Columna publicada en el diario El País de Cali. 25.10.2001
25.10.2001 Poder, gusto y arquitectura (III)
Columna publicada en el diario El País de Cali. 25.10.2001
11.10.2001 Poder, gusto y arquitectura (I)
En
las sociedades primitivas el gusto de los individuos se confundía con el de sus
clanes y tribus; su arquitectura vernácula era solo una artesanía más. Cuando
surgen las clases dominantes hay un gusto aristocrático, al que el arte hace
saltar barreras, y otro campesino que mantiene lo tradicional. Con la aparición
de las ciudades, “donde el aire libera”, surge uno burgués y uno popular que lo
imita. Pero es con los imperios que se establece, como política de estado, el
gusto oficial. Desde Mesopotamia y el Antiguo Egipto pasando por Grecia y sobre
todo por el Imperio Romano, y el Islámico (que tocó fuertemente a América con
el mudéjar), hasta llegar al American way of life, la historia del gusto se
confunde con la del gusto oficial; y cuando el poder de los commitanti fue total, la imposición de su gusto también.
El
primero, conocido, fue Amenofis IV (1370-1350 a.C.) que después de 3.000 años
en los que el arte egipcio varió muy poco, abandonó Tebas y el politeísmo. En
el corto reinado de Akhenaton, como se llamó a sí mismo en homenaje a su nuevo
y único dios, Atón, representado por el disco solar, se produjeron en la corte
de Tell El-Amarna, como hoy se conoce la ciudad a la que trasladó la capital
del imperio, algunas de las obras maestras de la humanidad. Como los bustos del
joven rey (el del Louvre) y el de su esposa la inolvidable reina Nefertiti (en Berlín).
No se sabe si es del maestro escultor del rey, Thutmosis, aunque estaba en su
taller, y probablemente tan sólo sea un modelo para sus retratos oficiales; de
ahí el extraordinario realismo de una belleza exquisita que comienza a perder
su juventud según indican las ligeras arrugas en las comisuras de sus finos
labios. También quedaron las muchas y magníficas piezas de la famosa tumba de
su yerno y sucesor Tutakanmón. Según Ernest Gombrich, esta reforma artística
fue posible por la importación de Creta de obras menos conservadoras y rígidas
que las egipcias. La maat “verdad” del
rey fue interpretada por sus artistas como “realismo” y “vida”.
Después
de Carlo Magno, en Aquisgran, el gusto fue el de Dios pero también el de Allah.
Con el Renacimiento de Papas, Príncipes y Reyes aparece Hispanoamérica, de la
que Fernando Chueca Goitia dice que “el Cristianismo, el Idioma y la
Arquitectura son los tres grandes legados que España ha dejado en este vasto
continente" marcándolo con una huella indeleble. Es el Imperio de Felipe
II, donde nunca se puso el sol. El rey Prudente, mecenas de empresas
intelectuales, encarga a Juan de Herrera la construcción de ese “otro templo de
Salomón”, como fray José de Sigüesa llamó al palacio-monasterio de El Escorial.
La arquitectura de Herrera -anota Chueca Goitia- “es el intento de imponer un
estilo oficial, suprarregional y unificador.” Luis XIV, que igual hubiera
podido afirmar “Le Gout c´est moi!”, necesitó también un escenario para él y su
corte: “Con él sólo importa la grandiosidad, la magnificencia y la simetría”
decía madame de Maintenon, su última favorita y esposa secreta. El pintor
Charles Le Brum fue el supervisor de todos sus proyectos artísticos, y Louis Le
Vau el arquitecto encargado de remodelar el viejo pabellón de caza de Luis
XIII; André Le Notre diseñó los jardines. Los tres habían trabajado para
Nicolás Fouquet en Vaux-le-Vicomte cuya belleza fue la inspiración para el rey
y la desgracia de su ambicioso ministro de finanzas.
El
incomparable Castillo y Parque de Versalles fue la razón, junto con las operas
de Wagner, para que Luis de Wittelsbach, construyera a fines del XIX el famoso
Jardín de Invierno de la Residenz de Munich y los castillos de Neuschwanstein,
Herrenchiemsee, y Linderhof, al que bautizó “Meicost Ettal”, un anagrama de la
famosa afirmación del Rey Sol: "L'Etat cet moi". En ellos el “rey
loco” vivió su vida como de película (Luchino Visconti la filmó) y Waltt Disney
se basó para su Castillo de la Cenicienta, cerca a Orlando, en la Florida. Luis
II de Baviera quería hacer dos palacios más, uno bizantino y otro chino y un
castillo gótico; fue el final de la Bell Epoque, que sucedió al Ancien Régime,
y el inicio del kitsch.
Columna publicada en el diario El País de Cali. 11.10.2001
Columna publicada en el diario El País de Cali. 11.10.2001
01.06.2001 La Arquitectura y las artes
Este
país dejo ya de ser campesino pero no alcanzó a tener ciudades cuando ya las estábamos
destruyendo a partir de una concepción ingenua e ignorante de la modernidad. Su
imposición, más ideológica que real, deterioró rápidamente sus centros
históricos y muchos pueblos. El paradigma era un nuevo diseño totalizador, que
metía en un mismo saco conceptual la arquitectura, el urbanismo y las artes,
entendido como una técnica moderna que permitía nada menos que la aplicación de
la ciencia a todo incluyendo la vida social y espiritual del hombre. Ya es
tiempo de que la enseñanza de la arquitectura y el urbanismo, y su práctica,
vuelvan ha ser cruciales para ciudades y ciudadanos pues su total fracaso es
evidente desde hace años, debido al empobrecimiento de la arquitectura y la
ciudad causados por el uso acrítico y trivial de los paradigmas de la
arquitectura moderna, al tiempo que se olvidaban sus mejores enseñanzas y se
usaba su gran desarrollo tecnológico solo para levantar codiciosas
"torres" y satisfacer caprichos de arquitectos mediocres y no para mejorar
e innovar la arquitectura común de las ciudades.
Hacia
principios del siglo XX aquí se comenzó a cambiar la construcción tradicional
por una arquitectura que era moderna en sus técnicas y funciones pero historicista
en sus formas, y que sustituyó con sus edificios altos las viejas casas de los
centros de las ciudades. Para 1930 llegó el primer modernismo, cargado de influencias
Art-Deco, y simultáneamente se siguió la última moda proveniente de unos Estados
Unidos vencedores en la II Guerra Mundial: el Spanish de la costa oeste y la
Florida que se conocería como español californiano y coincidiría con el
neocolonial impulsado desde la primera Exposición Universal de Sevilla, de
1929. Cali, Bogotá y Medellín contrataron urbanistas extranjeros dando inicio a
la planificación de unas ciudades que ya no obedecían a una concepción
urbano-arquitectónica implícita y colectiva como lo habían hecho desde la
colonia. Ideas asociadas a lo
"moderno" fueron superpuestas a nuestras ciudades tradicionales (al
contrario de Europa donde en general solo tuvieron cabida en los suburbios) y
sus promotores lograron hacerlas identificar con el "progreso" para
legitimar sus intereses puramente comerciales.
Esta
ideología es responsable de la destrucción -de otra manera incomprensible- de
buena parte del patrimonio urbano y arquitectónico del país. Las calles para
peatones se ampliaron transformándolas en vías para carros y destruyendo el
tejido anterior. Sus paramentos corridos se abandonaron, deformando su espacialidad,
y las alturas se dispararon eliminando la importancia y belleza que tuvieron
cúpulas y torres y generando enormes y feas "culatas" que hoy se
cubren abusivamente con vallas publicitarias. Las fachadas urbanas fueron
reemplazadas por volumetrias insulsas e individualistas. La zonificación y la
estratificación eliminaron la convivencia culta y pacífica de gentes,
actividades y animaciones, propias de las ciudades. Para rematar, al finalizar
el siglo un pretendido postmodernismo financiado por el narcotráfico llenó
nuestras ciudades con los peores edificios que se han hecho en el país.
Hace
años que en otras partes se abrió camino una alternativa que propone la
recuperación del espacio público, el patrimonio, el lugar, lo regional y la
memoria colectiva, y que recobró sentido y preminencia el que la arquitectura
vuelva ha ser "el arte de construir", en el sentido de volver a
levantar la morada del hombre, y no solo su hábitat, atendiendo sus necesidades
físicas como sus símbolos, esperanzas y nostalgias. Hay que recuperar nuestra
arquitectura como un quehacer histórico que debe volver a las artes, dialogar
con la música, la danza y el teatro y compartir experiencias con el diseño, la
pintura y la escultura. Pero no sólo hace falta verdaderas historia y estética
sino también ética y una formación técnica pertinente a la función y que
conduzca a la forma. El ejercicio de cualquier arte exige el dominio de su
propia técnica, y la de la arquitectura es justamente multiplicar creativamente
técnica, función y forma, entre si y con los problemas de su implantación: es
decir, los de la construcción poco a poco de la ciudad. En nuestro caso, los de
la urgente recuperación de su urbanidad perdida.
Columna publicada en el diario El País de Cali. 01.06.2001
26.04.2001 Ver y oír - a la Orquesta Sinfónica del Valle -
A la Orquesta Sinfónica del Valle
"La arquitectura -escribió Sir Joshua Reynolds, que siendo gran pintor tenía por que saberlo- recurre directamente, como la música [y ahora mucho arte], a la imaginación, sin que intervenga ningún género de imitación..." Son espacios, abiertos o cerrados, ligados o no, que se ven (y se habitan) a lo largo de recorridos diferentes en tiempos indeterminados, pero que forman un todo. De otro lado, notas, acordes, frases, temas y movimientos encadenados que se oyen en un tiempo preciso y en un orden dado; es la música, esa construcción invisible, como dice el Emperador en Memorias de Adriano. Pero hay más: la resonancia que producen las bóvedas de crucería, recordaba Marío Gómez Vignes, pudo insinuar la polifonía al final de la Alta Edad Media, y sin duda fue la música sinfónica y coral la que inspiró la Filarmónica de Berlín y no sólo la respuesta funcional de Hans Scharoun al grave problema de estar la sala localizada en la ruta de aproximación a un aeropuerto de la ciudad, como se suele explicar.
Qué maravilla la gran música y la gran arquitectura juntas. Al pie de la piramides, en el teatro romano abajo de la Acrópolis o en las termas de Caracalla. Un coro pequeño en una iglesia románica, o, potente, en una gran catedral gótica para subir a lo alto de su alto crucero. Un cuarteto, un trío, un quinteto, en la intimidad austera de una iglesia colonial. La alegría de los vientos en cualquier plaza o hasta en la retreta kitsch de un parque. Una gran sinfónica en una sala de conciertos, como las de Alvar Aalto, invento de la arquitectura moderna precisamente, o, con muchos coros, en un barroco teatro a la italiana. Incluso en uno modesto y tardío como el Municipal. Y con buenos solistas, un estupendo director y un músico grande, es la apoteosis total. Acompañadas del teatro (la representación) música y arquitectura se vuelven un intenso, bello, significativo, profundo y vital ritual. Como en el réquiem de Verdi con sus sonoras trompetas arriba y el profundo coro muy atrás, o en ese increíble ¡Halelujah! que nos empuja a donde debería estar Dios y por eso nos levantamos, como nos gustaría creer que lo hizo Jorge II, no solo por tradición sino por que en ese movimiento la orquesta, los solistas y los coros se "escapan" hacia ese cielo de verdad que nos da Händel con su Mesías... y queremos ir con ellos.
La proyectación arquitectónica y la composición musical predeterminan secuencias que luego son ejecutadas por otros para crear emociones; en el tiempo, una, y en el espacio y en el tiempo, la otra. De la primera quedan (a veces) los edificios, es decir, su única interpretación; de la segunda quedan las composiciones que se interpretan (a veces no) muchas veces. En la construcción intervienen muchos no artistas pero los interpretes siempre son músicos, aunque no siempre muchos. Los músicos, en general, como todos saben menos ellos, que no quieren oírlo, no ven la arquitectura, lo que no les afecta su musicalidad y hasta puede que les agudice el oído; por lo contrario, los arquitectos sordos a la gran música están ciegos a esa belleza que le habla al espíritu y la historia y no solo a sentimientos y costumbres. Por eso mientras en Colombia sigan destruyendo sus edificios y ciudades tradicionales, mientras haya ministras de "cultura" que crean que porque Vivaldi no es colombiano su música es extranjera, mientras los colegios tengan banda de guerra y no de música, no habrá paz de verdad. Y por eso es tan importante que nuestra sinfónica, una de la pocas que quedan en este país que nunca tuvo muchas, sea cada vez mejor notoriamente; y con más público, a pesar de celulares, cuchicheos, carraspeos y todo, y con muchos niños -bienvenidos- que hay que ayudar a educar. Cómo sería de buena la presencia de más arquitectos en los conciertos; tal vez superarían su arquitectura trivial y el daño sordo (silencioso, insensible) que le han hecho a la ciudad con ella.
A manera de coda hay que decir que tal vez la relación entre arquitectura y música explique que Alma Mahler comenzara su envidiable cadena de intensos amores con el famosísimo compositor, y la terminara con Walter Gropius, el aún más conocido arquitecto. Por supuesto ella sabia lo que vale la pena amar a los verdaderos artistas; oírlos y verlos.
Columna publicada en el diario El País de Cali. 26.04.2001
28.02.2001 ¿Edificios o imágenes?
En
el mito de la caverna los hombres solo veían las sombras de las ideas
proyectadas en el fondo. En los libros, revistas y exposiciones de arquitectura
en estos países tan lejanos de todo y tan pobres, los arquitectos, y sobre todo
los estudiantes, solo ven fotos de remotos edificios en ciudades desconocidas;
y ni siquiera todos: solo los de Europa, Norteamérica y Japón, y solo los que
están de moda. Desde que no vendieron mas la revista Mimar, ni siquiera vemos
fotos de lo que se hace en África y Asia. Y peor aún: desde que se terminó la
colección SomoSur tan poco sabemos casi nada de los países vecinos. Quedamos a
merced de unas pocas revistas para las cuales Hispanoamérica simplemente no
cuenta y costosísimos y escasos libros.
Pero
lo que vemos en ellos con frecuencia tampoco es lo que de verdad existe: solo
fotos mentirosas muchas veces. Es el papel distorsionante de la representación
que lleva a valorar lo que no debería tener valor. Es como si muchas revistas
fueran de proyectos de arquitectura y no de arquitectura; muestran los
edificios sin usar y sin contextos, sin envejecer, sin muebles ni gente y con
los pisos mojados para que produzcan efectistas reflejos que en la realidad
pocas veces existen. Las plantas y cortes son a veces abstracciones de
abstracciones y nunca son suficientes pues se disponen pensando más en la
diagramación bonita de la página respectiva que en su lectura, y los textos,
por su parte, dejan que desear, incluso algunos son francamente tontos:
explicaciones abstrusas o falsamente poéticas cuyo daño es peor dada la
inexistencia entre nosotros de una crítica de arquitectura permanente y plural.
Se
ha llegado al extremo de actuar como si la razón de ser de la arquitectura no
fuera la de ser habitada con seguridad, dignidad y placer, para lo cual tiene
que previamente ser correctamente construida, sino la de ser exquisitamente
fotografiada. Los edificios "buenos" son los que son fotogénicos;
como las modelos, de las que poco importan sus cualidades de personas sino que
"registren" bien. A veces
parece que los jurados de concursos y bienales y los curadores de exposiciones
miraran solo con ojos de fotógrafo de modas; para ellos la arquitectura se ha
vuelto un problema de casting. Se presentan y evalúan y premian imágenes de
objetos y no de edificios habitados y que están en las ciudades. Es el triunfo
de la apariencia y en últimas el de la imagen y el de la moda. La belleza no es
ya más entre nosotros "el esplendor de la verdad" sino la mentira que
resplandece en una "buena" "figuración" de
"actualidad".
La
solución sería hacer como antes viajes de estudio, mirar con los propios ojos
edificios y ciudades que se viven al menos unos días, pero los estudiantes, los
profesores y los arquitectos cuando "ven" un edificio o una plaza o
una calle que les llama su atención proceden de inmediato, sin mirarlos, a
tomar fotografías y salir rápido a buscar el siguiente blanco, esforzándose para
encontrarles sus "mejores" ángulos y momentos, para esperar a que no
haya carros ni personas, para separarlos de sus vecinos y contextos; para
fotografiarlos desde donde, ni como, nadie los puede mirar. Obnubilados por las
sombras distorsionadas de la representación no pueden fácilmente ver lo que
realmente hacen; o no hacen. Queda la esperanza de la www; cada vez más
personas tienen acceso a ella: ojalá no queden también atrapados en sus finos y
peligrosos hilos. Desde luego el problema no es la fotografía sino su abuso.
Imágenes
de arquitecturas que se han vuelto los paradigmas de los estudiantes, que tan
mal aprenden lo que era el arte de construir para habitar con emoción. Las
representaciones de sus proyectos de aprendizaje, que jamás serán construidos
ni habitados, fácilmente se vuelven los objetivos únicos de sus trabajos de
taller. Pero una vez graduados (o antes) no tienen problemas con la
construcción de sus fantasías y caprichos de moda: el desarrollo de la
tecnología de la construcción permite hoy construir casi cualquier cosa. Poco
importa que el resultado no sea correcto: las fotos se toman antes de que sus
clientes y las ciudades sean víctimas de la concreción edilicia de unas
imágenes que solo fueron un problema de gusto.
Columna publicada en el diario El País de Cali. 28.02.2001
18.01.2001 Poder, gusto y arquitectura (II)
Los
revolucionarios franceses lo fueron poco en arquitectura: solo se les ocurrió
recurrir al estilo imperial romano, en una versión teatral y recargada, pues
supuestamente expresaba las virtudes de la vida republicana. Como dice Marx:
“...en tales épocas de crisis revolucionaria se evocan angustiosamente los
espíritus del pasado para ponerles a su servicio; se toman prestados sus
nombres, sus consignas, sus costumbres, para representar con este viejo y
venerable disfraz y con este parlamento tomado en préstamo la nueva escena de
la historia.” Gusto divulgado, con tantas otras cosas de la Gran Revolución,
por el Imperio Napoleónico y que por supuesto pronto imitaron los
revolucionarios hispanoamericanos, que por iniciativa de Francia pasaron a ser
latinoamericanos. Su arquitectura neoclásica, sin embargo, solo la pudieron
poner en práctica a finales del XIX y pronto fue reemplazada por otra que
parecia moderna y, después de la II Guerra Mundial, norteamericana.
Hitler,
ese diabólico arquitecto frustrado, amante también de Wagner, que reemplazó la
muy moderna Bauhaus por el historicismo neoclásico de Albert Speer y su teoría
de las ruinas, ordenó sin embargo la destrucción de París -Versalles incluido-
frustrado por la imposibilidad de que su arquitecto remodelara la capital del
Tercer Reich para que lo que quedara de ella durara mil años más. “Berlín es
una gran ciudad, pero no una ciudad cosmopolita [...] Tenemos que superar a
París y Viena” le diría a Speer no mucho antes de convertirlo en su ministro de
armamentos y posteriormente de la industria, en donde su gran eficacia como
organizador hizo durar la guerra, según muchos, dos años más. “La de Hitler fue
la primera dictadura de un Estado industrial en los tiempos de la técnica
moderna...” se defendería Speer en Nuremberg.
Stalin
purgó (también) el moderno constructivismo e impuso el realismo socialista. Los
jóvenes maoístas, bajo el mando de "la banda de los cuatro" prohibirían
a Shakespeare, Beethoven o Picasso con la misma lógica simplista y tremenda con
que invirtieron los colores de los semáforos, convencidos de que se podía
amordazar el arte. En Camboya, para que no quedara duda del odio de los Khmer
Rouge por la cultura de las ciudades (pensaban resolver su milenario
antagonismo con el campo suprimiendolas), Pol Pot abandonó a la selva los
maravillosos y antiguos templos de Angkor e hizo desmantelar su catedral
francesa. Los Talibán, con su cultura machista, violenta, oscurantista y
dogmática, bajo la férula del Mullah Mohammed Omar, destruyeron los milenarios
y altísimos Budas de pie, tallados en la roca en el siglo IV o V, en el valle
de Bamiyán en Afganistán. Y desde luego lo de las Torres Gemelas, al contrario
del Pentágono, no fue solo contra el Gobierno y los militares de Estados
Unidos.
Alemania
unificada, y democrática ahora si, ha retomado la empresa de superar a París
esta vez con la ayuda de arquitectos de muchas partes, como Sir Norman Foster,
Premio Pritzker de 1999, quien ganó el concurso internacional para la
remodelación del viejo y destruido Reichstag, reinaugurado hace más de un año
en Berlín. En Bilbao los inversionistas descubrieron (una vez más, después de
Barcelona y Sevilla) el poder de la arquitectura, para convertir su viejo
enclave industrial en una nueva ciudad terciaria y del tiempo libre, sin destruir
su casco tradicional, mediante el trabajo de famosos arquitectos, también de
todas partes, incluido Frank Gehry tambien Premio Pritzker.
Como
dice Ernest Gombrich: “Toda generación se rebela de algún modo contra las
convenciones de sus padres; toda obra de arte expresa su mensaje a sus
contemporáneos no sólo por lo que contiene, sino por lo que deja de contener.”
En Colombia cada generación, con una actitud light, rechaza los gustos y
costumbres con los que creció pero aunque no logra nuevos contenidos -no pasa
de imitarlos- si abandona, como vejestorios, las auténticas pocas y viejas
tradiciones de su vapuleada cultura; o las vulgariza, tergiversa y mal
interpreta; o las embalsama, hasta acabar con ellas...conservándolas como nunca
fueron y como no sirven.
Columna publicada por el diario El País de Cali. 18.10.2001
Columna publicada por el diario El País de Cali. 18.10.2001
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