23.12.2010 El cambio

A principios del siglo XX se comenzó a cambiar en el país la construcción tradicional por  la arquitectura llamada republicana (moderna en sus técnicas y funciones pero historicista en sus formas), que sustituyó con sus edifi­cios altos las viejas casas de los centros de las ciudades. Luego llegó el primer mo­dernismo, con in­fluen­cias Art deco, y simultáneamente se siguió la última moda proveniente de unos Esta­dos Unidos vencedores en la II Guerra Mundial: el Spanish  de la costa oeste y la Florida, que se conocería aquí como español califor­niano y coincidiría con el neocolonial impulsado desde la Exposición Iberoamericana de de Sevilla, de 1929.
            
Igualmente se contrataron urbanistas extranjeros para planificar unas ciudades que crecían rápidamente y ya no obedecían a una idea tradicional, implícita y colectiva, pero sus planes, que ignoraron ingenuamente la propiedad del suelo, ya un negocio, no fueron realistas. El de Wiener y Sert, que buscaba preservar el Centro de Cali evitando mediante grandes vías laterales su cruce obligado y desplazando sus nuevos centros de gestión,  fue considerado costoso e inconveniente para su “desarrollo” económico. Después se creó la CVC pero luego se permitió urbanizar unas tierras que se volverán a inundar si se rompe el jarillón, lo que será un desastre para la ciudad.
            
El paradigma era un nuevo diseño totalizador que metía en un mismo saco conceptual la arquitectura, el urbanismo y las artes, entendido como una técnica moderna que permitía nada menos que su aplicación a todo en aras al ”desarrollo” y el “progreso”, identificados con la moda y el cambio. Además se redujo muchas veces a la sola demolición de lo “viejo”, al contrario de Europa donde lo moderno se sumo, y casi todo en sus nuevos suburbios.  Aquí su vulgarización ingenua e ignorante, mas de imágenes que real, es responsable de la destrucción -de otra manera incomprensible- de buena parte de nuestro patrimonio arquitectónico y urbano.
            
También se ampliaron las calles, pero a pedazos, transformándolas en ineficientes vías para carros, olvidando a los peatones y destruyendo el tejido existente, lo que deterioró rápidamente los centros y barrios de nuestras ciudades. Sus paramentos corridos y uniformes se llenaron de voladizos y antejardines, deformando su espacialidad, sus fachadas homogéneas fueron reemplazadas por volumetrías insulsas e individualistas y las alturas se dispararon eliminando la importancia y belleza que tuvieron cúpulas y to­rres,  generando enormes y feas "culatas" que hoy se cubren abusivamente con “modernas” vallas publicitarias.

                        
Muchas otras “ideas” asociadas a lo "moderno" fueron superpuestas a nuestras ciudades para legitimar los intereses comerciales de los nuevos terratenientes urbanos y negociantes inmobiliarios, como la zonificación y estratificación que eliminaron la convivencia culta y pacífica de gentes y actividades propia de las ciudades. Para rematar, al finalizar el siglo un pretendido postmodernismo, financiado por los narcotraficantes para lavar su dinero e imponer su presencia, y seguido por sus imitadores, llenó nuestras ciudades con los peores edificios que se han hecho en el país, al tiempo que se demolían indiscriminadamente perdurables edificios modernos.

Columna publicada en el diario El País de Cali 23.12.2010 

28.11.2010 CIVĪLIS.

Ya en el siglo IV aC. decía Aristóteles que las ciudades son sus ciudadanos. La curiosidad y necesidad de comunicación, placer y trascendencia, dice Paul Vidal de La Blanche (Principios de Geografía Humana, 1922), llevó al hombre a convertir un sitio natural en un lugar construido para satisfacer sus necesidades y deseos en una convivencia civilizada como lo precisa José Ortega y Gasset (La rebelión de las masas, 1936). Producto del comercio, la industria, la política, la guerra, la religión y el conocimiento nos recuerda Henry Pirenne (Las ciudades de la Edad Media, 1939), permiten el arte, la literatura, la filosofía, la ciencia, el deporte y el espectáculo. Sus imágenes dependen de su clima, paisaje, actividades y eventos, pero sobre todo de su arquitectura. Como dice Lewis Mumford en su crucial obra (La cultura de las ciudades,1938), concentran el poderío de una sociedad y son escenario y símbolo de su cultura. Con la lengua son nuestra creación mas grande, y comienzan con aldeas que eran como un mundo y hoy el mundo es una suma de ciudades con barrios como aldeas. No hay nuevas pero si muchas y no han parado de crecer, y en África y Latinoamérica algunas ya son grandes megalópolis.

Reflejo de lo social y económico, son un arte colectivo y tienen su propia especificidad. La política surge en las Polis griegas, y los ciudadanos romanos, Cívis, les dieron su nombre, Cívïtäs, y en la Edad Media los siervos se liberan en las Urbs: El Renacimiento, la Revolución industrial y la Revolución Francesa surgen de ellas, sin las cuales son imposibles las democracias, ciencias y técnicas actuales, ni la vida misma de mas del 50% de los siete mil millones que habitamos en el planeta, y de casi el 80% en países como Colombia, en los que hace medio siglo era lo contrarío, y de ellas dependen todos los demás cada vez mas. Evolucionaron hasta hoy y su próximo ciclo ya comenzó con la defensa del contexto de sus centros históricos, y con la construcción de Abu Dabi, en la Península Arábiga, completando su desplazamiento al Occidente, ya notado por Wolf Schneider (De Babilonia a Brasilia, 1961). Sus soluciones, basadas tanto en tecnologías de punta como en la arquitectura y urbanismo tradicionales, servirán de ejemplo para que vuelvan a ser sostenibles.

Vienen de Mesopotamia y Egipto, y Roma las llevó a media Europa, en cruces de caminos y vados, al lado de fortificaciones o ferias, encerradas por murallas, y pasan al Nuevo Mundo encontrando otras en esencia iguales, e incluso mas grandes como Teotihuacan, pero que solo influyeron en el emplazamiento de las ciudades coloniales, pues de Machu Picchu o Ciudad Perdida solo se sabe después. Hoy Sâo Paulo y México, tienen cerca de veinte millones de habitantes, Buenos Aires trece, Bogotá y Santiago mas de cinco, Caracas, Cali y Medellín cerca de tres, Guayaquil, San José, la Habana y San Juan mas de dos, Panamá, Cartagena, Barranquilla, Manaos, Quito, La Paz, Montevideo y Asunción mas de uno. Su rapidísimo crecimiento y la privatización de su suelo desde la Independencia ha desbordando su planeación pero su arquitectura, que preciso Aldo Rossi (La arquitectura de la ciudad, 1968), puede mejorarlas, como pedía Sybil Moholy –Nagy (Urbanismo y Sociedad, 1968). Lo dijo Aristóteles en La política : ”surgieron para satisfacer las necesidades vitales del hombre, pero su finalidad es permitirle vivir bien...”, lo civilizan permitiéndole ser un ciudadano a cabalidad.

Artículo publicado en la revista Gaceta del diario El País de Cali. 28.11.2010

24.06.2010 “Glocal”

Como dice Barry Bergdoll, curador de Arquitectura y Diseño en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, ya llegó a su fin la era de los arquitectos-estrella (A. Prado Coelho, P2, Lisboa, 24/05/2010),  que tanto y tan mal hemos imitado aquí en los últimos años.  Comenzó con el icónico Guggenheim de Bilbao (1992-2003) de Frank Gehry y termina con el nuevo museo de arte contemporáneo de Roma, aun sin colección, de Zaha Hadid (también ella icónica, anota Bergdoll), concluido a finales de 2009. Y está aun sin terminar el Museo de la Biodiversidad en Panamá, tambien de Gehry, al que algo salvará su imagen caribeña. Los museos, dice Bergdoll, fueron talvez las obras mas emblemáticas de ese período pero, flor de un día, ya los turistas no volverán a verlos una vez pasada la curiosidad.

Estamos asistiendo al regreso a la responsabilidad social del arquitecto. Prueba de eso es la exposición que el MoMA está preparando para Octubre, Pequeña Escala, Cambio Grande, que presentará proyectos como una escuela primaria en Burkina Faso, otra "hecha a mano" en Bangladesh o un hogar para ancianos ligado a una escuela para niños en California. Ya en el 2000, en la Bienal de Venecia, su comisario, el arquitecto Massimiliano Fuksas, había pedido "mas ética, menos estética", y diez años después el chileno Alejandro Aravena, empeñado en soluciones para viviendas de bajo costo, está en el  jurado del Premio Pritzker, que tradicionalmente había premiado estrellas. Coincidiendo con Bergdoll, esto es una señal de un cambio en las prioridades de los arquitectos, y sin duda mucha ética es lo que nos falta aquí.

Hay una reconciliación con el Movimiento Moderno, pero, previene Bergdoll, críticamente y reconociendo falencias y  problemas muy específicos del siglo XXI, y una de las soluciones que debemos encontrar o regresar a ella, como dice él, es el trabajo interdisciplinario en equipo. Incluso lo que necesitamos  es una arquitectura regenerativa, como la llama el arquitecto Bill Reed en Estados Unidos (J. Ramírez, USB-C, 12/06/20010),  no apenas sostenible sino que produce excedentes de energía y agua, y comida en sus vergeles, y que debe durar mucho mas que sus fines iniciales. Como dice Renzo Piano, “La arquitectura es a la vez el arte de hacer edificios sólidos y permanentes para la gente y […] mejores ciudades” (A. Zabalbeascoa, Pamplona, 10/06/2010), cosa que en Cali poco hacemos.


Los edificios deben responder a su emplazamiento, uso, construcción y belleza, como indicaba Vitruvio hace dos milenios, y ser seguros, adaptables y reusables. Adecuarse a climas, paisajes y tradiciones, como lo vio Le Corbusier (W. Boesiger, 1955), y renovar tradiciones, técnicas y materiales, y ocuparse de la identidad, el paisaje y lo cívico (Richardson, 2001). La arquitectura, como todo arte, está determinada por la historia. Es en los paradigmas del pasado, en los que es inseparable del lugar -como nuestras casas de hacienda-,  de donde puede salir una correcta respuesta para su futuro, estudiando críticamente a los arquitectos que aquí y en otras partes son precursores en esto. Hay que pensar globalmente y actuar localmente como propone Bergdoll. Pero aquí seguimos en bienales de moda y premiando “pieles” de colorinches.

Columna publicada en diario el País 24.06.2010 

03.06.2010 Otra estética

La arquitectura para que sea sostenible debe considerar su sitio geográfico: latitud y altura sobre el mar, y humedad, nubosidad, viento,  vegetación y  topografía. Y las circunstancias históricas del lugar para que sea contextual. Su correspondencia con el paisaje natural en el que se encuentra y con los espacios urbanos pre existentes. Los paramentos, alturas y composición de las fachadas de los edificios que conforman las calles y su relación con los monumentos que pueda haber. Datos tan precisos como los geográficos, que facilitan  lo sostenible mejorando los aciertos y minimizando los errores o falencias del patrimonio construido.

Así lo hicieron muchos destacados arquitectos como Fernando Távora, Álvaro Siza y Eduardo Soto de Moura en Oporto, Luis Barragán y Carlos Mijares en México, Carlos Raúl Villanueva en Caracas, Juvenal Baraco en Lima, Oscar Niemeyer en Rio de Janeiro, Villanova Artigas en Sao Paulo, Rogelio Salmona y Rueda, Gómez y Morales en Bogotá, o Sir Geoffrey Bawa en Sri Lanka. Todos consideraron la arquitectura vernácula de sus lugares de trabajo. Concretamente su relación con sus características geográficas e históricas. Las incorporaron de diferentes maneras  a su propia interpretación de lo moderno, alcanzando una autentica posmodernidad.

En nuestro caso deberíamos estudiar las casas de hacienda y urbanas coloniales. No para copiarlas sino para reinterpretarlas y emular sus gratos ambientes e indudable belleza. Su emplazamiento, función, construcción y belleza suelen formar un todo admirable a pesar de su austeridad, rayana en la pobreza, o quizás justamente por ella. Y conocer sus modelos ibéricos que se adaptaron a la geografía e historia locales, y sobre todo analizar los tipos y patrones que aquellos generaron. Es su arquitectura sin arquitectos y no sus imágenes lo que nos debe interesar. Pero no la vemos cegados por los vidrios y aluminio de nuestra dependencia cultural.

Solo partiendo de la experiencia de lo ya construido se puede llegar a conformar un nuevo canon con patrones pertinentes a nuestras características geográficas y circunstancias históricas. Los nuevos edificios deben sumarse a los del pasado, aun presentes en las ciudades, las que estaremos diseñando al mismo tiempo que ellos, al considerar que su belleza colectiva es mas importante que la individual de cada uno, pues no se suman simplemente a sus contextos sino que interactúan con ellos. Lo importante es el coro y no apenas los cantantes, los que nunca deben tratar de opacar a los solistas sino crear la base sobre la que estos sobresalen.


Así encontraremos nuevas formas al resolver problemas arquitectónicos actuales y distinguir entre los monumentos y  su entorno. Lo sostenible y contextual permitirán una nueva estética en nuestro trópico andino, efectiva e identificable pues los lugares, como sus habitantes, aunque se parezcan nunca se repiten. La originalidad de nuestros proyectos seria apropiada y pertinente y no trivial y de moda. Como se ha dicho, es volver al origen, y por supuesto no lo es imitar las imágenes de arquitecturas foráneas que nos quieren vender las revistas ídem, financiadas por los productores de materiales de construcción que aquí no usamos o no deberíamos usar.

Columna publicada en diario el País 03.06.2010