Cuando nuestras ciudades se extendieron, importamos los parques cementerios. Pero lamentablemente no tienen el espíritu recogido y espiritual de nuestros camposantos tradicionales, ni son útiles como parques, por lo lejanos. En Cali, por ejemplo, toca ser enterrado en los municipios vecinos, pero sin dolientes que nos lleven en hombros, ni carrozas fúnebres tiradas por caballos negros de penachos blancos conducidos por aurigas de sacoleva y sombrero de copa, seguidos de curas, familiares, amigos y plañideras, y Jovita Feijo que no se perdía nada, como aun se veía aquí hace apenas medio siglo. Después, no sin antes el correspondiente debate centrado mas en el futuro de los muertos que en el de los vivos, la moda nos pasó a la cremación. Mas no como la que tan bellamente canto Jorge Salamea en el Sueño de las escalinatas, si no en vulgares hornos como de metalurgia disimulados con pobres arquitecturas como de escenografía de fin de año en el colegio. Simples negocios como desparpajadamente se anuncia en ellos con un pague uno y creme dos.
Sin embargo en estos tiempos de amenazador cambio climático deberíamos volver al enterramiento. Esta vez en parques de verdad dentro de la ciudad, en donde se nos siembre un árbol encima para que se nutra con lo que resta de nuestra parte de la biomasa, como sencillamente pasaba antes en el campo. De contera visitaríamos frondosas arboledas llenas de vida y no apenas mortales cenisarios. Pero como sin duda las lapidas tienen su encanto de nombres, fechas y oraciones, podrían estar junto a cada árbol. Incinerar cadáveres consume mucha energía, contribuyendo a la contaminación causante del efecto invernadero. Y solo nos quedan unos pocos residuos minerales estériles que ilusamente llamamos cenizas pero que aunque son livianos jamás se llevará el viento. Al menos los crematorios deberían estar en hospitales, clínicas y salas de velación para no tener que trastear con nuestros seres queridos por congestionadas vías que los carros fúnebres congestionan aun mas con su ya en estos tiempos ridícula velocidad de entierro.
Columna publicada en el diario El País de Cali. 23.03.2008