29.01.2016 ¿Arte?

La curadora, crítica de arte y académica mexicana, Avelina Lésper, se hace esta pregunta a lo largo de cuatro ensayos recogidos en El fraude del arte contemporáneo, pequeño pero certero libro editado en Bogotá el año pasado por Libros Malpensante. En la introducción, Ángel Unfried señala cómo la autora rebate convincentemente la idea de que el “significado” prevalece sobre las obras; cómo cuestiona a fondo la enorme distancia entre las propuestas y las obras y denuncia el problema ético de la copia, y cómo desnuda la supuesta protesta de las mujeres artistas.

En Arte contemporáneo / El dogma incuestionable, 2012, plantea varios dogmas de la que con toda la razón dice es la nueva religión del arte: la transubstanciación, dividida en la del concepto y la de la
inhabilidad del significado; el dogma de la bondad del significado; el del contexto; el del curador; el de la omnipotencia del curador; el de “todos son artistas”; y el de la educación artística, y denuncia la
estafa de ciertas escuelas de arte. Concluyendo que no se quiere ver el desfiladero al que se dirige el arte actual cuando todo es arte.


En Contra el performance, 2011, deja en claro cómo se asume que
quienes los hacen son artistas por el simple hecho de hacerlos en un
lugar bendecido por el curador, y que cualquier cosa que hagan sin
talento, técnica o capacidad creadora, o se hagan a si mismos, es
arte. Acciones que se copian, repiten y desgastan llegando a lo
grotesco, anunciando el fin de un movimiento que surgió como un
rompimiento, pero basado en la idea de que el “significado” no
requería ser comprendido, y de hecho muchas veces es poco mas que mera improvisación.


En Robar, plagiar, mutilar/ Formas de copia en el arte, 2013, recuerda
como desde que Marcel Duchamp invento el Reddy-made, el trabajo
artístico se transformó pues declaro que el artista debería ser un
pensador mas que un hacedor. Incluso un hacedor de copias sin
original, pues parte de objetos de producción en serie como su famoso
orinal (que probablemente era una “escultura” de una amiga) que el
pensó mejor llamar “fuente” y del que, oculto tras un seudónimo que
todo el mundo sabia que era el mismo, realizó no se sabe bien cuantas
copias, mientras lo explicaba ya con su propio nombre, y desde luego
las vendía.


Y, en el último, Arte y feminismo / Entre la cuota y el chantaje,
2015, Avelina Lésper declara que estamos ante el avasallante
resurgimiento mundial del fundamentalismo con respecto a las mujeres
por parte de las tres religiones monoteístas, pero cómo las artistas
feministas repiten los actos contra los que supuestamente se rebelan
solo que al amparo de museos financiados con los dineros de los
contribuyentes. Que sus obras propician lo mismo que enfrentan al
explotar el tema femenino, desprestigiando un movimiento ahora mas
necesario que nunca.


Algo similar al arte actual pasa con esa arquitectura posmodernista en la que prima la arbitrariedad de sus formas y no su objetividad, transubstanciación posible gracias al gran desarrollo de los sistemas de construcción a lo largo del siglo XX, que ha llevado a su espectáculo, el que, al igual que los museos el arte, legitima cualquier cosa como arquitectura, dañando el contexto pre existente de los barrios de las ciudades en las que se implanta como si fuera cirugía estética. Es de lo que habla Mario Vargas Llosa en La civilización del espectáculo, 2012, aunque, curiosamente, no se refiera a la arquitectura.

Columna publicada en el diario El País de Cali. 29.01.2016