25.10.2001 Poder, gusto y arquitectura (III)

 Toda una generación de arquitectos y diseñadores europeos como Pierre Chareau y Richard Neutra, y Walter Gropius y sus colegas de la Bauhaus, entre 1919 y 28, como Marcel Breuer y Ludwig Mies van der Rohe, terminaron en Estados Unidos por culpa de Hitler y para desgracia de su arquitectura, inclu-yendo la maravillosa y precursora de Frank Lloyd Wrigth, como lo denun-cia Tom Wolfe en su From Bauhaus to Our House. Pero el más influyente, para bien pero sobre todo para mal, sería Charles-Ëdouard Jeanneret quien no perteneció a la Bauhaus. Le Corbusier, nombre con el que se dio a conocer al mundo, dijo hacia 1938 que en la construcción moderna se podía encontrar el acuerdo entre paisaje, clima y tradición. Pero sus seguidores, tergiversando y trivializando sus ideas, empedraron las ciudades del Tercer Mundo con sus ilusiones. Una arquitectura sin arte y ya sin artesanía las rodeó rápidamente de ensanches de clases medias, enormes invasiones de pobres y suburbios de ricos con frecuencia igual de pobres por lo miserable de su estética. Los edificios vanamente modernos que se levantaron por montones en estos países, destruyeron justamente sus pequeños y frágiles centros tradicionales, taparon el paisaje con sus "torres" innecesariamente altas y habitadas y, en lugar de resolver el clima con arquitectura, recurrieron al aire acondicionado, cuyo encuentro con las escaleras mecánicas dio como fruto, a juicio del famoso arquitecto holandés Rem Koolhaas, la arquitectura de la últimas décadas. Racionalmente la modernización quería compartir con todos las bondades del avance científico-técnico pero, como dice Koolhaas, su catastrófica apoteosis fue ese colosal manto de espacio chatarra que cubre la Tierra pues hemos construido tanto como en toda la historia anterior.

Al principio se comenzó a cambiar la construcción tradicional por una arquitectura moderna en sus técnicas y funciones pero historicista en sus formas, que sustituyó con edifi­cios, más altos, las viejas casas de los centros de las ciudades. Para 1940 se divulgó el Art-Deco y el Spanish de la Costa Oeste y la Florida (conocido en Colombia como español californiano) que coincidiría con la arquitectura neocolonial impulsada desde la primera Exposición Uni­versal de Sevilla, en 1929. Hacia mediados del siglo se contrataron en muchas partes urbanistas de unos Esta­dos Unidos vencedores en la II Guerra Mundial.  Ideas asociadas a lo norteamericano y lo moderno fueron superpuestas a nuestras ciudades tradicionales (al contrario de Europa donde solo tuvieron cabida en los suburbios) y sus promotores lograron hacerlas identificar con el "progreso" para legitimar sus intereses comerciales. No es casualidad que en el Tercer Mundo estén las poquísimas ciudades modernas, como Chandigarh diseñada por Le Corbusier en 1950; Brasilia, en 1957 por Lucio Costa (la ciudad) y Oscar Niemeyer (sus principales edificios), donde se pusieron en práctica masivamente el urbanismo y la arquitectura modernas como un atajo hacia la modernización de un país; Islamabad, en 1965, de Louis Khan; y Abuja en Nigeria y Dodoma en Tanzania, ambas de 1975. Y que fueran iniciativas faraónicas de gobernantes fuertes como Juscelino Kubitschek, gestor de Brasilia y de la modernización de Belo Horizonte.

 Ahora, en general, los arquitectos se preocupan es de la moda. Inquieta que su gusto común, al menos en Latinoamérica, sea solo el de las revistas españolas pues no se preocupan por la arquitectura diferente a la del mundo llamado desarrollado, pese a que compartimos con ella antiquísimas tradiciones, climas, paisajes y problemas y recursos. No buscamos variaciones para nuestras circunstancias sino que calcamos las formas novedosas que nos llegan de las metrópolis, acostumbrados a que casi todo viene de afuera. Nos dejamos llevar fácilmente de modas, apariencias y falsos conceptos estéticos promovidos por la gran industria transnacional para incrementar el consumismo. El gusto de los individuos ya no es el de sus clanes y tribus sino el de sus imágenes importadas. La ciudad, entre nosotros, pasó de ser una obra de arte colectivo para vivir -como lo fueron casi todas las tradicionales durante cientos años y muchas lo siguen siendo renovadamente- a ser solo asentamientos para ver el mundo por la TV.

Columna publicada en el diario El País de Cali. 25.10.2001

11.10.2001 Poder, gusto y arquitectura (I)

En las sociedades primitivas el gusto de los individuos se confundía con el de sus clanes y tribus; su arquitectura vernácula era solo una artesanía más. Cuando surgen las clases dominantes hay un gusto aristocrático, al que el arte hace saltar barreras, y otro campesino que mantiene lo tradicional. Con la aparición de las ciudades, “donde el aire libera”, surge uno burgués y uno popular que lo imita. Pero es con los imperios que se establece, como política de estado, el gusto oficial. Desde Mesopotamia y el Antiguo Egipto pasando por Grecia y sobre todo por el Imperio Romano, y el Islámico (que tocó fuertemente a América con el mudéjar), hasta llegar al American way of life, la historia del gusto se confunde con la del gusto oficial; y cuando el poder de los commitanti  fue total, la imposición de su gusto también.

El primero, conocido, fue Amenofis IV (1370-1350 a.C.) que después de 3.000 años en los que el arte egipcio varió muy poco, abandonó Tebas y el politeísmo. En el corto reinado de Akhenaton, como se llamó a sí mismo en homenaje a su nuevo y único dios, Atón, representado por el disco solar, se produjeron en la corte de Tell El-Amarna, como hoy se conoce la ciudad a la que trasladó la capital del imperio, algunas de las obras maestras de la humanidad. Como los bustos del joven rey (el del Louvre) y el de su esposa la inolvidable reina Nefertiti (en Berlín). No se sabe si es del maestro escultor del rey, Thutmosis, aunque estaba en su taller, y probablemente tan sólo sea un modelo para sus retratos oficiales; de ahí el extraordinario realismo de una belleza exquisita que comienza a perder su juventud según indican las ligeras arrugas en las comisuras de sus finos labios. También quedaron las muchas y magníficas piezas de la famosa tumba de su yerno y sucesor Tutakanmón. Según Ernest Gombrich, esta reforma artística fue posible por la importación de Creta de obras menos conservadoras y rígidas que las egipcias. La maat   “verdad” del rey fue interpretada por sus artistas como “realismo” y “vida”.

Después de Carlo Magno, en Aquisgran, el gusto fue el de Dios pero también el de Allah. Con el Renacimiento de Papas, Príncipes y Reyes aparece Hispanoamérica, de la que Fernando Chueca Goitia dice que “el Cristianismo, el Idioma y la Arquitectura son los tres grandes legados que España ha dejado en este vasto continente" marcándolo con una huella indeleble. Es el Imperio de Felipe II, donde nunca se puso el sol. El rey Prudente, mecenas de empresas intelectuales, encarga a Juan de Herrera la construcción de ese “otro templo de Salomón”, como fray José de Sigüesa llamó al palacio-monasterio de El Escorial. La arquitectura de Herrera -anota Chueca Goitia- “es el intento de imponer un estilo oficial, suprarregional y unificador.” Luis XIV, que igual hubiera podido afirmar “Le Gout c´est moi!”, necesitó también un escenario para él y su corte: “Con él sólo importa la grandiosidad, la magnificencia y la simetría” decía madame de Maintenon, su última favorita y esposa secreta. El pintor Charles Le Brum fue el supervisor de todos sus proyectos artísticos, y Louis Le Vau el arquitecto encargado de remodelar el viejo pabellón de caza de Luis XIII; André Le Notre diseñó los jardines. Los tres habían trabajado para Nicolás Fouquet en Vaux-le-Vicomte cuya belleza fue la inspiración para el rey y la desgracia de su ambicioso ministro de finanzas.              

El incomparable Castillo y Parque de Versalles fue la razón, junto con las operas de Wagner, para que Luis de Wittelsbach, construyera a fines del XIX el famoso Jardín de Invierno de la Residenz de Munich y los castillos de Neuschwanstein, Herrenchiemsee, y Linderhof, al que bautizó “Meicost Ettal”, un anagrama de la famosa afirmación del Rey Sol: "L'Etat cet moi". En ellos el “rey loco” vivió su vida como de película (Luchino Visconti la filmó) y Waltt Disney se basó para su Castillo de la Cenicienta, cerca a Orlando, en la Florida. Luis II de Baviera quería hacer dos palacios más, uno bizantino y otro chino y un castillo gótico; fue el final de la Bell Epoque, que sucedió al Ancien Régime, y el inicio del kitsch.               

Columna publicada en el diario El País de Cali.  11.10.2001

01.06.2001 La Arquitectura y las artes

Este país dejo ya de ser campesino pero no alcanzó a tener ciudades cuando ya las estábamos destruyendo a partir de una concepción ingenua e ignorante de la modernidad. Su imposición, más ideológica que real, deterioró rápidamente sus centros históricos y muchos pueblos. El paradigma era un nuevo diseño totalizador, que metía en un mismo saco conceptual la arquitectura, el urbanismo y las artes, entendido como una técnica moderna que permitía nada menos que la aplicación de la ciencia a todo incluyendo la vida social y espiritual del hombre. Ya es tiempo de que la enseñanza de la arquitectura y el urbanismo, y su práctica, vuelvan ha ser cruciales para ciudades y ciudadanos pues su total fracaso es evidente desde hace años, debido al empobrecimiento de la arquitectura y la ciudad causados por el uso acrítico y trivial de los paradigmas de la arquitectura moderna, al tiempo que se olvidaban sus mejores enseñanzas y se usaba su gran desarrollo tecnológico solo para levantar codiciosas "torres" y satisfacer caprichos de arquitectos mediocres y no para mejorar e innovar la arquitectura común de las ciudades.

Hacia principios del siglo XX aquí se comenzó a cambiar la construcción tradicional por una arquitectura que era moderna en sus técnicas y funciones pero historicista en sus formas, y que sustituyó con sus edifi­cios altos las viejas casas de los centros de las ciudades. Para 1930 llegó el primer mo­dernismo, cargado de in­fluen­cias Art-Deco, y simultáneamente se siguió la última moda proveniente de unos Esta­dos Unidos vencedores en la II Guerra Mundial: el Spanish de la costa oeste y la Florida que se conocería como español califor­niano y coincidiría con el neocolonial impulsado desde la primera Exposición Uni­versal de Sevilla, de 1929. Cali, Bogotá y Medellín contrataron urbanistas extranjeros dando inicio a la planificación de unas ciudades que ya no obedecían a una concep­ción urbano-arquitectónica implícita y colectiva como lo habían hecho desde la colonia.  Ideas asociadas a lo "moderno" fueron superpuestas a nuestras ciudades tradicionales (al contrario de Europa donde en general solo tuvieron cabida en los suburbios) y sus promotores lograron hacerlas identificar con el "progreso" para legitimar sus intereses puramente comerciales.

Esta ideología es responsable de la destrucción -de otra manera incomprensible- de buena parte del patrimonio urbano y arquitectónico del país. Las calles para peatones se ampliaron transformándolas en vías para carros y destruyendo el tejido anterior. Sus paramentos corridos se abandonaron, deformando su espacialidad, y las alturas se dispararon eliminando la importancia y belleza que tuvieron cúpulas y to­rres y generando enormes y feas "culatas" que hoy se cubren abusivamente con vallas publicitarias. Las fachadas urbanas fueron reemplazadas por volumetrias insulsas e individualistas. La zonificación y la estratificación eliminaron la convivencia culta y pacífica de gentes, actividades y animaciones, propias de las ciudades. Para rematar, al finalizar el siglo un pretendido postmodernismo financiado por el narcotráfico llenó nuestras ciudades con los peores edificios que se han hecho en el país.

Hace años que en otras partes se abrió camino una alternativa que propone la recuperación del espacio público, el patrimonio, el lugar, lo regional y la memoria colectiva, y que recobró sentido y preminencia el que la arquitectura vuelva ha ser "el arte de construir", en el sentido de volver a levantar la morada del hombre, y no solo su hábitat, atendiendo sus necesidades físicas como sus símbolos, esperanzas y nostalgias. Hay que recuperar nuestra arquitectura como un quehacer histórico que debe volver a las artes, dialogar con la música, la danza y el teatro y compartir experiencias con el diseño, la pintura y la escultura. Pero no sólo hace falta verdaderas historia y estética sino también ética y una formación técnica pertinente a la función y que conduzca a la forma. El ejercicio de cualquier arte exige el dominio de su propia técnica, y la de la arquitectura es justamente multiplicar creativamente técnica, función y forma, entre si y con los problemas de su implantación: es decir, los de la construcción poco a poco de la ciudad. En nuestro caso, los de la urgente recuperación de su urbanidad perdida.

Columna publicada en el diario El País de Cali. 01.06.2001


26.04.2001 Ver y oír - a la Orquesta Sinfónica del Valle -

A la Orquesta Sinfónica del Valle
  
"La arquitectura -escribió Sir Joshua Reynolds, que siendo gran pintor tenía por que saberlo- recurre directamente, como la música [y ahora mucho arte], a la imaginación, sin que intervenga ningún género de imitación..." Son espacios, abiertos o cerrados, ligados o no, que se ven (y se habitan) a lo largo de recorridos diferentes en tiempos indeterminados, pero que forman un todo. De otro lado, notas, acordes, frases, temas y movimientos encadenados que se oyen en un tiempo preciso y en un orden dado; es la música, esa construcción invisible, como dice el Emperador en Memorias de Adriano. Pero hay más: la resonancia que producen las bóvedas de crucería, recordaba  Marío Gómez Vignes, pudo insinuar la polifonía al final de la Alta Edad Media, y sin duda fue la música sinfónica y coral la que inspiró la Filarmónica de Berlín y no sólo la respuesta funcional de Hans Scharoun al grave problema de estar la sala localizada en la ruta de aproximación a un aeropuerto de la ciudad, como se suele explicar.

Qué maravilla la gran música y la gran arquitectura juntas. Al pie de la piramides, en el teatro romano abajo de la Acrópolis o en las termas de Caracalla. Un coro pequeño en una iglesia románica, o, potente, en una gran catedral gótica para subir a lo alto de su alto crucero. Un cuarteto, un trío, un quinteto, en la intimidad austera de una iglesia colonial. La alegría de los vientos en cualquier plaza o hasta en la retreta kitsch de un parque. Una gran sinfónica en una sala de conciertos, como las de Alvar Aalto, invento de la arquitectura moderna precisamente, o, con muchos coros, en un barroco teatro a la italiana. Incluso en uno modesto y tardío como el Municipal. Y con buenos solistas, un estupendo director y un músico grande, es la apoteosis total. Acompañadas del teatro (la representación) música y arquitectura se vuelven un intenso, bello, significativo, profundo y vital ritual. Como en el réquiem de Verdi con sus sonoras trompetas arriba y el profundo coro muy atrás, o en ese increíble ¡Halelujah! que nos empuja a donde debería estar Dios y por eso nos levantamos, como nos gustaría creer que lo hizo Jorge II, no solo por tradición sino por que en ese movimiento la orquesta, los solistas y los coros se "escapan" hacia ese cielo de verdad que nos da Händel con su Mesías... y queremos ir con ellos.

 La proyectación arquitectónica y la composición musical predeterminan secuencias que luego son ejecutadas por otros para crear emociones; en el tiempo, una, y en el espacio y en el tiempo, la otra. De la primera quedan (a veces) los edificios, es decir, su única interpretación; de la segunda quedan las composiciones que se interpretan (a veces no) muchas veces. En la construcción intervienen muchos no artistas pero los interpretes siempre son músicos, aunque no siempre muchos. Los músicos, en general, como todos saben menos ellos, que no quieren oírlo, no ven la arquitectura, lo que no les afecta su musicalidad y hasta puede que les agudice el oído; por lo contrario, los arquitectos sordos a la gran música están ciegos a esa belleza que le habla al espíritu y la historia y no solo a sentimientos y costumbres. Por eso mientras en Colombia sigan destruyendo sus edificios y ciudades tradicionales, mientras haya ministras de "cultura" que crean que porque Vivaldi no es colombiano su música es extranjera, mientras los colegios tengan banda de guerra y no de música, no habrá paz de verdad. Y por eso es tan importante que nuestra sinfónica, una de la pocas que quedan en este país que nunca tuvo muchas, sea cada vez mejor notoriamente; y con más público, a pesar de celulares, cuchicheos, carraspeos y todo, y con muchos niños -bienvenidos- que hay que ayudar a educar. Cómo sería de buena la presencia de más arquitectos en los conciertos; tal vez superarían su arquitectura trivial y el daño sordo (silencioso, insensible) que le han hecho a la ciudad con ella.

A manera de coda hay que decir que tal vez la relación entre arquitectura y música explique que Alma Mahler comenzara su envidiable cadena de intensos amores con el famosísimo compositor, y la terminara con Walter Gropius, el aún más conocido arquitecto. Por supuesto ella sabia lo que vale la pena amar a los verdaderos artistas; oírlos y verlos.


Columna publicada en el diario El País de Cali. 26.04.2001

28.02.2001 ¿Edificios o imágenes?

En el mito de la caverna los hombres solo veían las sombras de las ideas proyectadas en el fondo. En los libros, revistas y exposiciones de arquitectura en estos países tan lejanos de todo y tan pobres, los arquitectos, y sobre todo los estudiantes, solo ven fotos de remotos edificios en ciudades desconocidas; y ni siquiera todos: solo los de Europa, Norteamérica y Japón, y solo los que están de moda. Desde que no vendieron mas la revista Mimar, ni siquiera vemos fotos de lo que se hace en África y Asia. Y peor aún: desde que se terminó la colección SomoSur tan poco sabemos casi nada de los países vecinos. Quedamos a merced de unas pocas revistas para las cuales Hispanoamérica simplemente no cuenta y costosísimos y escasos libros.

Pero lo que vemos en ellos con frecuencia tampoco es lo que de verdad existe: solo fotos mentirosas muchas veces. Es el papel distorsionante de la representación que lleva a valorar lo que no debería tener valor. Es como si muchas revistas fueran de proyectos de arquitectura y no de arquitectura; muestran los edificios sin usar y sin contextos, sin envejecer, sin muebles ni gente y con los pisos mojados para que produzcan efectistas reflejos que en la realidad pocas veces existen. Las plantas y cortes son a veces abstracciones de abstracciones y nunca son suficientes pues se disponen pensando más en la diagramación bonita de la página respectiva que en su lectura, y los textos, por su parte, dejan que desear, incluso algunos son francamente tontos: explicaciones abstrusas o falsamente poéticas cuyo daño es peor dada la inexistencia entre nosotros de una crítica de arquitectura permanente y plural.

Imágenes de arquitecturas que se han vuelto los paradigmas de los estudiantes, que tan mal aprenden lo que era el arte de construir para habitar con emoción. Las representaciones de sus proyectos de aprendizaje, que jamás serán construidos ni habitados, fácilmente se vuelven los objetivos únicos de sus trabajos de taller. Pero una vez graduados (o antes) no tienen problemas con la construcción de sus fantasías y caprichos de moda: el desarrollo de la tecnología de la construcción permite hoy construir casi cualquier cosa. Poco importa que el resultado no sea correcto: las fotos se toman antes de que sus clientes y las ciudades sean víctimas de la concreción edilicia de unas imágenes que solo fueron un problema de gusto.

Se ha llegado al extremo de actuar como si la razón de ser de la arquitectura no fuera la de ser habitada con seguridad, dignidad y placer, para lo cual tiene que previamente ser correctamente construida, sino la de ser exquisitamente fotografiada. Los edificios "buenos" son los que son fotogénicos; como las modelos, de las que poco importan sus cualidades de personas sino que "registren" bien.  A veces parece que los jurados de concursos y bienales y los curadores de exposiciones miraran solo con ojos de fotógrafo de modas; para ellos la arquitectura se ha vuelto un problema de casting. Se presentan y evalúan y premian imágenes de objetos y no de edificios habitados y que están en las ciudades. Es el triunfo de la apariencia y en últimas el de la imagen y el de la moda. La belleza no es ya más entre nosotros "el esplendor de la verdad" sino la mentira que resplandece en una "buena" "figuración" de "actualidad".

La solución sería hacer como antes viajes de estudio, mirar con los propios ojos edificios y ciudades que se viven al menos unos días, pero los estudiantes, los profesores y los arquitectos cuando "ven" un edificio o una plaza o una calle que les llama su atención proceden de inmediato, sin mirarlos, a tomar fotografías y salir rápido a buscar el siguiente blanco, esforzándose para encontrarles sus "mejores" ángulos y momentos, para esperar a que no haya carros ni personas, para separarlos de sus vecinos y contextos; para fotografiarlos desde donde, ni como, nadie los puede mirar. Obnubilados por las sombras distorsionadas de la representación no pueden fácilmente ver lo que realmente hacen; o no hacen. Queda la esperanza de la www; cada vez más personas tienen acceso a ella: ojalá no queden también atrapados en sus finos y peligrosos hilos. Desde luego el problema no es la fotografía sino su abuso.

Columna publicada en el diario El País de Cali. 28.02.2001

18.01.2001 Poder, gusto y arquitectura (II)

Los revolucionarios franceses lo fueron poco en arquitectura: solo se les ocurrió recurrir al estilo imperial romano, en una versión teatral y recargada, pues supuestamente expresaba las virtudes de la vida republicana. Como dice Marx: “...en tales épocas de crisis revolucionaria se evocan angustiosamente los espíritus del pasado para ponerles a su servicio; se toman prestados sus nombres, sus consignas, sus costumbres, para representar con este viejo y venerable disfraz y con este parlamento tomado en préstamo la nueva escena de la historia.” Gusto divulgado, con tantas otras cosas de la Gran Revolución, por el Imperio Napoleónico y que por supuesto pronto imitaron los revolucionarios hispanoamericanos, que por iniciativa de Francia pasaron a ser latinoamericanos. Su arquitectura neoclásica, sin embargo, solo la pudieron poner en práctica a finales del XIX y pronto fue reemplazada por otra que parecia moderna y, después de la II Guerra Mundial, norteamericana.

Hitler, ese diabólico arquitecto frustrado, amante también de Wagner, que reemplazó la muy moderna Bauhaus por el historicismo neoclásico de Albert Speer y su teoría de las ruinas, ordenó sin embargo la destrucción de París -Versalles incluido- frustrado por la imposibilidad de que su arquitecto remodelara la capital del Tercer Reich para que lo que quedara de ella durara mil años más. “Berlín es una gran ciudad, pero no una ciudad cosmopolita [...] Tenemos que superar a París y Viena” le diría a Speer no mucho antes de convertirlo en su ministro de armamentos y posteriormente de la industria, en donde su gran eficacia como organizador hizo durar la guerra, según muchos, dos años más. “La de Hitler fue la primera dictadura de un Estado industrial en los tiempos de la técnica moderna...” se defendería Speer en Nuremberg.

Stalin purgó (también) el moderno constructivismo e impuso el realismo socialista. Los jóvenes maoístas, bajo el mando de "la banda de los cuatro" prohibirían a Shakespeare, Beethoven o Picasso con la misma lógica simplista y tremenda con que invirtieron los colores de los semáforos, convencidos de que se podía amordazar el arte. En Camboya, para que no quedara duda del odio de los Khmer Rouge por la cultura de las ciudades (pensaban resolver su milenario antagonismo con el campo suprimiendolas), Pol Pot abandonó a la selva los maravillosos y antiguos templos de Angkor e hizo desmantelar su catedral francesa. Los Talibán, con su cultura machista, violenta, oscurantista y dogmática, bajo la férula del Mullah Mohammed Omar, destruyeron los milenarios y altísimos Budas de pie, tallados en la roca en el siglo IV o V, en el valle de Bamiyán en Afganistán. Y desde luego lo de las Torres Gemelas, al contrario del Pentágono, no fue solo contra el Gobierno y los militares de Estados Unidos.

 Alemania unificada, y democrática ahora si, ha retomado la empresa de superar a París esta vez con la ayuda de arquitectos de muchas partes, como Sir Norman Foster, Premio Pritzker de 1999, quien ganó el concurso internacional para la remodelación del viejo y destruido Reichstag, reinaugurado hace más de un año en Berlín. En Bilbao los inversionistas descubrieron (una vez más, después de Barcelona y Sevilla) el poder de la arquitectura, para convertir su viejo enclave industrial en una nueva ciudad terciaria y del tiempo libre, sin destruir su casco tradicional, mediante el trabajo de famosos arquitectos, también de todas partes, incluido Frank Gehry tambien Premio Pritzker.

Como dice Ernest Gombrich: “Toda generación se rebela de algún modo contra las convenciones de sus padres; toda obra de arte expresa su mensaje a sus contemporáneos no sólo por lo que contiene, sino por lo que deja de contener.” En Colombia cada generación, con una actitud light, rechaza los gustos y costumbres con los que creció pero aunque no logra nuevos contenidos -no pasa de imitarlos- si abandona, como vejestorios, las auténticas pocas y viejas tradiciones de su vapuleada cultura; o las vulgariza, tergiversa y mal interpreta; o las embalsama, hasta acabar con ellas...conservándolas como nunca fueron y como no sirven.

Columna publicada por el diario El País de Cali. 18.10.2001