural ya sea “ocultándose” para resaltar su belleza o “imponiéndose” para crear una nueva. Pero en las ciudades deben pasar a ser parte de las tradiciones edilicias, arquitectónicas y urbanas de los lugares en los que están; deben ser de allí y no de otra parte. Incluso los monumentos son parte de ciudades que siempre son viejas, pero tambien parte de su futura vejes.

Además los edificios deben ser reciclables no solo en su distribución e instalaciones, si no en sus formas. Ninguno se conserva exactamente como fue, no solo por que con el paso del tiempo necesariamente cambian si no por que sus contextos están inevitablemente en evolución. De ahí que los solo restaurados con purismo resulten tan sosos y paradójicamente se vean incluso falsos. Mientras que los nuevos que no quieren ser vistos viejos rápidamente se tornan no solo viejos si no tambien feos. Como los hombres que los habitan, los edificios deben poder cambiar porque sus circunstancias lo hacen. Es su sino, dice Rafael Moneo, el gran arquitecto español y premio Pritzker; premio que este año se otorgo a Zaha Hadid tal vez por la circunstancia de que nació en Bagdad, pese a que sus edificios, que son como de cualquier parte, difícilmente podrán cambiar.

Columna publicada en el diario El País de Cali 15.07.2004

08.07.2004 Arquitectura y Lugar

Inseparables durante milenios, ya escasamente tienen que ver una con el otro. Los lugares son cada vez mas parecidos entre ellos mientras los edificios se vuelven cada vez mas simples objetos, como lo son carros y aviones. Los suburbios del tercer mundo occidental son cada vez mas semejantes; de México a Buenos Aires, de La Habana a El Cairo. El mismo desorden y mugre, los mismos “cables de la luz”, la misma proliferación de postes, la misma invasión de carros viejos y hasta los mismos colores amarillos que anuncian las mismas ferreterías. El mismo kitsch  de la arquitectura popular, que es la que se ve pues la de los arquitectos solo la vemos los demás arquitectos de vez en cuando en nuestras escasas revistas de arquitectura, y casi siempre son solo versiones desafortunadas de las modas internacionales.

Sin embargo el problema sigue siendo el de siempre pues como lo expresaban los antiguos mayas: “De varias clases se hacen los edificios, los hay en los que sólo puede vivir el espíritu de dios que habita en lo mas alto y su casa es como una montaña sagrada.  Los hay que son como panales y tienen muchos cuartos alrededor de un patio, y en ellos viven los señores en aposentos de piedra. Los hay que tienen paredes de piedra pero sus techos son como los del bosque, hechos de ramas y hojas, y en ellos viven los que sirven a los señores. Pero como las casas de la gente común, todos ellos son a semejanza de la morada que primero hicieron nuestros antepasados, con sus paredes cerradas y su techo inclinado para librarnos de la lluvia y a su forma se hacen las casas de piedra.”

Pero las soluciones ahora ya no son las de siempre. Son muchísimas menos y casi siempre extrañas a la historia y geografía de cada lugar. Nosotros, por ejemplo, que tenemos sin saberlo no pocas tradiciones urbanas, arquitectónicas y de forma de vida de origen hispanomusulmán, nos olvidamos, con los ojos puestos en Miami (los clientes) y en Barcelona (los jóvenes arquitectos), de asegurar la privacidad en nuestras viviendas. Ignoramos el mandato de los versículos 4 y 5, del capitulo XLIX de El Corán, que ilustran claramente el sentimiento que muchos aun tenemos en estas tierras. Conocidos como “El Santuario”, dicen así: “El interior de tu casa es un santuario: los que lo violen llamándote cuando estás en él, faltan al respeto que deben al intérprete del cielo. Deben esperar a que salgas de allí: la decencia lo exige.”

Los cerca de 35.000 arquitectos que hay en el país, en lugar de ver (solamente) tanta revista española de arquitectura, deberíamos buscar critica y colectiva soluciones para nuestras diferentes regiones. Soluciones que consideren los asuntos mas importantes de la profesión actualmente, como son la preeminencia urbana y la versatilidad, reciclaje, ecoeficiencia y seguridad de los edificios, y las tendencias estéticas en el país y el mundo que den cabida a las búsquedas generacionales de cambio e innovación. Pero solo en la medida en que sean pertinentes a nuestra geografía (clima, topografía, suelos y paisajes), tengan en cuenta nuestra historia (tradiciones urbanas, arquitectónicas y constructivas) y nuestro comportamiento social (gusto, expectativas y manera de vivir). Y bajo la premisa de que la arquitectura debe atenerse a las normas, y ser construible y habitable; pero grata y emocionante.

Columna publicada en el diario El País de Cali 08.07.2004

27.05.2004 Arquitectura fusión

Se impone la cocina de autor y la comida “fusion”. Dieguito El Cigala, gitano andaluz, con pocos años, pero con toda la antigüedad del cante jondo, canta boleros y música brasilera (y hasta tangos podría) acompañado al piano por el afro cubano Bebo Valdés, cada vez mas joven a sus ochenta y pico de años; y no son lagrimas negras si no de felicidad. José Ramón Moreno tiene una cátedra de arquitectura hispanoamericana en Sevilla, Felipe Hernández dirigió la que llamó “Transcultural Architecture” en la prestigiosa escuela Bartlett del Reino Unido y en la del Valle se estudia la islámica.

Deberíamos hablar de arquitectura fusión. La que junta sonriendo pero con pudor lo viejo con lo nuevo, lo de aquí con lo de allá y lo de mas allá, lo bello con lo práctico y lo ecoeficiente; que sonríe al clima, paisaje y tradiciones y recibe complacida los cambios, que además espera, y los pecados de mal gusto de los que la habitan. Que tiene humor pero tambien enorme poder de conmover. Que recupera el arte de componer espacios para lograr ambientes que lleven a la sonrisa y la emoción por siglos y no simplemente volúmenes instantáneos supuestamente interesantes para concursar y publicar. Que se toma en serio la realidad y no las revistas.

Es la de los arquitectos que sonríen. Desde Himhotep, que sobrepuso escalonadamente mastabas en Sakkara para que el Rey Zoser pudiera seguir vivo y que sonríe, como todos los antiguos egipcios, del faraón para abajo, según se ve en los innumerables  monumentos  que sonríen en los museos de todo el mundo. Y los arquitectos de Urnammu que remodelaron el zigurat y el recinto de Ur. Y los que trazaron la catenaria de la Puerta del Rey en el Gran Castillo Hitita de Hattusas, su capital. Y los que levantaron el Palacio de Ctesiphon. Y desde luego los desconocidos arquitectos del conocidísimo Erectión. ¿Sonrió Vitruvio? ¿Y los arquitectos del Panteón o Santa Sofía? Pero sí que sonrieron los que le construyeron su maravillosa villa a Adriano, y Barma y Posnik que levantaron San Basilo en la Plaza Roja para el terrible Ivan IV. Y los muchos que llenaron Europa de románico y el abate Suger cuando inventó el gótico en Saint-Denis. Y el renacimiento todo y todo el barroco, o casi. Y los alarifes enamorados de la Alhambra y los que trajeron al Nuevo Mundo su maravillosa arquitectura de patios con agua que se miran desde altos corredores y salas en penumbra. Y en el siglo ya pasado sonreían Alvar Aalto, wisky en mano, y eventualmente Le Corbusier, y Louis Khan, como no, y aun se escucha la carcajada de Robert Venturi, pero tambien la risa orgullosa de Frank Lloyd Wrigth (tan adusto en las fotos) si viera a los que hoy tratan de parecer “originales”. Sonrieron Carlos Raúl Villanueva, Vilanova Artigas, Juvenal Baracco y hasta Bruno Stagno en Costa Rica. Luis Barragán rezó, sonrió y gano el Prizker .

El último en morir de los arquitectos que sonríen fue Sir Geoffrey Bawa, dejándonos todo un bello legado de ética y estética. Lo deberíamos estudiar en lugar de engolosinarnos con la arquitectura dibujada de Zaha Hadid, pues con la escasísima construida no queda mas remedio que preguntarse para que sirven los premios como el que le dieron, que mas parece político y oportunista que otra cosa, a diferencia de los anteriores a Glen Murcutt, Jorn Utzon y Oscar Niemeyer, que sí que siguen sonriendo; como Frank Gehry en Panamá. En fin, los mejores edificios de Rogelio Salmona son los mas alegres.

Columna publicada en el diario El País de Cali 27.05.2004 

29.04.2004 La FAI de la UV

Poco a poco la Facultad de Artes Integradas, junto con la de Humanidades, está haciendo el indispensable contrapeso académico a las de Ciencias, Salud e Ingenierías para que la del Valle siga siendo una verdadera universidad y de las mas importantes del país. No solo así lo requiere el Ministerio de Educación si no las mismas profesiones, artes y oficios que en ella están en proceso de integración. La arquitectura, aunque no solo es arte, como lo advierte el arquitecto Rogelio Salmona, tiene mucho que ver con el diseño, el dibujo, la pintura, la escultura, la fotografía y el cine (y sus manifestaciones actuales), de manera similar a la comunicación social. Y desde luego la música, la opera, el teatro y la danza siempre han tenido que ver con las artes plásticas, incluyendo la arquitectura.

Ojala su nuevo decano sea escogido por sus profesores entre los que desde el principio apoyaron y creyeron en este proyecto y no entre los que estuvieron en contra o, peor aun, los que nunca han tenido nada que decir al respecto. Un decano que propicie la integración intelectual y académica de sus diferentes escuelas y departamentos y que sepa llevar al Concejo Académico su sentir. Asunto de la mayor importancia en esta ciudad tan carente hoy de arte en comparación con la de hace medio siglo. La de los verdaderos festivales de arte y del viejo Tec, reducido hoy a contentarse con ver el nombre de Enrique Buenaventura agregado al del Teatro Municipal pese a que fue como una alternativa a sus espectáculos convencionales que se fundo en ese entonces el Teatro Experimental de Cali.

Un decano que sepa alimentar y llevar una sana polémica alrededor de la importancia de las artes en la universidad, apoyándose en  la revista de la Facultad, Entreartes, finalmente una realidad, y que ayude a que la del Valle avance hacia una institución menos profecionalizante y aun mas investigativa de lo que ya es hoy. De otro lado es a través del urbanismo, la arquitectura, la comunicación social y las artes que la del Valle puede influir decididamente en la ciudad. La FAI, pues, necesita un líder reconocido al menos en el medio local y lo mas conocedor de las posibilidades de la academia y los problemas de Cali en tanto que artefacto. Precisamente, la ciudad debería ser el objetivo final de una Facultad como la de Artes Integradas; al fin y al cabo es, con el leguaje, la mayor creación del hombre, como dice Lewis Mumford.

Es imperativo concluir su edificio, diseñado por el arquitecto Mauricio Pinilla, escogido en un concurso internacional, para que sus estudiantes y profesores puedan tener un encuentro permanente y significativo en su “hall de pasos perdidos”, concebido como el alma de su sede. Su implantación enfrente al de Ciencias, entre la Administración Central y la Biblioteca (en su mejor momento gracias a Carlos Esteban Mejia, su actual director), deja en claro el propósito que impulso el traslado de la antigua Facultad de Arquitectura a la sede de Meléndez y su integración a la FAI en carácter de Escuela. Terminarlo seria la demostración final de que la Universidad del Valle ya supero la crisis financiera de hace unos años (la que irresponsablemente algunos medios aun achacan a los jubilados), y se encamina nuevamente a desempeñar a fondo el papel que sus fundadores le encomendaron en beneficio de la región.

Columna publicada en el diario El País de Cali 29.04.2004 

29.04.2004 La FAI de la UV

Poco a poco la Facultad de Artes Integradas, junto con la de Humanidades, está haciendo el indispensable contrapeso académico a las de Ciencias, Salud e Ingenierías para que la del Valle siga siendo una verdadera universidad y de las mas importantes del país. No solo así lo requiere el Ministerio de Educación si no las mismas profesiones, artes y oficios que en ella están en proceso de integración. La arquitectura, aunque no solo es arte, como lo advierte el arquitecto Rogelio Salmona, tiene mucho que ver con el diseño, el dibujo, la pintura, la escultura, la fotografía y el cine (y sus manifestaciones actuales), de manera similar a la comunicación social. Y desde luego la música, la opera, el teatro y la danza siempre han tenido que ver con las artes plásticas, incluyendo la arquitectura.

Ojala su nuevo decano sea escogido por sus profesores entre los que desde el principio apoyaron y creyeron en este proyecto y no entre los que estuvieron en contra o, peor aun, los que nunca han tenido nada que decir al respecto. Un decano que propicie la integración intelectual y académica de sus diferentes escuelas y departamentos y que sepa llevar al Concejo Académico su sentir. Asunto de la mayor importancia en esta ciudad tan carente hoy de arte en comparación con la de hace medio siglo. La de los verdaderos festivales de arte y del viejo Tec, reducido hoy a contentarse con ver el nombre de Enrique Buenaventura agregado al del Teatro Municipal pese a que fue como una alternativa a sus espectáculos convencionales que se fundo en ese entonces el Teatro Experimental de Cali.

Un decano que sepa alimentar y llevar una sana polémica alrededor de la importancia de las artes en la universidad, apoyándose en  la revista de la Facultad, Entreartes, finalmente una realidad, y que ayude a que la del Valle avance hacia una institución menos profecionalizante y aun mas investigativa de lo que ya es hoy. De otro lado es a través del urbanismo, la arquitectura, la comunicación social y las artes que la del Valle puede influir decididamente en la ciudad. La FAI, pues, necesita un líder reconocido al menos en el medio local y lo mas conocedor de las posibilidades de la academia y los problemas de Cali en tanto que artefacto. Precisamente, la ciudad debería ser el objetivo final de una Facultad como la de Artes Integradas; al fin y al cabo es, con el leguaje, la mayor creación del hombre, como dice Lewis Mumford.

Es imperativo concluir su edificio, diseñado por el arquitecto Mauricio Pinilla, escogido en un concurso internacional, para que sus estudiantes y profesores puedan tener un encuentro permanente y significativo en su “hall de pasos perdidos”, concebido como el alma de su sede. Su implantación enfrente al de Ciencias, entre la Administración Central y la Biblioteca (en su mejor momento gracias a Carlos Esteban Mejia, su actual director), deja en claro el propósito que impulso el traslado de la antigua Facultad de Arquitectura a la sede de Meléndez y su integración a la FAI en carácter de Escuela. Terminarlo seria la demostración final de que la Universidad del Valle ya supero la crisis financiera de hace unos años (la que irresponsablemente algunos medios aun achacan a los jubilados), y se encamina nuevamente a desempeñar a fondo el papel que sus fundadores le encomendaron en beneficio de la región.

Columna publicada en el diario El País de Cali 29.04.2004 

08.04.2004 La arquitectura de los museos

Como escribió Carlos Jiménez hace un tiempo en su columna de El Pais, el Gugenheim se ha convertido en el primer museo multinacional de la historia. “Nos hemos dado cuenta que el principal activo de nuestro museo, tanto o mas importante que su colección, es el edificio diseñado por Wright, y en consecuencia queremos que en adelante todas nuestras nuevas sedes las diseñen los mejores arquitectos del mundo”, a dicho Thomas Krens su director. Después del éxito del nuevo Guggenheim de Bilbao, de Frank Gehry, le encargo otro a Hans Hollein para Salzburgo y se dedico a negociar con Tokio, Río de Janeiro y Nueva York nuevas sedes."Si la arquitectura es tan buena como en Bilbao, que se joda el arte" remató Philip Johnson, el niño terrible de la arquitectura norteamericana (A&V Nº 84).

El choque entre la arquitectura y lo expuesto en los nuevos museos es ya viejo. Lewis Mumford lo dijo del Guggenheim de Nueva York, de 1959. "Este edificio, por derecho propio, es arte abstracto, no tradicionalista, no representativo, no histórico; en verdad, no se limita a coincidir con lo que contiene, sino que lo reemplaza. Se puede ir a este edificio para ver obras de Kandinsky o de Jackson Pollock, pero uno se queda en él para ver a Frank LLoyd Wright." Muchos museos son hoy más conocidos por sus sedes que por sus colecciones. A Bilbao se va por el edificio y no por las esculturas de Richard Serra. Además, como escribió Marta Traba hace años, en ellos “se pasa el día, o la vida, entre diversos placeres que van desde mirar las obras expuestas hasta dormir en la reconfortante oscuridad de las salas de cine, pasar de una cafetería a otra, leer libros o telefonear a los amigos" (Arte en Colombia Nº 20).

Los museos actuales plantean con frecuencia unas formas cada vez mas arbitrarías versus unas funcionalidades que se complican innecesariamente. En consecuencia, muchos curadores creen que deben "desaparecer" sus espacios, como pasó precisamente con el de Wright, hace un par de años pintado de negro para una exposición de arte brasilero como si lo que contara fuera solo su llamativo exterior. Se llevó a todo el edificio el recurso de las salas en penumbra, originadas para proteger ciertos trabajos de la luz solar, para destacar lo expuesto aislándolo de cualquier contexto. Y algunos directores, al contrarío de Krens, solo quieren "contenedores" anodinos en donde puedan mostrar cuadros, esculturas o instalaciones sin competir con edificios que por su tamaño “no pueden evitar decir algo con su sola presencia” como bien lo vio Mumford.

Pero forma y función no tienen que ser fatalmente antagónicas si además hay una pertinente construcción y una correcta implantación urbana. Como en el Withney en Nueva York de Marcel Breuer, de 1967, discreto en sus funcionales salas pero atractivo y simbólico en su volumen, entrada y cafetería, tan individualizado en la ciudad y tan bien puesto en la calle. O el Kimbell de Luis Kahn, en Fort Worth, de 1972, considerado por muchos el mejor del siglo XX, cuya arquitectura no compite con lo expuesto. Y aquí mismo en Cali en la discreta pero elegante sala subterránea de La Tertulia, de Manuel Lago, de 1971; lo que lamentablemente no se puede decir de su última ampliación del museo, ni de su metástasis en la nueva sede del Museo de Historia Natural, recientemente inaugurada.

Columna publicada en el diario El País de Cali 08.04.2004

01.04.2004 Anónimos

Usualmente nuestros periódicos y revistas dan a conocer los autores de las obras de arte, literatura, teatro, danza, opera, música o cine de las que –afortunadamente- hablan con frecuencia. Incluso hay secciones especializadas. Nunca fallan en informarnos quien es el modisto, maquillador y peluquero de cada una de las muchas reinas que tenemos; como si fueran futbolistas o pilotos de Formula 1. Sin embargo poco se ocupan de la arquitectura y las ciudades y casi nunca de los arquitectos de los edificios cuyas fotografías muestran de vez en cuando. A veces mencionan los constructores, al fin y al cabo pautan, y por supuesto siempre destacan a los conmitantes, que ponen el dinero. Y últimamente han aparecido algunos artículos dedicados a los jóvenes arquitectos del país pero mas parecen autopromociones que otra cosa.

Es cierto que la Sociedad Colombiana de Arquitectos le hace alguna difusión a sus Bienales de Arquitectura Colombiana, en especial en Bogotá, principalmente mediante un libro, pero este apenas recoge los trabajos seleccionados de entre los que los arquitectos han querido mandar, y ni siquiera circula entre todos ellos. El resto del tiempo es poco lo que hace para dar a conocer nuestra labor profesional al público no especializado, ni cuenta con una publicación periódica. Ni siquiera hace cumplir entre sus afiliados la norma existente en algunas ciudades que obliga a poner en las obras el nombre y matricula de los arquitectos responsables de su diseño. Todo este anonimato generalizado lleva a que nuestra opinión y trabajo no sean tenidos en cuenta casi nunca pues ni siquiera son conocidos ampliamente.

Desde luego que los primeros responsables de este despropósito somos los arquitectos y nuestra organización profesional, a la que muchos pertenecen mas por inercia que por espíritu gremial. Casi todos se comportan anónimamente como los artistas que solo a veces deberíamos ser, con todo y los caprichos propios de ellos, pero evaden la responsabilidad ética de ser los autores de esos edificios que como dijo Lewis Mumford no pueden evitar decir algo con su sola presencia. Es significativo cómo muchos de los que mas trabajo tienen poco se ocupan de su profesión y son los que menos participan en las Bienales. Evitan tambien fastidiar a sus eventuales clientes con sus opiniones sobre la arquitectura y la ciudad malinterpretando al gran arquitecto norteamericano del XIX Henry Hobson Richardson, que dijo el primer principio de la arquitectura es conseguir el encargo.

Saber hacerlo es con frecuencia malo pues no siempre son los mejores los mas hábiles para seducir a sus clientes. Asunto de enorme gravedad pues en la correcta escogencia de sus arquitectos se juega el futuro de nuestras ciudades ya que su trabajo en ellas es cada vez mas notorio por estar muchas en rápida transformación. Son los promotores, entonces, los responsables en últimas de la calidad de su arquitectura pues siempre les sería posible conseguir buenos arquitectos. Lamentablemente, sobre todo en Cali, suelen tener sobre la materia ideas equivocadas o superficiales. Y casi nunca se dan cuenta o les importa que cuando escogen un arquitecto no lo hacen apenas para que diseñe su casa o edificio, sino para que nos proyecte tambien a los demás un pedazo de ciudad, que es el artefacto menos anónimo que existe.

Columna publicada en el diario El País de Cali 01.04.2004

19.02.2004 Cine, arquitectura y ciudad

A la memoria de Gino Faccio

Son muchas las películas en las que la arquitectura o la ciudad han jugado un papel primordial. Desde  Intolerance, de David Wark Griffth, de 1916, o Das Kabinett des Doktor Caligari, de Robert Wiene, de 1920, o Metropolis, de Fritz Lang, de 1926,  hasta la reciente y divertida el Quinto Elemento de donde parecen haber salido las “divas” que emergerán próximamente a la orilla del Río sin tener nada que ver con Cali. Son producto de ese afán, que nuestro alcalde no puede ver, de adornar la ciudad con la disculpa de un arte auto proclamado tal, y cuyo peligro por supuesto es que se vuelvan permanentes como pretende alegremente su desconocido autor con el aplauso ingenuo de la prensa local.

La gran mayoría de las películas están ambientadas en edificios o ciudades y con frecuencia nos muestran vistas novedosas u ocultas. Por ejemplo en las últimas de James Bond o Misión Imposible pudimos ver la magnífica arquitectura barroca de Praga o los insólitos palacios “italianos” de la imperial San Petersburgo en la desembocadura del helado Neva, en cuyas escalinatas “suceden”  escenas claves de El Acorazado Potiomkin de Serguei Eisenstein, de 1925, pese a que en realidad fueron filmadas en Odesa. ¿Cuantas se ha filmado en París? Incluso las hay que no salen de una casa o un simple apartamento como la memorable Ventana Indiscreta de Alfred Hitchcock, de 1954. O una con  Kirk Douglas basada en un episodio pasional de la vida de Frank Lloyd Wright y filmada en su bellísima Hanna Residence, de 1936, conocida como Honeycomb, y hoy casa de huéspedes ilustres de la universidad de Stanford en California.

¿Como filmar a Francisco I sin su castillo de Chambord? ¿O a Diana de Poitiers sin el de Chenonceau, cuya espectacular galería de dos pisos fue su idea que el arquitecto Philibert de l´Orne la apoyara en el puente de cinco arcos que cruzaba el río Cher, pero que fue costeada por Enrique II para sufrimiento de la celosa Catalina de Médicis, su esposa ? ¡Todo un rollo! ¿O a Luis XIV, el Rey  Sol, sin Versalles? ¿O a Isabel y Fernando (tanto cabalga tanto Isabel como Fernando) sin la muy francesa catedral de Burgos, al principio, o la maravillosa Alhambra mora de Granada al final? ¿Qué haría Woody Allen sin su Nueva York? Muerte en Venecia de Thomas Mann, filmada por Luchino Visconti en 1971, es Venecia. La Dolce Vita, de Federico Fellini, de 1960, es en Roma, como diez años después Roma, de 1972, fue solo Roma. Lo mismo que El Portero de Noche de Liliana Cavani es Viena. ¿Qué hubiera quedado de Hitler sin Albert Speer o Leni Riefenstahl ? Ni los western-spaghetti se salvan de su respectivo pueblo de tablas y estructura de balloon frame.

Por supuesto se han rodado algunas películas en Cali o, mejor, por caleños. Se llego a hablar de Caliwood. Pero la verdad es que no se ha hecho ninguna “en” la ciudad y menos aun “sobre” la ciudad; las de los VII Juegos Panamericanos fueron sobre los juegos. Tal vez Gino Faccio nos habría ayudado a entender las dificultades de hacerla. Y seguramente sabría de donde salió la diva de El Quinto Elemento y de donde las tres dudosas de Cali. El cine (como la literatura) ilumina el acontecer no solo de los ciudadanos, como piensan nuestros noveles cineastas, sino tambien el de las ciudades, como poco se dan cuenta nuestros jóvenes arquitectos.

Columna publicada en el diario El País de Cali 19.02.2004