02.12.1998 La BAQ

La semana antepasada finalizó la undécima Bienal de Arquitectura de Quito bajo la precidencia nuevamente del arquitecto Luis Oleas Castillo, su creador hace veinte años. Con la coordinación de la arquitecta Aura Esther Arrellano, no pocos profesionales del Colegio de Arquitectos del Ecuador, Provincial de Pichincha, hicieron posibles cerca de treinta conferencias de arquitectos de toda América, buena parte de Europa, y Corea, seis concursos, la gran muestra panamericana de arquitectura (más de 140 proyectos) y muchas otras exposiciones adicionales, amen de dos visitas guiadas por la ciudad y tres cálidas fiestas, una de ellas, significativamente, en el maravilloso claustro de La Merced. Aparte de la presencia de estrellas internacionales, como Mario Botta, en la que primo el culto a la personalidad, fue posible tratar y ver el trabajo de magníficos arquitectos latinoamericanos, prácticamente desconocidos fuera de sus países, como Jesús Tenreiro de Venezuela y Joao Filgueiras Lima (Lelé) del Brasil. Al igual que en años anteriores, una de las más importantes participaciones fue la de Colombia. Además de la Presidenta y la coordinadora de concursos de la SCA, estuvieron tres Jurados y conferencistas, cerca de diez visitantes y más de 50 participantes entre proyectos arquitectónicos y urbanos, libros y revistas. En todas las categorías obtuvieron premios o menciones.

El tema de la Bienal, "arquitectura y ciudad", es de suma importancia, pues la colisión entre la ciudad tradicional y la arquitectura moderna ha sido fatal en estos países, con su "modernidad" ingenua y fantasiosa más deseada como imagen que como cambio real. Por supuesto hay excepciones, y una de ellas es Quito. No solo por su magnçifico paisaje y su extraordinario centro colonial, patrimonio de la humanidad, sino por la forma discreta y eficiente con que ha resuelto su transporte masivo, mediante un sistema de buses articulados eléctricos, con paraderos fijos y carriles preferenciales, y buses comunes. Hace años en su Avenida Amazonas se suprimieron carriles para ampliar sus andenes, se construyeron oportunos túneles y la mayoría de los cruces a dos niveles se hicieron subterráneos. Su tráfico, por lo demás, está sustentado en la disciplina de los conductores y en pequeñas glorietas, similares a las eliminadas en Cali. En fin, una ciudad sin propagandas ni pasacalles.

Sin embargo, poco se habló y mostró el conflicto entre ciudad tradicional y arquitectura moderna. Pocas conferencias lo tocaron y solo una fue explícita al respecto. Esta colisión, que en ciudades como Cali ha sido fatal, todavía es controlable en otras y para ello foros como la Bienal son de suma importancia. Sus efectos en Quito son mayores de lo que parece, a pesar de que dos décadas son poco en una ciudad, y evidentes en el trabajo y preocupaciones de estudiantes y profesores (aunque a la mayoría, como en todas partes, solo les interese un diploma burocrático y un trabajo también burocrático, como lo dijo Tenreiro).

A Cali, con el doble de habitantes de Quito, cómo le hacen falta estos eventos. Aunque podría participar más activamente en las muy cercanas bienales de Quito o Colombia (en Bogotá siempre, lamentablemente) o la recientemente relanzada de Venezuela (el premio lo obtuvo precisamente Tenreiro) es poco lo que los arquitectos locales se interesan por este (u otro) tipo de debates. Por eso será que continúan destruyendo con su arquitectura individualista, no ya la colonial, de la que solo quedan algunos monumentos ahora desubicados, sino toda la existente, y de paso la ciudad tradicional. Su ceguera les impide entender que elementos constitutivos de la ciudad, como la calle y la plaza, y de la arquitectura, como el patio, son irremplazables sin echar por la borda miles de años de experiencia urbana y arquitectónica. No ven que solo es deseable su recreación, como lo demuestra, sin duda, el estupendo patio-plaza del Museo de Antropología de México. Esta colisión reciente entre ciudad y arquitectura, quedó en evidencia en La BAQ/98, al tiempo que la dificultad para reflexionar sobre la misma. Pero también quedó la inquietud; y eso ya es mucho.