Columna publicada en el diario El País de Cali. 28.03.2002
28.03.2002 El fin de una profesión
No
es tanto la crisis de la arquitectura en el país después del embate del
posmodernismo sino, además, la de su práctica. Es la peor desde que se volvió también aquí una profesión liberal, a comienzos del siglo pasado, reemplazando
su muy eficiente práctica artesanal de tradición colonial. Pero no solo es
debida a la paralización de la industria de la construcción, especialmente en
Medellín y Cali, sino que es estructural y como todo ahora, global.
Dice
Rem Koolhaas (Mutations, Harvard Project on the City ) que su ejercicio en
China, donde hoy se construyen la mayoría de los edificios del mundo, tiene los
honorarios mas bajos y los plazos mas cortos que hayan existido, pese a que se
trata de grandes edificios. Allá los arquitectos no tienen oficinas y todo se
hace desde diversos lugares con sub contratistas mediocres seudo
especializados, computadoras e internet. Piensa que esta manera de hacer las
cosas llegará a Europa en 20 años. Aquí, donde todo llegaba tarde, ya llegó,
pero con la notable diferencia de que el trabajo de los arquitectos es cada vez
menos y en Cali prácticamente inexistente y sin perspectivas de que vuelva a
ser como fué.
Pero
en cambio pululan las escuelas de arquitectura: más de 35 aprobadas y en total
cerca de 60, la mayoría recientes y con profesores improvisados entre
estudiantes recién graduados, no siempre los mejores, sin experiencia docente
ni profesional. En ellas se matriculan cientos de jóvenes ilusos o que buscan
el atajo de los programas de arquitectura, a los que se ingresa fácilmente y
poco exigen, para ser "doctores" lo que ayuda en esta sociedad hasta
para manejar taxi, que es lo que muchos terminan haciendo cuando descubren que
no hay trabajo para tantos arquitectos. Ya son 34.000 los graduados en el país,
según estima la Sociedad Colombiana de Arquitectos: uno por cada mil y pico de
habitantes.
Las
mejores escuelas no se han apersonado del problema. No diversifican sus
programas y con excepción de algunas, entre ellas la Nacional, solo tímidamente
comienzan algunos posgrados. No han cambiado sus métodos de enseñanza y ni
siquiera entrenan a fondo a sus estudiantes en el diseño con computador, pese a
que es lo único que les permitirá trabajar en su campo cuando terminen. Aunque
más de la mitad de los arquitectos que ejercen en el país se dedican a la
construcción, por ejemplo, apenas existe el programa en dos universidades.
Por
supuesto hay cosas por hacer: obligar a que se cumpla la ley para que todos los
edificios y espacios públicos sean diseñados por concurso, y motivar a los inversionistas
para que los privados también. Exigir estudios de posgrado a todos los
profesores, o comprobada y larga experiencia, para que las escuelas sean
aprobadas. No permitir la práctica sino a aquellos arquitectos que cuenten con
experiencia previa documentada en oficinas existentes y reconocidas y pasen un
examen de estado. Se puede, también,
actualizar el oficio uniéndolo al de otros profesionales en centros de
trabajo y de prestación de servicios a la profesión, la construcción, la
industria y los municipios. Y, sobre todo, hay que cambiar su enseñanza, como
ya lo está haciendo la Escuela Internacional de Arquitectura y Diseño Isthmus
en Panamá.
La
gran arquitectura volverá a ser también aquí un arte de minorías para los más
talentosos, que luchan duramente por ser reconocidos, como lo es en Japón,
Europa y Estados Unidos. Para ellos sí que será cierto, como decía H. H.
Richardson, que la primera ley de la arquitectura es conseguir el trabajo. La
práctica profesional quedará para las grandes oficinas internacionales, que ya
entraron al país. Las construcciones comunes y
pequeñas serán de diseñadores anónimos y baratos, como en China, en
donde, advierte Koolhaas, lo característico de su arquitectura actual es su
absoluta falta de calidad; como pasa en Cali hace rato.
07.03.2002 Las palabras de la arquitectura
En recuerdo del maestro Quevedo
Para la arquitectura premoderna, lo confirman
muchos diccionarios especializados, existía un vocabulario extenso, rico,
preciso, propio y bello. Para la actual se usa cada vez más un metalenguaje
reducido, pobre, ambiguo, importado y feo.
Ignorando
lo que es una epidermis los edificios ya no tienen fachadas sino
"pieles". Ya no se coronan como reyes sino que se "rematan"
como si fueran labor de costureras. Una columna es cualquier cosa y no solo la
que conforma un orden, y muchos no la diferencian de un piederecho o pilar, de
una pilastra (ya casi no las hay) o un machón y algunos ni siquiera -que
escándalo- de una viga. Pocos saben qué es una rampa caballera o de caballería
como si ya no se usaran. Creen que una fábrica es una industria y no un muro de
mampuestos ¿o sillares? cuyo significado tampoco sospechan, y que las calles de
una fachada son las que pasan enfrente de ella. Losa es cualquier entrepiso.
Pero ciertos edificios ya no tienen entrepisos y ni siquiera losas sino
"bandejas". Ignoran que es una crujía. Las cubiertas de tejas ya no
son techumbres.
Los
arquitectos ahora, contra toda evidencia, creen que usan "lenguajes"
(mala traducción de formal vocabularies ) y no repertorios formales o
sencillamente formas arquitectónicas. Cabe preguntarles que dicen pues el
lenguaje precisamente permite dar mensajes y afirmar tesis, conceptos, valores,
intenciones y hasta amenazas. No es de extrañar, pues, que los edificios y sus
diferentes bloques y "torres" (todo para ellos son torres aun cuando
casi nunca lo sean), que ya no son cuerpos, alas, naves ni pabellones,
"dialoguen" entre sí. Y por supuesto lo hacen con "acentos".
¿Cómo
pedirle a los arquitectos que consideren las ciudades tradicionales si no saben
siquiera nombrar sus partes? Piensan que el paramento de una calle es solamente
un límite y no el plano que la conforma con el piso (y el cielo), y las
confunden con las vías. Cualquier cosa es ni siquiera una plazuela sino una
plazoleta. Hijos de la violencia cultural de una modernidad mal entendida, que
los volvió analfabetas (ya no leen, solo miran revistas), y recién urbanizados
(es un decir) ¿cómo van a reconocer sus ancestros culturales? ¿cómo van a saber
de los espacios urbanos de las ciudades pre existentes a su tonta utopía de que
iban a construir todo de nuevo pero (estupidez devastadora) en el mismo sitio?
Ante la imposibilidad de hacer nuevas ciudades solo pudieron destruir sus
calles y cambiar (empobreciéndolo) su léxico de arquitectos.
La
arquitectura en estos países ya no es una buena construcción que responde bien
a su función, mediante formas gratas y a veces emocionantes, e implantada en
espacios urbanos que ayuda a conformar, sino únicamente modas simples y
pasajeras. Sólo se busca reproducir la imagen trucada de los edificios (sin
ciudad ni vecinos, sin uso ni muebles, sin envejecer, sin clima ni paisaje ni
tradiciones) que presentan las revistas y algunos conferencistas que acolitan
conscientemente, o no, nuestra dependencia cultural. Imágenes que han
reemplazado en la admiración de los jóvenes a los edificios y ciudades de
verdad que simplemente no conocen o apenas han visto por fuera y a la carrera.
Si hay algo que difícilmente se puede fotografiar es un espacio arquitectónico
o urbano y mucho menos el ambiente que logra; es más fácil describirlo pero
"belleza, poesía, embrujo, magia, encantamiento, sortilegio...serenidad,
silencio, misterio, asombro, hechizo"
son palabras que poco se usan, como lo reclamó Luis Barragán al recibir
el Prizker en 1980; o se las vuelve también moda.
Ildefonso
Quevedo hijo y nieto de albañiles era de los de antes: amaba su saber y se
divertía con él, y aunque no leía planos sí que sabia trazar edificios y
nombrar sus partes y trabajos diferentes.
Columna publicada en el diario El País de Cali 07.03.2002
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