25.07.2002 Cambios
En Hispanoamérica las ciudades algo cambiaron,
comparadas con las medievales de las que vinieron sus fundadores. Fueron
nuevamente trazadas previamente a su
construcción, como lo habían sido las antiguas colonias griegas, los
campamentos romanos y las ciudades militares en el medioevo. Pero conservaron
las calles, ahora derechas, las manzanas y los patios y zaguanes. Y aunque las
plazas perdieron contundencia al tener abiertas sus cuatro esquinas, siguieron
siéndolo hasta que la generación romántica de finales del siglo XIX las
convirtió en parques en muchos pueblos y ciudades hispanoamericanos, para
alejarlas de España y acercarlas a una Francia que se había reemplazado las
estatuas de los reyes por los árboles de Rousseau, e inventado la latinidad
para su propio beneficio.
Sin una verdadera tradición urbana (nuestras ciudades premodernas eran
realmente apenas pueblos) y sin muchas posibilidades de conocer verdaderas
ciudades (están muy lejos y nos regodeamos en mirarnos a nosotros mismos)
rechazamos lo que de artefacto tienen las ciudades y la importancia de su
belleza. Creemos que la vida ciudadana se puede llevar a cabo bien en medio de
la feura. Dejamos de lado que sin una buena arquitectura complementaria de un
buen urbanismo, no resulta cosa distinta que el caos visual y la inexistencia
de espacios urbanos públicos conformados artísticamente. La ciudad, entre
nosotros, pasó de ser una obra de arte colectivo para vivir -como lo fueron
casi todas las ciudades tradicionales durante cientos años y muchas lo siguen
siendo renovadamente- a ser solo ineficientes asentamientos para habitar,
trabajar y circular. El encuentro ciudadano en calles, plazas, parques, rondas
y paseos, se ha reemplazado por la vida artificial y segregada de los centros
comerciales y por el autismo de la TV.
Los carros y la publicidad han invadido el espacio público de las
ciudades y pueblos colombianos. Los peatones poco son considerados en el
rediseño de las calles, las que se convertirten en vías solo para los carros.
Los ingenieros viales (con una deficiente formación en este país) poco se
interesan en la ciudad; solo piensan en flujos como si estuvieran diseñando
alcanterillas. Para rematar, con frecuencia se cae en el error de creer que
recuperar los espacios urbanos es llenarlos de objetos: materas, escalinatas,
"obras de arte", bolardos y bancas. Elementos muchas veces
innecesarios pero que en los planos de los arquitectos se ven bonitos. Incluso,
como pasa en Cali, se contrata el llamado mobiliario urbano y después se ve en
donde ponerlo, pues desde luego el interés en él fue la publicidad y no la
ciudad. Caso extremo son los mogadores, que se inventaron para anunciar eventos
culturales o recreativos, pero que en Cali son "soportes
informativos" atravesados de cualquier manera en el espacio público para
vender objetos y servicios.
En Colombia, con contadas excepciones como Cartagena, las ciudades se
han vuelto, por su rápido, grande y confuso crecimiento, además de feas -muy
feas, como es el caso patético de Cali- inseguras, caóticas, bulliciosas y
sucias. Y esto es grave pues en ellas ya habita cerca del 80% de su población.
Es imperativo mejorar la calidad de la vida urbana, principiando por recuperar
belleza de lo público, pero no como algo accesorio sino como un valor implícito
no solo en edificios y calles, sino tambien en todas las obras que se hacen
para mejorar su infraestructura y sus servicios.
El problema radica en que, como decía el gran
arquitecto mejicano Luis Barragán, la belleza apenas le interesa a los llamados
primitivos y a los hombres y mujeres cultos; a la gran mayoría de las personas
hoy únicamente les preocupa el comfort o están presos de la moda, la que entre
nosotros suele ser apenas imitación empobresida de la penúltima moda.
Columna publicada en el diario El País de Cali 25.07.2002 Cambio
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