Columna publicada en el diario El País de Cali 02.10.2003
02.10.2003 La buena construcción
A la memoria de Luis Caro Cayzedo
Pizano, Pradilla, Caro, y (posteriormente)
Restrepo, reconocida firma de arquitectos, ingenieros y constructores, es
responsable, con otras pocas oficinas bogotanas, de buena parte de la mejor
arquitectura moderna que se construyó en el país en la segunda mitad del siglo pasado.
Como el conjunto Bavaria y el Banco Comercial Antioqueño, ambos en Bogotá,
construidos por ellos y proyectados por Obregón y Valenzuela.
Ya se sabe que sin buenos clientes no hay buena
arquitectura pero igualmente sin buenos constructores tampoco. Y que la buena
construcción va mas allá de la buena factura; es sobre todo el talento, los
conocimientos y la responsabilidad que hacen que los edificios enfrenten bien
el paso del tiempo y el abandono de los hombres. La arquitectura era antes el
arte de construir, como dice el diccionario, y es tiempo de que lo vuelva a
ser. El deterioro de los frívolos edificios hoy de moda es sorprendente. Y lo
peor, al menos para nosotros, es que sus bellas pero mentirosas fotos (tomadas
a las obras sin acabar ni usar), exquisitamente diagramadas en las revistas
extranjeras, encantan a los estudiantes de arquitectura y sus jóvenes
profesores que tampoco los conocen de verdad, y se convierten en los paradigmas
de nuestros concursos y bienales.
La
realidad es que, como Rogelio Salmona lo ha dicho recientemente, ni la historia
ni la geografía son globalizables, y los edificios se deben a ellas
primordialmente. El clima, que a su vez influye decisivamente en el paisaje,
los determina por lo tanto doblemente; y la historia, es decir las tradiciones
y la cultura, los condiciona. Pensar, como incluso lo propuso Le Corbusier, que
es posible una arquitectura para todas las condiciones (como lo deben ser un
carro o un avión) es a la larga no solo imposible sino totalmente indeseable
pues, como se dice comúnmente, el placer esta en las diferencias. Pero clima,
paisaje, tradiciones y usos no solo son determinantes arquitectónicas sino
tambien constructivas.
Es
urgente que los arquitectos aprendan posiblemente ya no a construir pero si al
menos a proyectar sabiendo como se construye. La dificultad es desde luego que
en las escuelas de arquitectura no solo no se construye nada sino que cada vez
se sabe menos como se construye; allí todos tienden a volverse teóricos con el
agravante de que la mayoría no estudian ni investigan. Como dice el arquitecto
Willy Drews, “curiosamente se ha creado silenciosa e imperceptiblemente una
tendencia a uniformizar la forma de hacer nuevos arquitectos que se ha
transmitido de país en país y de generación en generación hasta el punto que,
conjugando el engañoso verbo
generalizar, podríamos decir que la enseñanza de la arquitectura es igual en
todas partes.”
La
solución por supuesto es trabajar con los que mas saben, como se ha hecho desde
hace siglos. Aprender en oficinas de
buenos arquitectos y constructores, pero no solo en sus talleres de diseño sino
especialmente en sus obras. Desde luego no se trata de una alternativa a la
educación técnica en las universidades, que además deben proporcionar una formación
humanística, pero si de un complemento profesional imperativo: allí, en las
obras, ingenieros y constructores como Luis Caro es mucho lo que nos pueden
enseñar de la arquitectura y su construcción. Y de la vida
Columna publicada en el diario El País de Cali 02.10.2003
Columna publicada en el diario El País de Cali 02.10.2003
26.06.2003 Arquitectura y energía
En Europa la mitad del consumo de energía es por
cuenta de los edificios; el doble de la que consume el transporte. No tanto
para su construcción y operación si no sobre todo para su calefacción e
iluminación, especialmente en los días cortos y muy fríos del invierno (Sophia
y Stefan Belino: Sol Power). Lo mismo sucede en Estados Unidos y Japón y en
general en los paises con estaciones.
Por lo contrario, en los climas templados y
cálidos de los que están en la franja ecuatorial, como Colombia, ahorramos
buena parte de esa energía: nunca precisamos de calefacción y la luz diurna es abundante
y su duración casi igual a lo largo del año. En Cali, y en todo el valle que la
rodea, si nos preocupáramos por lograrlo, tampoco necesitaríamos aire
acondicionado, exceptuando aquellos locales estrictamente cerrados; y, con
patios y pozos de luz, se podría obviar casi totalmente la iluminación
artificial en muchos recintos. Para no hablar del ahorro de energía que se
haría al evitar los edificios innecesariamente altos. Debería ser un propósito
que nuestra arquitectura sea bioclimatica como ya lo es una obligación el
hacerla sismorresistente.
Pero desperdiciamos las posibilidades de nuestro
clima de la misma manera que lo hacemos con el paisaje. Tal vez se deba a que,
como el agua, los tenemos en abundancia. Se trataría, entonces, mas de una
responsabilidad hacia el futuro que de una necesidad inmediata. Pero seguimos
copiando y premiando tontamente en concursos y bienales la arquitectura de las
revistas internacionales (y la de las nacionales que tambien la copian),
pensada para otros climas y paisajes, en lugar de buscar mas y mejores
posibilidades a las ya muy pertinentes soluciones de nuestra arquitectura
colonial y de tradición colonial. Búsqueda que además de proporcionarnos una
arquitectura apropiada nos permitiría una “propia” y no solamente prestada como
es la mayoría de la que hoy se hace aquí sin siquiera adaptarla.
Olvidamos que la arquitectura moderna en Cali,
de mediados del siglo XX, muy influenciada por la brasilera, reconocida
mundialmente en ese momento, se preocupó con indudable acierto por el clima.
Refuncionalizó los tradicionales patios sombreados y volvió a usar calados y
celosías que dejan pasar el viento y tamizan la luz. Buscó, incluso con
exageración, las orientaciones correctas, abriendo los edificios al norte y sur
para evitar el sol de la mañana y sobre todo el de la tarde. Pero falló en las
cubiertas planas que imponía la moda moderna. Solo en unos pocos casos, al
volverlas jardines con pasto, como proponía Le Corbusier, se solucionó
adecuadamente el problema de aislarla de la radiación solar, casi la mitad de
la cual incide precisamente en las cubiertas (Víctor Olgyay: Clima y
Arquitectura en Colombia), evitando las goteras, que se volvieron como una
maldición de terrazas y azoteas.
Habría que retomar el camino de nuestra
arquitectura tradicional y moderna pero usando todos los muchos adelantos
tecnológicos al respecto, y de la mano de mejores conocimientos sobre el tema.
Sin embargo, en buena parte habría que producirlos aquí pues las
investigaciones que se hacen en otros lados sobre arquitectura y clima casi no
se ocupan de las regiones tropicales cálidas y húmedas, y menos de las
templadas que son en Colombia en las que están la mayoría de sus ciudades.
Columna publicada en el diario El País de Cali 26.06.2003
Columna publicada en el diario El País de Cali 26.06.2003
19.06.2003 El sino de los edificios
A la memoria de Roda
El arquitecto español Rafael Moneo, premio
Pritzker, dice que el destino de los edificios es cambiar; verdad de a puño que
Juan Antonio Roda entendía perfectamente: su bella casa en Suba, en la que
intervinieron varios importantes arquitectos, tuvo muchos y permanentes cambios
con y sin ellos.
Prácticamente todos los grandes monumentos
premodernos se acabaron después de la muerte de sus arquitectos, muchos los
tuvieron varios y por supuesto todos han sido modificados. Lo que es
intolerable es que otros lo hagan cuando sus autores todavía están activos,
como parece ser el caso del Museo Brasileño de Escultura, de Paulo Mendes da
Rocha, arquitecto ganador de la segunda edición de Premio Mies van der Rohe de
Arquitectura Latinoamericana. O como el necesario refuerzo sismorresistente de
la terminal de buses y el aeropuerto de Cali llevado a cabo sin contar para
nada con sus arquitectos respectivos.
En
el Museo de Arte Moderno de Bogotá, Mambo como lo llaman ahora, se ocultaron
sus paredes de ladrillo visto y concreto abusardado con desafortunados paneles
de yeso para que sus salas quedaran blancas como siempre quisieron sus curadores.
Lo desconcertante fue que su directora salió a decir que el edificio estaba sin
pañetar por que no habían tenido dinero para hacerlo cuando lo construyeron.
Por supuesto la solución hubiera sido poner más paneles movibles pero lo que
querían era "desaparecer" la arquitectura de Rogelio Salmona, mas
emocionante que mucho de lo que allí se expone.
El
problema desde luego no es solo de respeto con los autores de los edificios. Lo
es sobre todo de acierto en sus necesarias modificaciones funcionales y constructivas,
de tal manera que no se afecten negativamente sus formas. Parafraseando a
Emerson, no se puede sacrificar su seguridad y buen uso para mantener a toda
costa lo que de arte contengan. Pero es más: las nuevas generaciones tienen el
derecho a "actualizar" sus formas y de hecho así se ha hecho
innumerables veces en la historia de la arquitectura y sobre todo en la de los
espacios urbanos. Por ejemplo la conformación a lo largo de ocho siglos de la
plaza de San Marcos en Venecia, o el Palacio de Versalles que solo se terminó
después de la Primera Guerra Mundial y en el que intervinieron grandes
arquitectos que se corrigieron unos a otros.
La
arquitectura es arte pero no solo arte, como justamente ha dicho Salmona. Por
eso es tan comprometedor hacerla ...y cambiarla. Y aun mas la ciudad. Son
enormes las inversiones, personas y tiempo afectados. Es lo que no entienden
los que alaban las obras de los Juegos Panamericanos de Cali pese a que se
demolieron muchos de sus edificios mas significativos y se desmembró su casco
tradicional con un plan vial que pensaba las ampliaciones viales como un
instrumento renovador, borrando en cuatro años lo conformado en cuatro siglos;
acabar con el resto de la ciudad tradicional tomó cuatro décadas mas. La enorme
importancia y magnitud de este crimen histórico -sin castigo aún- es evidente
pues lo que quedó es todavía lo mejor de Cali.
Pero el sino de edificios y ciudades no es un
problema solo de especialistas: incumbe o debería incumbir a todos los
ciudadanos, como la política, que tiene el mismo origen de polis, ciudad, como
tambien bien lo entendía Roda que era un pintor culto además de bueno.
Columna publicada en el diario El País de Cali 19.06.2003
Columna publicada en el diario El País de Cali 19.06.2003
15.05.2003 Arquitectura y ciudad, tradición y modernidad
La gran arquitectura se inició con las tumbas
antes que las ciudades. Está asociada a los monumentos y al arte. Las viviendas
vernáculas de todo el mundo no son mas que una maravillosa artesanía, escasa
ahora que la mitad de su superpoblación vive es en ciudades. Se siguen haciendo
monumentos pero la bella arquitectura domestica de antes desaparece junto con
calles y plazas, sobre todo aquí en donde hoy se diseña cualquier cosa como si
fuera un mausoleo, ignorando la ciudad, sus tradiciones y circunstancias.
La
arquitectura moderna -antítesis de la ciudad tradicional- planteó edificios
exentos separados por autopistas y aislados en zonas verdes que ocultan las
relaciones entre ellos, evidentes apenas en sus abstractas “localizaciones”. No
es casualidad que solo en el tercer mundo se intentaran ciudades modernas;
Chandigarh, en la India, en 1950, de Le Corbusier, y Brasilia, en 1960, de
Lucio Costa (la ciudad) y Oscar Niemeyer (sus principales edificios), en donde
se pretendió un atajo al progreso mediante el urbanismo y la arquitectura. Pero
lo que sí se emprendió en todas partes fue la modernización de las ciudades
existentes. En Europa se salvaron los centros históricos por ser grandes y
sólidos. Pero aquí, buscando modernizarnos, destruimos los nuestros, pequeños y
frágiles, y los rodeamos de enormes invasiones de pobres, cuya fealdad vuelve
miserables, y de suburbios de nuevos ricos, igual de pobres por lo miserable de
su estética.
Años después los arquitectos en Europa
comenzaron fue a remendar los daños hechos por los intentos de renovación y por
la guerra. Recomponer calles, recrear manzanas y patios y revitalizar centros
históricos son sus nuevos (viejos) propósitos. Como en la Interbau de Berlín,
de 1980 (desandando la de 1957), y recientemente en la Potsdamer Platz. O en
Barcelona, para las Olimpíadas de 1992. Tambien se rehabilitan pueblos
abandonados, como Colleta di Castelbianco, en Liguria Italia, en 1994, en los
que se combina la pasmosa calidad y variedad de sus viejos espacios urbanos y
arquitectónicos con lo último en higiene, confort, seguridad, comunicaciones y
transporte.
La
ciudad primigenia en el oriente definió unos tipos edilicios vigentes hasta
hoy. En las de la antigüedad y el medioevo, apretadas entre murallas, los
monumentos eran exentos pero las casas formaban manzanas cerradas y con patios.
Como en nuestras ciudades coloniales, en donde el espacio urbano público (las
calles) está nítidamente separado del privado (patios y solares) por las
construcciones (edificios públicos o casas privadas), y únicamente el
maravilloso zaguán comunica lo íntimo (la penumbra y el silencio del patio) con
lo público (la calle luminosa y animada). Actualmente, los antejardines y
aislamientos laterales, mal importados de EU, hacen que esta importantísima
diferenciación sea confusa e irrespetada.
La larga evolución de la arquitectura occidental
fue solo la de sus formas y técnicas (los estilos históricos), y algunas
variaciones en los usos. La ciudad compacta tradicional y su arquitectura, pese
a sus variaciones, son tan persistentes que llevan a pensar que son tan humanas
como la lengua. Y apenas han cambiado climas y paisajes en La Tierra y nada su
tectónica desde que el hombre habita en ella, y las características biológicas
de este tampoco; solo su cultura.
15.05.2003
15.05.2003
17.04.2003 Lo innecesario se vuelve feo
Esta certera afirmación del famoso arquitecto
finlandés Älvar Aalto (1898-1976), que nos recuerda Willy Drews, ex decano de
Arquitectura de la Universidad de los Andes (La República, San José, C. R.
3/2003), viene como anillo al dedo al Premio Prizker de 2002 (el Nobel de la
profesión) otorgado a Glen Murcutt, un desconocido arquitecto que trabaja en
Australia. Cambio significativo pues últimamente estaba centrado en las
estrellas del hight tech. Lo apropiado, lo sostenible, lo ecoeficiente, lo
local, lo sensato, lo pertinente, en últimas lo necesario, pasaron a ser lo
importante; lo bello. El premio dado ahora a Jorn Utzon, autor de la maravillosa
Opera de Sydney, lo confirma.
Como
dice Drews, en los países pobres los edificios deben servir mientras su
estructura lo permita. Sus escasos recursos no se pueden invertir en una
arquitectura que “que hoy se mira con admiración, mañana con sonrisa, y pasado
mañana con vergüenza”. Necesitamos, concluye, que mejore con los años y se
adapte a nuevos usos y exigencias. Que considere, hay que agregar, que las
modas en los países ricos son solo algunos edificios nuevos, pocos comparados
con el total construido, mientras que aquí se reflejan en todo lo que se
edifica, de arquitectos o no.
Murcutt nació en Londres en 1936 y creció en
Nueva Guinea. Desde niño su padre lo familiarizó con los diseños de Mies van
der Rohe y la filosofía de Thoreau. Estudió en la universidad de New South
Wales mientras trabajaba con arquitectos. Después de graduarse viajó dos años
por Europa regresando en 1964 a trabajar con una firma de Sydney. En 1970 abrió
allí su despacho buscando las alternativas mas sencillas para su historia,
geografía y circunstancias. En 1992 recibió la Medalla Älvar Aalto -en su
trabajo todo lo necesario se vuelve bello- por una arquitectura cuya gracia es
mas encontrada que buscada y cuyo éxito es que es universal y local,
tradicional y actual pues, como él dice,
“la tecnología es increíblemente importante para que los edificios sean
de hoy y no un reflejo del pasado”. Cree que como arquitectos “tenemos la
posibilidad única de imprimir en un lugar principios valiosos en nuestra época,
para beneficio de las generaciones futuras".
Tambien
hay en Colombia arquitectos que usan los adelantos tecnológicos indispensables
pero no imitándolos todos para estar a la moda, y que, como Salmona, candidato
tambien al Prizker, se preocupan por responder a paisajes, climas y usos,
ateniéndose a las tradiciones y recursos disponibles; pero apenas son
mencionados. Y tenemos la arquitectura y el urbanismo coloniales cuyo ejemplo
sigue vigente después de varios siglos y constituye parte de su valor
patrimonial, pero apenas se valora su carácter pintoresco no su pertinencia, su
pasado mas no su futuro.
Lo
bello lo vemos sólo como apariencia y lo feo como un problema de gustos. Para
desgracia la arquitectura aquí pasa de moda rápidamente y se vuelve fea antes
de que tengamos tiempo de hacerla nuestra concentrándonos en su pertinencia y
no apenas en su imagen. Murcutt será novedad pero no por el sentido de su
apropiada y bella respuesta al clima, paisaje y tradiciones edilicias de un
lugar sino por sus imágenes de hight tech que son lo único que llega a nuestras
facultades, a través de las revistas, en donde, como dice Drews, se vuelven
doctrina.
Columna publicada en el diario el País de Cali 17.04.2003
Columna publicada en el diario el País de Cali 17.04.2003
13.2.2003 Lo pertinente
La defensa de lo pertinente, no de lo nuestro
(noción antipática, chovinista, provinciana, ingenua e inútil), es precisamente
lo pertinente. De lo propio, si se quiere, pero no por nuestro sino por
pertinente. Como nos enseñó Fernand Braudel, la historia (y por tanto la
cultura) comienza con la geografía. Son el clima, la topografía y el suelo, que
definen el paisaje y los recursos, incluyendo la mano de obra y por supuesto
los clientes y usuarios, los que generan las tradiciones arquitectónicas y
entre estas, muy especialmente, la forma como se implantan las edificaciones
formando espacios urbanos y la manera como se proyectan, construyen, usan y
valoran.
Pero todo esto fue olvidado aquí a lo largo del
siglo pasado por una modernidad importada que impuso a toda costa sus formas e
imágenes, al punto de que cuando no se pudo construir se procedió al menos a
demoler sumariamente lo que era visto como viejo. Este comportamiento,
explicable sobre todo por la ignorancia y exacerbado por la codicia y la
corrupción, tuvo, es cierto, algunos aciertos, casi siempre puntuales, pero
significo la destrucción de buena parte del patrimonio urbano y arquitectónico
colombiano. O casi, pues nos resta aun su memoria. Ya no podemos recobrar los
artefactos, como quisieran muchos restauradores, pero si sus ejemplos e ideas.
Firmemente parados en nuestros climas, paisajes, recursos y tradiciones
podremos, ahí si, digerir toda la información que nos llega del mundo
desarrollado, que no podemos ni debemos evitar.
Siguiendo
a Kenneth Frampton (El regionalismo crítico: arquitectura moderna e identidad
cultural ), no se trata de la evocación simplista de lo vernáculo sentimental
o irónico, sino de una propuesta compleja para llegar a una verdadera
arquitectura que al tiempo que tome lo que resiste de lo vernáculo incluya lo
pertinente de lo actual y universal. No es pues una vuelta tardía al ethos de
una cultura popular (puesta en acción cíclicamente por la demagogia de formas
varias de populismo), sino un decidido avance hacia lo original: hacia los
orígenes, como diría Nicolás Gómez Dávila. Al fin y al cabo los nuestros se
hunden a través de España en el Mediterráneo hasta los inicios mismos de la
arquitectura y las ciudades en Egipto y Mesopotamia, en donde se inventaron (o
descubrieron) esos patios y calles, en este orden, que acompañaron todas las
ciudades y pueblos de tradición colonial del país. En pocas palabras, se trata
de una arquitectura “de resistencia” a las modas internacionales.
Conservar
bien el patrimonio construido que queda, incluyendo lo pertinente del moderno,
se vuelve entonces doblemente importante pues implica no solo de conservar los
objetos en sí mismos sino en la medida en que permiten entender las ideas que
ilustran. Defender el patrimonio construido ya no podrá ser más reconstruir lo
viejo, que se destruyó, sino construir lo nuevo con las mejores y aun
pertinentes características de lo viejo. Tomar lo mejor del patrimonio como
modelo para lo nuevo, con las modificaciones imprescindibles para que sea
tambien actual, es lo pertinente y no esa ingenuidad de creer que se pueden
inventar la arquitectura y las ciudades de nuevo, como se pretendió a lo largo
del siglo XX.
Esta
pertinencia de lo apropiado es evidente en los aciertos de la
refuncionalización de los espacios construidos tradicionales iniciada en
Europa, hace ya varias décadas, después de que se comprobara el desacierto de
la aplicación masiva, al terminar la guerra, de las ideas del urbanismo
moderno. Allá, cada vez más, por ejemplo, se sustituyen los viaductos por pasos
subterráneos y se amplían los andenes disminuyendo las calzadas. Mientras tanto
aquí seguimos demoliendo todo lo que nos parece viejo y copiando apenas lo
novedoso, como esas torres y autopistas que denominamos así aunque no lo sean,
sometidos a la propaganda que hacen las metrópolis para exportar su
arquitectura de revista (moderna, primero, y posmodernista después), que aunque
no nos sea pertinente adoramos en esta cultura nuestra tan dependiente y
frívola
Columna publicada en el diario El País de Cali 13.2.2003
Columna publicada en el diario El País de Cali 13.2.2003
06.02.2003 Modernidad y (mal) gusto
Como en toda sociedad que sufre cambios grandes
y muy rápidos, en Colombia tratamos de ocultar nuestros orígenes y su estética.
Los cartageneros no quieren ver su ciudad otra vez amarrilla como lo fue en los
tiempos del cólera y no quieren vivir dentro de sus murallas. En Cali odiamos
el gris nube con que el Ministerio de Obras pintaba todos los edificios
públicos en el país en la primera mitad del siglo pasado, y como lo conserva el
Colegio de Maria Auxiliadora en San Fernando entre otros, dizque por que nos
recuerda el cementerio, que tambien lo conserva.
Una
de las consecuencias más graves de la modernidad a medias y a pedazos de estos
países, que no la produjeron sino que la imitaron, a sido el mal gusto
generalizado que produjo al desbaratar sus tradiciones. El paso de la
arquitectura vernácula –artesanal- a la arquitectura popular, construida
imitando de manera deformada la arquitectura moderna del Estado y los más
ricos, cayó fatalmente en lo kitsch. La arquitectura moderna fue diseñada por
los nuevos profesionales de la edilicia, esos arquitectos de universidad que
armados de una estética sumariamente importada se empeñaron en acabar con todo
lo que no fuera moderno. El urbanismo comenzó a ser pensado solo para los
carros, en donde casi no los había. Se demolieron “casas viejas” para ampliar
las calles (lo que no se logró), e incluso para zonas verdes en ciudades
rodeadas por grañidísimas y verdes montañas como suelen ser las colombianas.
Los edificios altos para cualquier cosa se volvieron recurrentes pese a que
casi nunca se necesitan y que solo favorecen a sus codiciosos propietarios. Mas
moda que verdadera modernización, nuestra modernidad malogró el paso de las
pequeñas poblaciones a los grandes asentamientos actuales impidiéndoles seguir
siendo ciudades bellas, solo que mas grandes y con ensanches nuevos.
Fueron tales las ansias de modernizar las
ciudades colombianas y tan precarios y pequeños sus cascos viejos que en la
mayoría de los casos no se conservaron, como sí paso en Europa con sus grandes
y consolidados centros históricos un siglo antes. Allá, en donde se produjo la
modernidad en la arquitectura y el urbanismo, y en general en el arte, hubo
tiempo para domeñarlos y, afortunadamente, no mucho espacio para aplicarlos tal
cual. Sin embargo aun hace daños de vez en cuando, los que con frecuencia nos
son presentados en las revistas de arquitectura como la actualidad que debemos
imitar, lo que hacemos de inmediato, claro esta, causando aun mas daños aquí.
Cambiar las tradiciones por una modernidad que
no se entiende inevitablemente lleva al mal gusto pues la cultura se queda sin
norte. Y peor aun cuando se mezclan tradiciones y modernidad como suele pasar
con frecuencia entre nosotros. Esa combinación, el máximo del “buen gusto”
mundano, produce el peor mal gusto cuando se vulgariza pues pierde el orden, la
mesura y el propósito. Ignorando la historia de la humanidad, la belleza pasó
entre nosotros a ser algo “lujoso” o al menos no prioritario. El gusto ya no se
discute pues se cree equivocadamente que no es objetivo, pasando por alto que
desempeña funciones de vida o muerte (quién come cosas de apariencia fea, mal
olor o peor sabor). Desde luego entender la relación entre belleza, patrimonio
y calidad de vida en las ciudades no es tan claro pero no por ello menos
importante: todo lo contrario.
La
reacción a sido de doble filo. Al lado de loables esfuerzos por estudiar el
patrimonio y conservarlo, apareció un conservacionismo nostálgico e ignorante,
las mas de las veces, que condujo rápidamente al folclorismo como se ve con
frecuencia en San Antonio, en Cali, por ejemplo. En contra de las normas y ante
la indiferencia de las autoridades, se ha terminado por “conservar” lo que
nunca existió allí (al punto de que cada vez parece mas un pueblo mejicano de
película mala y no el barrio blanco y sencillo que fue), mientras se construyen
fatales sobre elevaciones que destruyen lo que siempre fue: un barrio de calles
paramentadas y casas de patios de uno y a veces dos pisos.
Columna publicada en el diario El País de Cali 06.02.2003
30.01.2003 El arco
30.01.2003 El
arco
Para J.C. Londoño
Se piensa que los griegos no lo conocían pero
los usaron desde el siglo IV a.C. en las puertas de algunas murallas y, de la
época helenística, quedan la entrada al estadio de Olimpia, el patio de la
fuente y la puerta del ágora en Priene y las bóvedas inclinadas de la escalera
del gimnasio en Pergamo. Los romanos, por lo contrario, utilizaron mucho el de
medio punto (semicircular) y sus derivaciones: la bóveda de cañón y la cúpula
semiesférica; de ahí el equivoco. En Egipto están las bóvedas rebajadas de
Djoser en Saqqara y las de los depósitos del Ramesseum en Tebas, entre otras, y
en Mesopotamia las hubo hace milenios. Las de voladizo sucesivo, como en el
Palacio del Gobernador en Uxmal, Mohenjodaro o el Tesoro de Atreo, parten, en
cambio, de un falso arco, como se llama, pues las cargas no siguen una
catenaria (invertida) sino una trayectoria escalonada. En cambio el arco a
regla, a nivel o adintelado lo es, aunque no lo parezca, pues contiene dicha
curva. Y están los arcos rígidos de una pieza, como los antiguos, o de varias
soldadas o apernadas, o de concreto, como los modernos.
Arco de festón llamaron los romanos al que
seguía estrictamente la catenaria pues es la forma que toma por la gravedad un
festón, cadena, o el cable de un funicular (del latín: funiculos, cuerda). Por
eso las líneas electrificadas de los trenes se llaman catenarias. Las primeras
cúpulas derivadas de estos verdaderos arcos se encuentran en Khirokitia (c.
5650 a.C.) y logran su máximo en las bóvedas de adobes del Palacio de Ctesiphon
(c. 600 a.C. ), cuyo grosor es mínimo pues sus superficies inferior (el
intrados o sofito del arco) y superior (el extradós o espalda) son paralelas a
la catenaria. Las últimas las realizo en piedra Antoni Gaudi (1852-1926) en
Barcelona y entre nosotros, con ladrillo, el ingeniero Eladio Dieste
(1917-2000) en Uruguay.
La
bóveda es el desplazamiento de un arco y la cúpula su rotación. El arco (una
bóveda muy angosta), consta de piezas, o dovelas, que son radiadas resultando
un volumen curvo perpendicular al suelo (aunque en Egipto ya los hay inclinados
para poder levantar bóvedas sin cimbra), por el cual pasa una catenaria que va
del exterior de las dos dovelas iniciales, o salmer, que se apoyan en las bases
o impostas, a la parte superior de la dovela del vértice, o clave. A lo largo
de esta curva la gravedad genera presiones que mantienen juntas las piezas (por
eso en los islámicos no son perpendiculares al intrados sino aproximadamente a
esa curva virtual), y por ella se desvían hasta los cimientos los empujes
verticales de las cargas que están encima, mientras los horizontales son
absorbidos por los estribos, esas partes de muro adyacentes a los salmer e
impostas. Por eso arcos, bóvedas y cúpulas son vulnerables a los sismos, pues
por momentos estos anulan la gravedad.
En el de medio punto las dovelas son iguales
facilitando su trazado y construcción, por eso los pragmáticos romanos lo
privilegiaron y se conoce tambien como arco romano. El gótico está formado por
la intercepción de dos grandes segmentos de círculo; estos arcos ojivales, como
igualmente se llaman, pueden alcanzar la misma altura sin variar sus líneas de
arranque, a pesar de tener diferentes luces, lo que es su razón de ser. Se
especula que el de herradura de los árabes proporciona apoyos altos a la cimbra
para economizar madera, escasa en el desierto; pero lo que si es cierto es que
llega al Nuevo Mundo, en donde abunda la madera, como en la Torre Mudejar de
Cali, por la misma transculturación de tradiciones, simbolismos y desarrollo técnico
que hizo que los griegos no valoraran el arco y los romanos si, o que no se
pasara del falso al verdadero en algunas culturas o épocas.
Las variaciones son muchas pero el arco es uno
solo; no se inventa sino que se descubre y se usa o no, como los arquitectos
modernos que lo despreciaron después de su triunfal historia milenaria. Hassan
Fathy en Egipto, Ricardo Porro en Cuba, Carlos Mijares en México o Rogelio
Salmona, Herbert Baresch y Rodrigo Uribe en Colombia, son notables excepciones.
Columna publicada en el diario El País de Cali 30.01.2003
Columna publicada en el diario El País de Cali 30.01.2003
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