Columna publicada en el diario El País de Cali 22.07.2004
22.07.2004 Las ciudades siempre son viejas
Los vestidos siempre son nuevos. Cambian con las
estaciones, las horas del día o la pompa y circunstancias; terminan por quedar
pronto dañados y se regalan o votan, y solo algunos pocos van a parar a los
museos en donde se los conserva solo para ser vistos. Lo mismo pasa con los
muebles -o los carros, aviones o barcos-, que aunque duran muchísimo mas,
tienen mas o menos el mismo destino. O incluso los edificios, pues apenas los
que se convierten en museos de si mismos siguen siendo mas o menos como fueron,
ya que la mayoría se adaptan a nuevas exigencias o simbologías o se demuelen.
Las ciudades, por lo contrario -y no solo las que ya están en ruinas-, siempre
son viejas. Pero ni siquiera Venecia es solo museo de si misma pese a que como
dice el poeta Joseph Brodsky sea la mayor obra de arte que ha producido
nuestra especie.
Las ciudades “nuevas” duran años en ser construidas de
manera que sus primeros edificios y espacios urbanos ya son viejos cuando aun
no se han comenzado los últimos. Es el caso de Brasilia, Chandigarh o Camberra,
ahora, o de Monpazier y Mirande, en la Edad Media, o Santa Fe, que levantaron
los reyes Católicos al pie de Granada, o de Palmanova, en el Renacimiento, si
se quiere. Es que, además, las ciudades
están siempre en permanente construcción o demolición, dependiendo de las
circunstancias políticas, económicas, sociales, culturales o técnicas, y,
generalmente, al mismo tiempo. Por eso en ellas siempre hay edificios nuevos,
incluso sectores nuevos, pero siempre están rodeados de contextos urbanos,
inmediatos o lejanos, que ya son viejos; y que constituyen invariablemente la
mayoría de lo construido.
Por eso los edificios, que solo son nuevos cuando se
levantan, siempre se suman a las preexistencias urbanas y arquitectónicas
conformando mas ciudad vieja, y no una nueva ciudad. Hecho urbano mucho mas
importante que el ser simplemente objetos grandes (que desde luego no solo
son). Por eso los mejores, cuando no se trata de verdaderos monumentos (que
suelen ser otra cosa además de edificios), son los que parece que siempre
hubieran estado allí, en medio de los que ya existían. Los que una vez
terminados parecen “viejos” y no “nuevos”;
o, mejor, que tienen algo de viejos y no solamente mucho de nuevos.
Complementan lo preexistente en lugar de tratar de reemplazarlo. En la
arquitectura si que se cumple la advertencia de Oscar Wilde: "Nada es tan
peligroso como ser demasiado moderno. Queda uno expuesto a pasar de moda de
repente."
Pero este hecho, fácilmente comprobable, es aun ignorado
con peligrosa frecuencia en muchas de nuestras escuelas de arquitectura. En
ellas el contexto de los proyectos académicos que hacen los estudiantes es
apenas el blanco de la hoja de sus dibujos, en los que es difícil que
representen los edificios colindantes. Lamentablemente todavía se enseña a
proyectar edificios de la misma manera en que se diseñan objetos: sin contexto
ni vecinos, sin muebles ni clientes, sin climas ni paisajes; sin tradiciones.
Sin ciudad. En eso consistió la tribialización de la arquitectura moderna en
las nuestras: hacer lo nuevo como si fuera a reemplazar rápida y totalmente lo
viejo. Pero aunque fue mucho lo que se destruyo no fue posible acabar con
ellas, con el resultado de que mas parecen ciudades viejas semidestruidas que nuevas
en construcción.
Columna publicada en el diario El País de Cali 22.07.2004
Columna publicada en el diario El País de Cali 22.07.2004