23.03.2008 Cementerios

Se entiende que los nómadas dejaran atrás sus muertos y que los cubrieran con piedras para protegerlos de los animales carroñeros. Túmulos que terminaron por señalar su presencia entre los vivos y que después llegaron a ser tan grandes los mas importantes como la Gran pirámide de Keops pese a que nunca fue la tumba del faraón. Los cementerios mismos son coetáneos de las ciudades o, a veces, sus inmediatos predecesores, y muchos aparecieron mucho mas tarde en los arrabales o fuera de los muros cuando ya los difuntos no cabían debajo de los pisos de las iglesias o en sus criptas. Todas las ciudades los tienen y algunos, como el de El Cairo, son como una ciudad. Y los hay muy bellos como el del Père Lachaise o La Recoleta; o el de Montevideo, o el Central en Bogota, o el de Cali, o el de Manga o el de Manizales, en el que sus tumbas gozan de una espectacular vista sobre el lejano valle del río Cauca. Y están los de los pueblos vallecaucanos, pequeños, austeros y bonitos, que se pueden visitar, antes de ir para quedarse definitivamente, en el bello libro de Sylvia Patiño: Arte y arquitectura religiosa en el Valle del Cauca.

Cuando nuestras ciudades se extendieron, importamos los parques cementerios. Pero lamentablemente no tienen el espíritu recogido y espiritual de nuestros camposantos tradicionales, ni son útiles como parques, por lo lejanos. En Cali, por ejemplo, toca ser enterrado en los municipios vecinos, pero sin dolientes que nos lleven en hombros, ni carrozas fúnebres tiradas por caballos negros de penachos blancos conducidos por aurigas de sacoleva y sombrero de copa, seguidos de curas, familiares, amigos y plañideras, y Jovita Feijo que no se perdía nada, como aun se veía aquí hace apenas medio siglo. Después, no sin antes el correspondiente debate centrado mas en el futuro de los muertos que en el de los vivos, la moda nos pasó a la cremación. Mas no como la que tan bellamente canto Jorge Salamea en el Sueño de las escalinatas, si no en vulgares hornos como de metalurgia disimulados con pobres arquitecturas como de escenografía de fin de año en el colegio. Simples negocios como desparpajadamente se anuncia en ellos con un pague uno y creme dos.

Sin embargo en estos tiempos de amenazador cambio climático deberíamos volver al enterramiento. Esta vez en parques de verdad dentro de la ciudad, en donde se nos siembre un árbol encima para que se nutra con lo que resta de nuestra parte de la biomasa, como sencillamente pasaba antes en el campo. De contera visitaríamos frondosas arboledas llenas de vida y no apenas mortales cenisarios. Pero como sin duda las lapidas tienen su encanto de nombres, fechas y oraciones, podrían estar junto a cada árbol. Incinerar cadáveres consume mucha energía, contribuyendo a la contaminación causante del efecto invernadero. Y solo nos quedan unos pocos residuos minerales estériles que ilusamente llamamos cenizas pero que aunque son livianos jamás se llevará el viento. Al menos los crematorios deberían estar en hospitales, clínicas y salas de velación para no tener que trastear con nuestros seres queridos por congestionadas vías que los carros fúnebres congestionan aun mas con su ya en estos tiempos ridícula velocidad de entierro.

Columna publicada en el diario El País de Cali. 23.03.2008

03.04.2008 Pruebas de Estado

Desde 2003 el ICFES ha patrocinado en las escuelas de arquitectura los Exámenes de Calidad de la Educación Superior, ECAES, como un ensayo de esas evaluaciones estatales que en muchos países se hacen a los recién egresados para darles su licencia para ejercer. Como era de esperar se han cuestionado, pero confundiendo su calidad y enfoque con su existencia misma. Y, aún cuando han mejorado, lamentablemente no solo no se van a implementar como tales, sino que probablemente desaparezcan. Tal parece que las universidades públicas prefieren no verse comparadas, pues la realidad es que a pesar de que se invierte en ellas mucho más dinero por estudiante que en las privadas, por lo que cuentan con más profesores y recursos, sus resultados no son los que cabría de esperar. Por ejemplo, ha sido la Facultad de Arquitectura de la Universidad de San Buenaventura - Cali la que ha logrado los mejores resultados desde que se están haciendo los ECAES, y este año tres de sus estudiantes quedaron entre los diez primeros, y la de los Andes ha compartido los siguientes puestos con la del Valle y la Nacional de Bogotá.

De las casi sesenta escuelas de arquitectura que existen en el país, solo las cuatro mencionadas han estado siempre entre los cinco primeros puestos. En este caso las comparaciones no son odiosas sino necesarias. Permiten corregir el rumbo para mejorar lo bien encaminado, e identificar lo que francamente no tiene remedio, para eliminarlo. Aquellas que continuamente han quedado en los últimos puestos, y desde luego las cerca veinte que ni siquiera hacen los ECAES, deberían ser intervenidas por el Estado. Tolerarlas graduando cantidades innecesarias de arquitectos mal formados, es una irresponsabilidad, nada menos que con la vivienda y las ciudades de los Colombianos. Si se exigen requisitos para abrir programas de arquitectura, con mayor razón habría que pedirlos para poder ejercer la profesión. Es improcedente que sean las universidades o, peor, simples institutos, los que otorguen de hecho las licencias, pues el Consejo Profesional de Arquitectura, que las da, solo exige el diploma. Son montones de nuevos arquitectos que, como dice Jaime Sarmiento (La arquitectura de moda, 2006), salen a venderse a las inmobiliarias, ayuntamientos y promotores.

Para peor de males, entre nosotros aun es total la falta de interés en una arquitectura pertinente para mejorar nuestras ciudades. Lo demuestran revistas que como Semana, con su “especial” de la construcción (17/03/2008), no pasan de hacer solo propaganda. Pareciera que mientras les paguen están dispuestos a publicar cualquier cosa y hacerla pasar como información seria. Aún cuando ésta prostitución del oficio se debe mas a la codicia, ignorancia e insensibilidad de los promotores, pues en todas partes siempre hay buenos arquitectos, el que éstos sean menos, mejores y con más ética, para lo que serían fundamentales las pruebas de estado, ayudaría mucho. Deberían ser del mayor interés para el gremio, comenzando por la Sociedad Colombiana de Arquitectos, que ya solo reúne una mínima parte los graduados, y para la Asociación Colombiana de Facultades de Arquitectura, que al parecer va a dejar incluso que se terminen los ECAES.

Columna publicada en el diairo El País. 03.04.2008