Nuestra publicitada arquitectura reciente no pasa de calcar sin
imaginación las formas de moda de las estrellas internacionales. Además, como concluye
un articulo de Semana sobre el tema (22/09/2008 ), “varios de esos proyectos se
han venido deteriorando con el tiempo, han quedado inconclusos o no cumplen a
cabalidad sus propósitos porque están en continua reparación”. El hecho
lamentable es que nos preocupamos mas por las imágenes de moda y los premios
que por la realidad de las ciudades y
edificios en los que tenemos que vivir. Carecemos de ese sentido de
pertenencia y lo pertinente que les
permite a los venecianos, por ejemplo, protestar por el nuevo puente sobre el
Gran Canal, cuya justificación es que hasta Venecia, que rechazo bellos
proyectos de Wrigth y Khant, tenia que tener un puente de Calatrava, una de las
estrellas de moda por estos días. Arquitectura espectáculo promovida por los políticos
locales buscando el “efecto Bilbao” pues el de su conocida bienal se agota año
a año sumida en la crisis del arte posmoderno.
Pero
aquí ni siquiera nos damos por enterados del estado actual de la premiada
biblioteca de Santo Domingo en Medellín, inaugurada solo hace año y medio, pese
a que anuncia su precipitada vejez, sobre todo tratándose de un edificio
público en un país en donde su mantenimiento no suele ser el mejor. Sus
caparazones de Dry Wall han sido atacados por la humedad en muchas partes, las
ventanas carecen de gotero y se les acumula el agua en la esquina mas baja, las
“escamas” de su recubrimiento se están cayendo y manchando, y el piso de madera
de una de las terrazas ya se comenzó a romper, lo que es un peligro para los
que caminan por él, por lo que pronto seguramente será cerrada. Tampoco se
mencionan sus problemas de ruido y privacidad, ni la inseguridad que en caso de
incendio representan los vacíos perimetrales de sus tres volúmenes. Ni su
inexistente sistema de evacuación, especialmente en el demasiado pendiente
auditorio, ni las peligrosas puertas correderas de sus salones. Ni los cuartos
de aseo al lado de los ascensores, a la vista de los visitantes, ni sus
incómodos baños.
Tampoco
parece importar que no se intentara conformar un espacio urbano publico ya
iniciado por la sencilla iglesia allí presente, la que sin duda fue considerada
desechable. Ni que teniendo el valle de Aburra a sus pies casi no se lo pueda
ver debido a sus escasas, inclinadas y altas ventanas, muchas de las cuales
miran es al volumen inmediato, o por lo tupido del innecesario enrejamiento, a
la moda, de sus balcones. O que desde abajo sus oscuros volúmenes se confundan
con el verde casi negro de los cerros inmediatamente detrás, al punto de
adquirir una imagen siniestra que ha llevado a los taxistas a bautizarla como
el castillo de Drácula. Y por supuesto lo inquietante
del apodo es que apunta a la “disneylizacion” de nuestra arquitectura y con
ella la de nuestra vida. Todo por tratar de vendernos la idea de que la
arquitectura mala de nuestras ciudades actuales se puede suplir con imágenes
supuestamente novedosas, pero que pronto se marchitan como flores de un día al
pasar por alto sus comprobables deficiencias de contexto urbano, constructivas
y funcionales.
Columna publicada en el diario El País de Cali 25.09.2008