Como dice Barry Bergdoll, curador de
Arquitectura y Diseño en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, ya llegó a su
fin la era de los arquitectos-estrella (A. Prado Coelho, P2, Lisboa,
24/05/2010), que tanto y tan mal hemos
imitado aquí en los últimos años. Comenzó
con el icónico Guggenheim de Bilbao (1992-2003) de Frank Gehry y termina con el
nuevo museo de arte contemporáneo de Roma, aun sin colección, de Zaha Hadid
(también ella icónica, anota Bergdoll), concluido a finales de 2009. Y está aun
sin terminar el Museo de la Biodiversidad en Panamá, tambien de Gehry, al que
algo salvará su imagen caribeña. Los museos, dice Bergdoll, fueron talvez las
obras mas emblemáticas de ese período pero, flor de un día, ya los turistas no
volverán a verlos una vez pasada la curiosidad.
Estamos
asistiendo al regreso a la responsabilidad social del arquitecto. Prueba de eso
es la exposición que el MoMA está preparando para Octubre, Pequeña Escala,
Cambio Grande, que presentará proyectos como una escuela primaria en Burkina Faso,
otra "hecha a mano" en Bangladesh o un hogar para ancianos ligado a
una escuela para niños en California. Ya en el 2000, en la Bienal de Venecia,
su comisario, el arquitecto Massimiliano Fuksas, había pedido "mas ética,
menos estética", y diez años después el chileno Alejandro Aravena,
empeñado en soluciones para viviendas de bajo costo, está en el jurado del Premio Pritzker, que
tradicionalmente había premiado estrellas. Coincidiendo con Bergdoll, esto es
una señal de un cambio en las prioridades de los arquitectos, y sin duda mucha
ética es lo que nos falta aquí.
Hay
una reconciliación con el Movimiento Moderno, pero, previene Bergdoll,
críticamente y reconociendo falencias y
problemas muy específicos del siglo XXI, y una de las soluciones que debemos
encontrar o regresar a ella, como dice él, es el trabajo interdisciplinario en
equipo. Incluso lo que necesitamos es
una arquitectura regenerativa, como la llama el arquitecto Bill Reed en Estados
Unidos (J. Ramírez, USB-C, 12/06/20010),
no apenas sostenible sino que produce excedentes de energía y agua, y
comida en sus vergeles, y que debe durar mucho mas que sus fines iniciales.
Como dice Renzo Piano, “La arquitectura es a la vez el arte de hacer edificios
sólidos y permanentes para la gente y […] mejores ciudades” (A. Zabalbeascoa,
Pamplona, 10/06/2010), cosa que en Cali poco hacemos.
Los
edificios deben responder a su emplazamiento, uso, construcción y belleza, como
indicaba Vitruvio hace dos milenios, y ser seguros, adaptables y reusables. Adecuarse
a climas, paisajes y tradiciones, como lo vio Le Corbusier (W. Boesiger, 1955),
y renovar tradiciones, técnicas y materiales, y ocuparse de la identidad, el
paisaje y lo cívico (Richardson, 2001). La arquitectura, como todo arte, está
determinada por la historia. Es en los paradigmas del pasado, en los que es
inseparable del lugar -como nuestras casas de hacienda-, de donde puede salir una correcta respuesta
para su futuro, estudiando críticamente a los arquitectos que aquí y en otras
partes son precursores en esto. Hay que pensar globalmente y actuar localmente
como propone Bergdoll. Pero aquí seguimos en bienales de moda y premiando
“pieles” de colorinches.
Columna publicada en diario el País 24.06.2010