02.10.2003 La buena construcción

A la memoria de Luis Caro Cayzedo

Pizano, Pradilla, Caro, y (posteriormente) Restrepo, reconocida firma de arquitectos, ingenieros y constructores, es responsable, con otras pocas oficinas bogotanas, de buena parte de la mejor arquitectura moderna que se construyó en el país en la segunda mitad del siglo pasado. Como el conjunto Bavaria y el Banco Comercial Antioqueño, ambos en Bogotá, construidos por ellos y proyectados por Obregón y Valenzuela.

Ya se sabe que sin buenos clientes no hay buena arquitectura pero igualmente sin buenos constructores tampoco. Y que la buena construcción va mas allá de la buena factura; es sobre todo el talento, los conocimientos y la responsabilidad que hacen que los edificios enfrenten bien el paso del tiempo y el abandono de los hombres. La arquitectura era antes el arte de construir, como dice el diccionario, y es tiempo de que lo vuelva a ser. El deterioro de los frívolos edificios hoy de moda es sorprendente. Y lo peor, al menos para nosotros, es que sus bellas pero mentirosas fotos (tomadas a las obras sin acabar ni usar), exquisitamente diagramadas en las revistas extranjeras, encantan a los estudiantes de arquitectura y sus jóvenes profesores que tampoco los conocen de verdad, y se convierten en los paradigmas de nuestros concursos y bienales.

La realidad es que, como Rogelio Salmona lo ha dicho recientemente, ni la historia ni la geografía son globalizables, y los edificios se deben a ellas primordialmente. El clima, que a su vez influye decisivamente en el paisaje, los determina por lo tanto doblemente; y la historia, es decir las tradiciones y la cultura, los condiciona. Pensar, como incluso lo propuso Le Corbusier, que es posible una arquitectura para todas las condiciones (como lo deben ser un carro o un avión) es a la larga no solo imposible sino totalmente indeseable pues, como se dice comúnmente, el placer esta en las diferencias. Pero clima, paisaje, tradiciones y usos no solo son determinantes arquitectónicas sino tambien constructivas.

Es urgente que los arquitectos aprendan posiblemente ya no a construir pero si al menos a proyectar sabiendo como se construye. La dificultad es desde luego que en las escuelas de arquitectura no solo no se construye nada sino que cada vez se sabe menos como se construye; allí todos tienden a volverse teóricos con el agravante de que la mayoría no estudian ni investigan. Como dice el arquitecto Willy Drews, “curiosamente se ha creado silenciosa e imperceptiblemente una tendencia a uniformizar la forma de hacer nuevos arquitectos que se ha transmitido de país en país y de generación en generación hasta el punto que, conjugando el  engañoso verbo generalizar, podríamos decir que la enseñanza de la arquitectura es igual en todas partes.”

La solución por supuesto es trabajar con los que mas saben, como se ha hecho desde hace siglos.  Aprender en oficinas de buenos arquitectos y constructores, pero no solo en sus talleres de diseño sino especialmente en sus obras. Desde luego no se trata de una alternativa a la educación técnica en las universidades, que además deben proporcionar una formación humanística, pero si de un complemento profesional imperativo: allí, en las obras, ingenieros y constructores como Luis Caro es mucho lo que nos pueden enseñar de la arquitectura y su construcción. Y de la vida

Columna publicada en el diario El País de Cali 02.10.2003 

26.06.2003 Arquitectura y energía

En Europa la mitad del consumo de energía es por cuenta de los edificios; el doble de la que consume el transporte. No tanto para su construcción y operación si no sobre todo para su calefacción e iluminación, especialmente en los días cortos y muy fríos del invierno (Sophia y Stefan Belino: Sol Power). Lo mismo sucede en Estados Unidos y Japón y en general en los paises con estaciones.

Por lo contrario, en los climas templados y cálidos de los que están en la franja ecuatorial, como Colombia, ahorramos buena parte de esa energía: nunca precisamos de calefacción y la luz diurna es abundante y su duración casi igual a lo largo del año. En Cali, y en todo el valle que la rodea, si nos preocupáramos por lograrlo, tampoco necesitaríamos aire acondicionado, exceptuando aquellos locales estrictamente cerrados; y, con patios y pozos de luz, se podría obviar casi totalmente la iluminación artificial en muchos recintos. Para no hablar del ahorro de energía que se haría al evitar los edificios innecesariamente altos. Debería ser un propósito que nuestra arquitectura sea bioclimatica como ya lo es una obligación el hacerla sismorresistente.

Pero desperdiciamos las posibilidades de nuestro clima de la misma manera que lo hacemos con el paisaje. Tal vez se deba a que, como el agua, los tenemos en abundancia. Se trataría, entonces, mas de una responsabilidad hacia el futuro que de una necesidad inmediata. Pero seguimos copiando y premiando tontamente en concursos y bienales la arquitectura de las revistas internacionales (y la de las nacionales que tambien la copian), pensada para otros climas y paisajes, en lugar de buscar mas y mejores posibilidades a las ya muy pertinentes soluciones de nuestra arquitectura colonial y de tradición colonial. Búsqueda que además de proporcionarnos una arquitectura apropiada nos permitiría una “propia” y no solamente prestada como es la mayoría de la que hoy se hace aquí sin siquiera adaptarla.

Olvidamos que la arquitectura moderna en Cali, de mediados del siglo XX, muy influenciada por la brasilera, reconocida mundialmente en ese momento, se preocupó con indudable acierto por el clima. Refuncionalizó los tradicionales patios sombreados y volvió a usar calados y celosías que dejan pasar el viento y tamizan la luz. Buscó, incluso con exageración, las orientaciones correctas, abriendo los edificios al norte y sur para evitar el sol de la mañana y sobre todo el de la tarde. Pero falló en las cubiertas planas que imponía la moda moderna. Solo en unos pocos casos, al volverlas jardines con pasto, como proponía Le Corbusier, se solucionó adecuadamente el problema de aislarla de la radiación solar, casi la mitad de la cual incide precisamente en las cubiertas (Víctor Olgyay: Clima y Arquitectura en Colombia), evitando las goteras, que se volvieron como una maldición de terrazas y azoteas.

Habría que retomar el camino de nuestra arquitectura tradicional y moderna pero usando todos los muchos adelantos tecnológicos al respecto, y de la mano de mejores conocimientos sobre el tema. Sin embargo, en buena parte habría que producirlos aquí pues las investigaciones que se hacen en otros lados sobre arquitectura y clima casi no se ocupan de las regiones tropicales cálidas y húmedas, y menos de las templadas que son en Colombia en las que están la mayoría de sus ciudades.

Columna publicada en el diario El País de Cali 26.06.2003

19.06.2003 El sino de los edificios

A la memoria de Roda 

El arquitecto español Rafael Moneo, premio Pritzker, dice que el destino de los edificios es cambiar; verdad de a puño que Juan Antonio Roda entendía perfectamente: su bella casa en Suba, en la que intervinieron varios importantes arquitectos, tuvo muchos y permanentes cambios con y sin ellos.

Prácticamente todos los grandes monumentos premodernos se acabaron después de la muerte de sus arquitectos, muchos los tuvieron varios y por supuesto todos han sido modificados. Lo que es intolerable es que otros lo hagan cuando sus autores todavía están activos, como parece ser el caso del Museo Brasileño de Escultura, de Paulo Mendes da Rocha, arquitecto ganador de la segunda edición de Premio Mies van der Rohe de Arquitectura Latinoamericana. O como el necesario refuerzo sismorresistente de la terminal de buses y el aeropuerto de Cali llevado a cabo sin contar para nada con sus arquitectos respectivos.

En el Museo de Arte Moderno de Bogotá, Mambo como lo llaman ahora, se ocultaron sus paredes de ladrillo visto y concreto abusardado con desafortunados paneles de yeso para que sus salas quedaran blancas como siempre quisieron sus curadores. Lo desconcertante fue que su directora salió a decir que el edificio estaba sin pañetar por que no habían tenido dinero para hacerlo cuando lo construyeron. Por supuesto la solución hubiera sido poner más paneles movibles pero lo que querían era "desaparecer" la arquitectura de Rogelio Salmona, mas emocionante que mucho de lo que allí se expone.

El problema desde luego no es solo de respeto con los autores de los edificios. Lo es sobre todo de acierto en sus necesarias modificaciones funcionales y constructivas, de tal manera que no se afecten negativamente sus formas. Parafraseando a Emerson, no se puede sacrificar su seguridad y buen uso para mantener a toda costa lo que de arte contengan. Pero es más: las nuevas generaciones tienen el derecho a "actualizar" sus formas y de hecho así se ha hecho innumerables veces en la historia de la arquitectura y sobre todo en la de los espacios urbanos. Por ejemplo la conformación a lo largo de ocho siglos de la plaza de San Marcos en Venecia, o el Palacio de Versalles que solo se terminó después de la Primera Guerra Mundial y en el que intervinieron grandes arquitectos que se corrigieron unos a otros.

La arquitectura es arte pero no solo arte, como justamente ha dicho Salmona. Por eso es tan comprometedor hacerla ...y cambiarla. Y aun mas la ciudad. Son enormes las inversiones, personas y tiempo afectados. Es lo que no entienden los que alaban las obras de los Juegos Panamericanos de Cali pese a que se demolieron muchos de sus edificios mas significativos y se desmembró su casco tradicional con un plan vial que pensaba las ampliaciones viales como un instrumento renovador, borrando en cuatro años lo conformado en cuatro siglos; acabar con el resto de la ciudad tradicional tomó cuatro décadas mas. La enorme importancia y magnitud de este crimen histórico -sin castigo aún- es evidente pues lo que quedó es todavía lo mejor de Cali.

Pero el sino de edificios y ciudades no es un problema solo de especialistas: incumbe o debería incumbir a todos los ciudadanos, como la política, que tiene el mismo origen de polis, ciudad, como tambien bien lo entendía Roda que era un pintor culto además de bueno.

Columna publicada en el diario El País de Cali 19.06.2003 

15.05.2003 Arquitectura y ciudad, tradición y modernidad

La gran arquitectura se inició con las tumbas antes que las ciudades. Está asociada a los monumentos y al arte. Las viviendas vernáculas de todo el mundo no son mas que una maravillosa artesanía, escasa ahora que la mitad de su superpoblación vive es en ciudades. Se siguen haciendo monumentos pero la bella arquitectura domestica de antes desaparece junto con calles y plazas, sobre todo aquí en donde hoy se diseña cualquier cosa como si fuera un mausoleo, ignorando la ciudad, sus tradiciones y circunstancias.

La arquitectura moderna -antítesis de la ciudad tradicional- planteó edificios exentos separados por autopistas y aislados en zonas verdes que ocultan las relaciones entre ellos, evidentes apenas en sus abstractas “localizaciones”. No es casualidad que solo en el tercer mundo se intentaran ciudades modernas; Chandigarh, en la India, en 1950, de Le Corbusier, y Brasilia, en 1960, de Lucio Costa (la ciudad) y Oscar Niemeyer (sus principales edificios), en donde se pretendió un atajo al progreso mediante el urbanismo y la arquitectura. Pero lo que sí se emprendió en todas partes fue la modernización de las ciudades existentes. En Europa se salvaron los centros históricos por ser grandes y sólidos. Pero aquí, buscando modernizarnos, destruimos los nuestros, pequeños y frágiles, y los rodeamos de enormes invasiones de pobres, cuya fealdad vuelve miserables, y de suburbios de nuevos ricos, igual de pobres por lo miserable de su estética. 

Años después los arquitectos en Europa comenzaron fue a remendar los daños hechos por los intentos de renovación y por la guerra. Recomponer calles, recrear manzanas y patios y revitalizar centros históricos son sus nuevos (viejos) propósitos. Como en la Interbau de Berlín, de 1980 (desandando la de 1957), y recientemente en la Potsdamer Platz. O en Barcelona, para las Olimpíadas de 1992. Tambien se rehabilitan pueblos abandonados, como Colleta di Castelbianco, en Liguria Italia, en 1994, en los que se combina la pasmosa calidad y variedad de sus viejos espacios urbanos y arquitectónicos con lo último en higiene, confort, seguridad, comunicaciones y transporte.

La ciudad primigenia en el oriente definió unos tipos edilicios vigentes hasta hoy. En las de la antigüedad y el medioevo, apretadas entre murallas, los monumentos eran exentos pero las casas formaban manzanas cerradas y con patios. Como en nuestras ciudades coloniales, en donde el espacio urbano público (las calles) está nítidamente separado del privado (patios y solares) por las construcciones (edificios públicos o casas privadas), y únicamente el maravilloso zaguán comunica lo íntimo (la penumbra y el silencio del patio) con lo público (la calle luminosa y animada). Actualmente, los antejardines y aislamientos laterales, mal importados de EU, hacen que esta importantísima diferenciación sea confusa e irrespetada.

La larga evolución de la arquitectura occidental fue solo la de sus formas y técnicas (los estilos históricos), y algunas variaciones en los usos. La ciudad compacta tradicional y su arquitectura, pese a sus variaciones, son tan persistentes que llevan a pensar que son tan humanas como la lengua. Y apenas han cambiado climas y paisajes en La Tierra y nada su tectónica desde que el hombre habita en ella, y las características biológicas de este tampoco; solo su cultura.

15.05.2003 

17.04.2003 Lo innecesario se vuelve feo

Esta certera afirmación del famoso arquitecto finlandés Älvar Aalto (1898-1976), que nos recuerda Willy Drews, ex decano de Arquitectura de la Universidad de los Andes (La República, San José, C. R. 3/2003), viene como anillo al dedo al Premio Prizker de 2002 (el Nobel de la profesión) otorgado a Glen Murcutt, un desconocido arquitecto que trabaja en Australia. Cambio significativo pues últimamente estaba centrado en las estrellas del hight tech. Lo apropiado, lo sostenible, lo ecoeficiente, lo local, lo sensato, lo pertinente, en últimas lo necesario, pasaron a ser lo importante; lo bello. El premio dado ahora a Jorn Utzon, autor de la maravillosa Opera de Sydney, lo confirma.

Como dice Drews, en los países pobres los edificios deben servir mientras su estructura lo permita. Sus escasos recursos no se pueden invertir en una arquitectura que “que hoy se mira con admiración, mañana con sonrisa, y pasado mañana con vergüenza”. Necesitamos, concluye, que mejore con los años y se adapte a nuevos usos y exigencias. Que considere, hay que agregar, que las modas en los países ricos son solo algunos edificios nuevos, pocos comparados con el total construido, mientras que aquí se reflejan en todo lo que se edifica, de arquitectos o no.

Murcutt nació en Londres en 1936 y creció en Nueva Guinea. Desde niño su padre lo familiarizó con los diseños de Mies van der Rohe y la filosofía de Thoreau. Estudió en la universidad de New South Wales mientras trabajaba con arquitectos. Después de graduarse viajó dos años por Europa regresando en 1964 a trabajar con una firma de Sydney. En 1970 abrió allí su despacho buscando las alternativas mas sencillas para su historia, geografía y circunstancias. En 1992 recibió la Medalla Älvar Aalto -en su trabajo todo lo necesario se vuelve bello- por una arquitectura cuya gracia es mas encontrada que buscada y cuyo éxito es que es universal y local, tradicional y actual pues, como él dice,  “la tecnología es increíblemente importante para que los edificios sean de hoy y no un reflejo del pasado”. Cree que como arquitectos “tenemos la posibilidad única de imprimir en un lugar principios valiosos en nuestra época, para beneficio de las generaciones futuras".

Tambien hay en Colombia arquitectos que usan los adelantos tecnológicos indispensables pero no imitándolos todos para estar a la moda, y que, como Salmona, candidato tambien al Prizker, se preocupan por responder a paisajes, climas y usos, ateniéndose a las tradiciones y recursos disponibles; pero apenas son mencionados. Y tenemos la arquitectura y el urbanismo coloniales cuyo ejemplo sigue vigente después de varios siglos y constituye parte de su valor patrimonial, pero apenas se valora su carácter pintoresco no su pertinencia, su pasado mas no su futuro.

Lo bello lo vemos sólo como apariencia y lo feo como un problema de gustos. Para desgracia la arquitectura aquí pasa de moda rápidamente y se vuelve fea antes de que tengamos tiempo de hacerla nuestra concentrándonos en su pertinencia y no apenas en su imagen. Murcutt será novedad pero no por el sentido de su apropiada y bella respuesta al clima, paisaje y tradiciones edilicias de un lugar sino por sus imágenes de hight tech que son lo único que llega a nuestras facultades, a través de las revistas, en donde, como dice Drews, se vuelven doctrina.

Columna publicada en el diario el País de Cali 17.04.2003

13.2.2003 Lo pertinente

La defensa de lo pertinente, no de lo nuestro (noción antipática, chovinista, provinciana, ingenua e inútil), es precisamente lo pertinente. De lo propio, si se quiere, pero no por nuestro sino por pertinente. Como nos enseñó Fernand Braudel, la historia (y por tanto la cultura) comienza con la geografía. Son el clima, la topografía y el suelo, que definen el paisaje y los recursos, incluyendo la mano de obra y por supuesto los clientes y usuarios, los que generan las tradiciones arquitectónicas y entre estas, muy especialmente, la forma como se implantan las edificaciones formando espacios urbanos y la manera como se proyectan, construyen, usan y valoran.            

Pero todo esto fue olvidado aquí a lo largo del siglo pasado por una modernidad importada que impuso a toda costa sus formas e imágenes, al punto de que cuando no se pudo construir se procedió al menos a demoler sumariamente lo que era visto como viejo. Este comportamiento, explicable sobre todo por la ignorancia y exacerbado por la codicia y la corrupción, tuvo, es cierto, algunos aciertos, casi siempre puntuales, pero significo la destrucción de buena parte del patrimonio urbano y arquitectónico colombiano. O casi, pues nos resta aun su memoria. Ya no podemos recobrar los artefactos, como quisieran muchos restauradores, pero si sus ejemplos e ideas. Firmemente parados en nuestros climas, paisajes, recursos y tradiciones podremos, ahí si, digerir toda la información que nos llega del mundo desarrollado, que no podemos ni debemos evitar.

Siguiendo a Kenneth Frampton (El regionalismo crítico: arquitectura moderna e identidad cultural ), no se trata de la evo­cación sim­plista de lo vernáculo sentimental o irónico, sino de una propuesta compleja para llegar a una verdadera arquitectura que al tiempo que tome lo que resiste de lo vernáculo incluya lo pertinente de lo actual y universal. No es pues una vuelta tardía al ethos de una cultura popular (puesta en acción cíclicamente por la demagogia de formas varias de populismo), sino un decidido avance hacia lo original: hacia los orígenes, como diría Nicolás Gómez Dávila. Al fin y al cabo los nuestros se hunden a través de España en el Mediterráneo hasta los inicios mismos de la arquitectura y las ciudades en Egipto y Mesopotamia, en donde se inventaron (o descubrieron) esos patios y calles, en este orden, que acompañaron todas las ciudades y pueblos de tradición colonial del país. En pocas palabras, se trata de una arquitectura “de resistencia” a las modas internacionales.

Conservar bien el patrimonio construido que queda, incluyendo lo pertinente del moderno, se vuelve entonces doblemente importante pues implica no solo de conservar los objetos en sí mismos sino en la medida en que permiten entender las ideas que ilustran. Defender el patrimonio construido ya no podrá ser más reconstruir lo viejo, que se destruyó, sino construir lo nuevo con las mejores y aun pertinentes características de lo viejo. Tomar lo mejor del patrimonio como modelo para lo nuevo, con las modificaciones imprescindibles para que sea tambien actual, es lo pertinente y no esa ingenuidad de creer que se pueden inventar la arquitectura y las ciudades de nuevo, como se pretendió a lo largo del siglo XX.

Esta pertinencia de lo apropiado es evidente en los aciertos de la refuncionalización de los espacios construidos tradicionales iniciada en Europa, hace ya varias décadas, después de que se comprobara el desacierto de la aplicación masiva, al terminar la guerra, de las ideas del urbanismo moderno. Allá, cada vez más, por ejemplo, se sustituyen los viaductos por pasos subterráneos y se amplían los andenes disminuyendo las calzadas. Mientras tanto aquí seguimos demoliendo todo lo que nos parece viejo y copiando apenas lo novedoso, como esas torres y autopistas que denominamos así aunque no lo sean, sometidos a la propaganda que hacen las metrópolis para exportar su arquitectura de revista (moderna, primero, y posmodernista después), que aunque no nos sea pertinente adoramos en esta cultura nuestra tan dependiente y frívola

Columna publicada en el diario El País de Cali 13.2.2003

06.02.2003 Modernidad y (mal) gusto

Como en toda sociedad que sufre cambios grandes y muy rápidos, en Colombia tratamos de ocultar nuestros orígenes y su estética. Los cartageneros no quieren ver su ciudad otra vez amarrilla como lo fue en los tiempos del cólera y no quieren vivir dentro de sus murallas. En Cali odiamos el gris nube con que el Ministerio de Obras pintaba todos los edificios públicos en el país en la primera mitad del siglo pasado, y como lo conserva el Colegio de Maria Auxiliadora en San Fernando entre otros, dizque por que nos recuerda el cementerio, que tambien lo conserva.

Una de las consecuencias más graves de la modernidad a medias y a pedazos de estos países, que no la produjeron sino que la imitaron, a sido el mal gusto generalizado que produjo al desbaratar sus tradiciones. El paso de la arquitectura vernácula –artesanal- a la arquitectura popular, construida imitando de manera deformada la arquitectura moderna del Estado y los más ricos, cayó fatalmente en lo kitsch. La arquitectura moderna fue diseñada por los nuevos profesionales de la edilicia, esos arquitectos de universidad que armados de una estética sumariamente importada se empeñaron en acabar con todo lo que no fuera moderno. El urbanismo comenzó a ser pensado solo para los carros, en donde casi no los había. Se demolieron “casas viejas” para ampliar las calles (lo que no se logró), e incluso para zonas verdes en ciudades rodeadas por grañidísimas y verdes montañas como suelen ser las colombianas. Los edificios altos para cualquier cosa se volvieron recurrentes pese a que casi nunca se necesitan y que solo favorecen a sus codiciosos propietarios. Mas moda que verdadera modernización, nuestra modernidad malogró el paso de las pequeñas poblaciones a los grandes asentamientos actuales impidiéndoles seguir siendo ciudades bellas, solo que mas grandes y con ensanches nuevos.

Fueron tales las ansias de modernizar las ciudades colombianas y tan precarios y pequeños sus cascos viejos que en la mayoría de los casos no se conservaron, como sí paso en Europa con sus grandes y consolidados centros históricos un siglo antes. Allá, en donde se produjo la modernidad en la arquitectura y el urbanismo, y en general en el arte, hubo tiempo para domeñarlos y, afortunadamente, no mucho espacio para aplicarlos tal cual. Sin embargo aun hace daños de vez en cuando, los que con frecuencia nos son presentados en las revistas de arquitectura como la actualidad que debemos imitar, lo que hacemos de inmediato, claro esta, causando aun mas daños aquí.

Cambiar las tradiciones por una modernidad que no se entiende inevitablemente lleva al mal gusto pues la cultura se queda sin norte. Y peor aun cuando se mezclan tradiciones y modernidad como suele pasar con frecuencia entre nosotros. Esa combinación, el máximo del “buen gusto” mundano, produce el peor mal gusto cuando se vulgariza pues pierde el orden, la mesura y el propósito. Ignorando la historia de la humanidad, la belleza pasó entre nosotros a ser algo “lujoso” o al menos no prioritario. El gusto ya no se discute pues se cree equivocadamente que no es objetivo, pasando por alto que desempeña funciones de vida o muerte (quién come cosas de apariencia fea, mal olor o peor sabor). Desde luego entender la relación entre belleza, patrimonio y calidad de vida en las ciudades no es tan claro pero no por ello menos importante: todo lo contrario.

La reacción a sido de doble filo. Al lado de loables esfuerzos por estudiar el patrimonio y conservarlo, apareció un conservacionismo nostálgico e ignorante, las mas de las veces, que condujo rápidamente al folclorismo como se ve con frecuencia en San Antonio, en Cali, por ejemplo. En contra de las normas y ante la indiferencia de las autoridades, se ha terminado por “conservar” lo que nunca existió allí (al punto de que cada vez parece mas un pueblo mejicano de película mala y no el barrio blanco y sencillo que fue), mientras se construyen fatales sobre elevaciones que destruyen lo que siempre fue: un barrio de calles paramentadas y casas de patios de uno y a veces dos pisos.

Columna publicada en el diario El País de Cali 06.02.2003

30.01.2003 El arco

30.01.2003 El arco

Para J.C. Londoño
  
Se piensa que los griegos no lo conocían pero los usaron desde el siglo IV a.C. en las puertas de algunas murallas y, de la época helenística, quedan la entrada al estadio de Olimpia, el patio de la fuente y la puerta del ágora en Priene y las bóvedas inclinadas de la escalera del gimnasio en Pergamo. Los romanos, por lo contrario, utilizaron mucho el de medio punto (semicircular) y sus derivaciones: la bóveda de cañón y la cúpula semiesférica; de ahí el equivoco. En Egipto están las bóvedas rebajadas de Djoser en Saqqara y las de los depósitos del Ramesseum en Tebas, entre otras, y en Mesopotamia las hubo hace milenios. Las de voladizo sucesivo, como en el Palacio del Gobernador en Uxmal, Mohenjodaro o el Tesoro de Atreo, parten, en cambio, de un falso arco, como se llama, pues las cargas no siguen una catenaria (invertida) sino una trayectoria escalonada. En cambio el arco a regla, a nivel o adintelado lo es, aunque no lo parezca, pues contiene dicha curva. Y están los arcos rígidos de una pieza, como los antiguos, o de varias soldadas o apernadas, o de concreto, como los modernos.

Arco de festón llamaron los romanos al que seguía estrictamente la catenaria pues es la forma que toma por la gravedad un festón, cadena, o el cable de un funicular (del latín: funiculos, cuerda). Por eso las líneas electrificadas de los trenes se llaman catenarias. Las primeras cúpulas derivadas de estos verdaderos arcos se encuentran en Khirokitia (c. 5650 a.C.) y logran su máximo en las bóvedas de adobes del Palacio de Ctesiphon (c. 600 a.C. ), cuyo grosor es mínimo pues sus superficies inferior (el intrados o sofito del arco) y superior (el extradós o espalda) son paralelas a la catenaria. Las últimas las realizo en piedra Antoni Gaudi (1852-1926) en Barcelona y entre nosotros, con ladrillo, el ingeniero Eladio Dieste (1917-2000) en Uruguay.

La bóveda es el desplazamiento de un arco y la cúpula su rotación. El arco (una bóveda muy angosta), consta de piezas, o dovelas, que son radiadas resultando un volumen curvo perpendicular al suelo (aunque en Egipto ya los hay inclinados para poder levantar bóvedas sin cimbra), por el cual pasa una catenaria que va del exterior de las dos dovelas iniciales, o salmer, que se apoyan en las bases o impostas, a la parte superior de la dovela del vértice, o clave. A lo largo de esta curva la gravedad genera presiones que mantienen juntas las piezas (por eso en los islámicos no son perpendiculares al intrados sino aproximadamente a esa curva virtual), y por ella se desvían hasta los cimientos los empujes verticales de las cargas que están encima, mientras los horizontales son absorbidos por los estribos, esas partes de muro adyacentes a los salmer e impostas. Por eso arcos, bóvedas y cúpulas son vulnerables a los sismos, pues por momentos estos anulan la gravedad.

En el de medio punto las dovelas son iguales facilitando su trazado y construcción, por eso los pragmáticos romanos lo privilegiaron y se conoce tambien como arco romano. El gótico está formado por la intercepción de dos grandes segmentos de círculo; estos arcos ojivales, como igualmente se llaman, pueden alcanzar la misma altura sin variar sus líneas de arranque, a pesar de tener diferentes luces, lo que es su razón de ser. Se especula que el de herradura de los árabes proporciona apoyos altos a la cimbra para economizar madera, escasa en el desierto; pero lo que si es cierto es que llega al Nuevo Mundo, en donde abunda la madera, como en la Torre Mudejar de Cali, por la misma transculturación de tradiciones, simbolismos y desarrollo técnico que hizo que los griegos no valoraran el arco y los romanos si, o que no se pasara del falso al verdadero en algunas culturas o épocas.

Las variaciones son muchas pero el arco es uno solo; no se inventa sino que se descubre y se usa o no, como los arquitectos modernos que lo despreciaron después de su triunfal historia milenaria. Hassan Fathy en Egipto, Ricardo Porro en Cuba, Carlos Mijares en México o Rogelio Salmona, Herbert Baresch y Rodrigo Uribe en Colombia, son notables excepciones.

Columna publicada en el diario El País de Cali 30.01.2003