A principios del siglo XX se comenzó a
cambiar en el país la construcción tradicional por la arquitectura llamada republicana (moderna
en sus técnicas y funciones pero historicista en sus formas), que sustituyó con
sus edificios altos las viejas casas de los centros de las ciudades. Luego
llegó el primer modernismo, con influencias Art deco, y simultáneamente se
siguió la última moda proveniente de unos Estados Unidos vencedores en la II
Guerra Mundial: el Spanish de la costa
oeste y la Florida, que se conocería aquí como español californiano y
coincidiría con el neocolonial impulsado desde la Exposición Iberoamericana de
de Sevilla, de 1929.
Igualmente
se contrataron urbanistas extranjeros para planificar unas ciudades que crecían
rápidamente y ya no obedecían a una idea tradicional, implícita y colectiva,
pero sus planes, que ignoraron ingenuamente la propiedad del suelo, ya un
negocio, no fueron realistas. El de Wiener y Sert, que buscaba preservar el
Centro de Cali evitando mediante grandes vías laterales su cruce obligado y
desplazando sus nuevos centros de gestión,
fue considerado costoso e inconveniente para su “desarrollo” económico.
Después se creó la CVC pero luego se permitió urbanizar unas tierras que se
volverán a inundar si se rompe el jarillón, lo que será un desastre para la
ciudad.
El
paradigma era un nuevo diseño totalizador que metía en un mismo saco conceptual
la arquitectura, el urbanismo y las artes, entendido como una técnica moderna
que permitía nada menos que su aplicación a todo en aras al ”desarrollo” y el
“progreso”, identificados con la moda y el cambio. Además se redujo muchas
veces a la sola demolición de lo “viejo”, al contrario de Europa donde lo
moderno se sumo, y casi todo en sus nuevos suburbios. Aquí su vulgarización ingenua e ignorante,
mas de imágenes que real, es responsable de la destrucción -de otra manera
incomprensible- de buena parte de nuestro patrimonio arquitectónico y urbano.
También
se ampliaron las calles, pero a pedazos, transformándolas en ineficientes vías
para carros, olvidando a los peatones y destruyendo el tejido existente, lo que
deterioró rápidamente los centros y barrios de nuestras ciudades. Sus
paramentos corridos y uniformes se llenaron de voladizos y antejardines,
deformando su espacialidad, sus fachadas homogéneas fueron reemplazadas por
volumetrías insulsas e individualistas y las alturas se dispararon eliminando
la importancia y belleza que tuvieron cúpulas y torres, generando enormes y feas "culatas"
que hoy se cubren abusivamente con “modernas” vallas publicitarias.
Muchas
otras “ideas” asociadas a lo "moderno" fueron superpuestas a nuestras
ciudades para legitimar los intereses comerciales de los nuevos terratenientes
urbanos y negociantes inmobiliarios, como la zonificación y estratificación que
eliminaron la convivencia culta y pacífica de gentes y actividades propia de
las ciudades. Para rematar, al finalizar el siglo un pretendido postmodernismo,
financiado por los narcotraficantes para lavar su dinero e imponer su
presencia, y seguido por sus imitadores, llenó nuestras ciudades con los peores
edificios que se han hecho en el país, al tiempo que se demolían
indiscriminadamente perdurables edificios modernos.
Columna publicada en el diario El País de Cali 23.12.2010