04.11.1999 Arquitectura para ciudadanos

Los historiadores se ocupan de lo que pasó en ellas. Los sociólogos de lo que pasa. Los geógrafos urbanos de como se usan y desarrollan. Los antropólogos del comportamiento en ellas de los hombres. Los ingenieros diseñan su infraestructura y limitan sus ensanches. Los terratenientes se lucran con su crecimiento. Los vendedores de propiedad raíz inducen sus gustos con la complicidad mercenaria de los publicistas. Los políticos viven en ellas y de ellas. Más de la mitad de los seis mil habitantes del mundo viven allí y gran parte de los demás dependen de ellas. Pero ¿que hemos hecho los arquitectos por nuestras ciudades? Edificios malos, las más de las veces. Poco nos ha preocupado que, en tanto que artefactos, están constituidas por construcciones que conforman espacios urbanos, principalmente públicos.

Las revistas de arquitectura, la mayoría europeas, norteamericanas o japonesas, de las que se toman los modelos de moda, solo muestran edificios sin contexto urbano y rara vez ciudades. Ante la dificultad o falta de interés de muchos arquitectos, profesores y estudiantes por viajar, se olvida que las ciudades solo se pueden apreciar a cabalidad con su conocimiento directo, pues la arquitectura no es una experiencia puramente visual. (Además de la luz, la sombra, la penumbra, los colores y los tonos, su magia tiene con que ver el eco y los murmullos y los aromas, el aire que pasa, la lluvia y el sol, que tan bellamente reclamo el famoso arquitecto mejicano Luis Barragán.) En los foros, que para bien y para mal tanto gustan a los estudiantes, se ven apenas las últimas realizaciones de las estrellas internacionales y solo ocasionalmente se hacen críticas y se muestran trabajos de investigación. Así, ¿como puede preocuparles la coherencia estética de ciudades y edificios? Desde luego les interesa a los arquitectos buenos, que los hay muchos hoy y que de vez en cuando los dejan hacer obras excepcionales.

Pero las ciudades están conformadas sobre todo por edificios comunes que antes levantaban buenos constructores pero que hoy son encargados a recién graduados que los diseñan casi siempre con un vano y frívolo afán de protagonismo como si fueran únicos. Pichones de arquitecto que salen a montones de las escuelas sin una formación ni un oficio serios y ni siquiera un vocabulario apropiado, pero con licencia para diseñar no importa donde, edificios de cualquier tamaño y uso. Escuelas improvisadas, sin bibliotecas ni computadóres ni visitas a obras, que proliferan en estos países (más de 30 en Colombia) pues son buenos negocios. Casi todas dirigidas por decanos escogidos más por conveniencias extra académicas que por su (inexistente) desempeño profesional y aisladas de una profesión que muchos de sus mal pagados profesores no practican ni actualizan. En la mayoría de sus cursos apenas se especula -sin historia ni teoría ni critica- con formas de penúltima moda, sin usuarios, clientes, lotes ni vecinos, ni presupuestos o sistemas constructivos, ni problemas sísmicos o ambientales.

Por supuesto su reestructuración inquieta a los mejores profesores, que los hay y muy buenos. Pero no ha sido suficiente pese a decanaturas ejemplares (no obstante las críticas) como la de Carlos Morales en la Universidad de los Andes, una de las pocas escuelas (no pasan de siete ) que merecen tal nombre en el país. Mientras tanto sus ciudades son cada vez mas inhóspitas y feas pues ahora hasta sus edificios excepcionales los diseñan simples estilistas (que no arquitectos) al servicio de promotores ignorantes o codiciosos o caprichosos. Para desgracia de las ciudades actuales la correcta construcción ya no es el rasero de una buena arquitectura común pues el desarrollo tecnológico actual permite construir cualquier despropósito, con la complicidad de ingenieros sin ética ni estética. Se hace imperativo reinventar esta arquitectura de todos los días y saber substraerla de la arquitectura de los monumentos, cuando la ciudad lo "indique", mediante actitudes éticas y verdaderamente profesionales que lleven a una nueva estética urbana y por tanto a un mejor bienestar ciudadano.

Columna publicada en el diario El País de Cali. 04.11.1999