07.10.2007 De la madre de las artes al desmadre del arte


Como lo dejo en claro Lewis Mumford, las ciudades son obras de arte colectivo (La cultura de las ciudades, 1945), o al menos la mayoría lo son en parte. Como lo dice él, al arte de la ciudad se suma la arquitectura y también la escultura y la pintura. En ellas se desarrollan la novela y el teatro, la música, la opera y la danza; el circo y el espectáculo; el cine y los deportes; la ciencia, la filosofía y la religión. La arquitectura, por su parte, aunque no solo es arte, tiene mucho que ver con el diseño, el dibujo, la pintura, la escultura, la fotografía y el cine. Y desde luego la música, la opera, el teatro y la danza siempre han tenido que ver con las artes plásticas, incluyendo la arquitectura. Y los arquitectos tienen que recurrir a dibujos y modelos para poder desarrollar, concretar y construir sus edificios.

Desde la antigüedad se sabe de la gran importancia de la arquitectura en la evolución de otras artes como el relieve, la pintura y la escultura pues solían ser parte integral de la misma. Y ninguna se puede comparar con la complejidad técnica de proyectar edificios ni con su tamaño. La gran pirámide del faraón Keops en Gizeh, con sus 230 de lado y 147 metros de elevación, fue la construcción mas alta de la humanidad hasta la Torre Effiel y aun no se sabe con certeza como fue levantada. Mientras que otras artes ha aparecido o desaparecido, la arquitectura existirá (Walter Benjamin: La obra de arte en la época de su reproductividad, s. f.), al menos mientras haya hombres y planeta, por su necesidad funcional y porque por su solo tamaño un edificio no puede evitar decir algo (Lewis Mumford: La carretera y la ciudad, 1963).

Imhotep, que vivió entre el 2635 y el 2595 antes de nuestra era, y era el primero después del Rey y director de todos los proyectos del faraón Zoser, convirtió las tradicionales mastabas en pirámides, dando inicio en firme a la largísima tradición de la arquitectura occidental. Fidias no solo realizo la estatua colosal de Atenea y los frontones y frisos del Partenón, sino que concibió el proyecto general de la reconstrucción del templo, la que realizaron Calicatres e Ictino. Vitrubio diseñó, construyó y teorizó, y los arquitectos medioevales se codeaban con los filósofos y ni siquiera tocaban las piedras ordenando, eso si, por donde se las debía tallar (Erwin Panofsky: Arquitectura gótica y escolástica, 1967), así, el abate Suger se invento el gótico.

Habrá que esperar al Renacimiento para que los frescos de la capilla Sixtina sean mas importantes que su arquitectura pero lo es aun mas la cúpula de Miguel Angel para San Pedro. Leonardo se ocupo de la arquitectura y la ciudad, y los humanistas, como Alberti, Villalpando o Sigüenza, reflexionaron sobre el tema, y grandes arquitectos como Serlio redactaron tratados o divulgaron su obra como Palladio. O pensaron la arquitectura como Scamozzi, Delorme, Blondel, Perrault, Boullée, Ledoux, Winckelmann, Piranesi, Wren, Quatremère de Quincy, Labrouste, Viollet-le-Duc, Schinkel, Semper, Sitte, Wagner, Loos, Ruskin, Morris, Sullivan, Behrens o Van de Velde (Hanno-Walter Kruft: Historia de la teoría de la arquitectura, 1990), amen de Wrigth, Le Corbusier, Venturi y Rossi y, ahora, Koolhaas y entre nosotros Rogelio Salmona.

El desmadre comenzó cuando los edificios comunes se volvieron tan voluminosos que destruyeron lo preexistente, coincidiendo con la muerte de los últimos grandes arquitectos modernos. Solo quedaron “estrellas ” promovidas por las revistas, muchos de ellos meros malabaristas del circo en que se han convertido tantas ciudades. Pero no solo la arquitectura está en crisis sino que las artes tradicionales, al buscar una existencia propia, se volvieron prescindibles, disfrutando por ahora de una importancia heredada de cuando si lo fueron. No les ha quedado otra salida que recurrir a trucos como de prestidigitador, instalaciones y demás, que si bien inquietaron hace unas décadas, dan grima sus imitaciones posteriores, igual que esas envolturas de regalo con las que muchos arquitectos ahora tratan de suplantar a los edificios para desgracia de las ciudades.

El arte en la ciudad


Hace unos 35.000 años cuando el hombre actual sustituyo en Europa Occidental al de Neandertal, comenzaron a aparecer objetos de joyería y pinturas en cavernas en lo que actualmente es España y Francia, patrón que se repitió por todas partes (The Economist: The biology of art. Abril, 1999). La aparición del homo sapiens coincide con la del lenguaje y el arte lo que, de diversas maneras, implica el gusto. Algunos piensan que se trata de un mero accidente en el proceso del conocimiento humano que permitió que estos nuevos hombres, ya erguidos, vieran el mundo de una manera diferente lo que les hizo posible aumentar considerablemente las posibilidades de seleccionar y escoger, y de hacer representaciones mágicas de ese mundo, las que lo llevaron a crear arte. Cambios como estos explican el éxito de la especie, que dejo atrás otros homínidos, y su predominio en el planeta. Y su inclinación a vivir en ciudades, lo que con la sobrepoblación actual se volvió ineludible.

Pero ¿como conciliar la libertad y el individualismo, propios del arte, cuando se realiza en espacios urbanos públicos, por ejemplo? Es fácil comprobar que las diferentes culturas no solo hablan diferentes lenguas sino que habitan mundos sensorios distintos (Edward T. Hall: La dimensión oculta, 1966); la tamización cultural selecciona lo que se percibe a través de los sentidos evidenciando unas cosas y ocultando otras. El uso que el hombre hace del espacio, y en consecuencia de las ciudades y edificios, se debe a este proceso de selección que da forma al gusto participando de un moldeamiento mutuo. Así lo percibió con lucidez Sir Wiston Churchill cuando se opuso a la construcción de un nuevo edificio para reemplazar Las Casas del Parlamento (1835), de Sir Charles Barry, muy dañadas durante la guerra; no quería que una nueva arquitectura modificara un sistema político al que habían llegado arduamente después de siglos.

Después de milenios de pintura Pablo Picasso, que decía que había tenido que llegar a viejo para pintar como un niño, dio paso a Marcel Duchamp, que con su famosa exposición de un vulgar orinal en una galería de arte nos convenció de que lo que hace que algo lo sea es la intención artística de alguien. Finalmente, Ernest H. Gombrich nos puso en el problema de que, como no hay arte sino artistas y estos solo son importantes cuando formulan o desarrollan nuevos problemas artísticos (Historia del Arte,1949), es muy difícil para los ciudadanos comunes saber cuales lo son de verdad, lo que es fundamental para el arte en el espacio urbano público. Las calles, avenidas, plazas y parques de la ciudad no pueden dar cabida permanente a las propuestas de los que pretenden proponernos nuevos caminos; antes tendrían que demostrar su validez en galerías y museos.

Por eso en Berlín los vecinos protestan por las esculturas de Fernando Botero al lado de la puerta de Brandenburgo, y eso que es apenas por una temporada, y lo mismo está pasando en Bogotá con los caballos, una iniciativa que fue bienvenida hace unos años cuando fueron árboles. En Cali la gente común confunde las gatas “apanteradas” que con corral y todo han puesto junto al Gato de Hernando Tejada, dizque como sus “novias”, con las espantosas “patas” de las navidades de hace un par de años, pensando que se trata del mismo espectáculo como de circo malo. Sorprende que artistas reconocidos en el país se hayan prestado para este exabrupto. Pero es que se trata de la misma ignorancia de la muy difícil composición del espacio urbano que hace que las Aves de Omar Rayo y la Mariamulata de Enrique Grau y tambien el Gato, estén tan mal emplazados.

Y todo con la buena intención de promover el arte regional pero es que no es conveniente hacerle competencia a unos espacios urbanos que por ser públicos deberían cambiar muy lentamente pues deben unir a diferentes generaciones, estratos y orígenes culturales de los distintos habitantes de una misma ciudad. Sobre todo en nuestro caso, ya que se trata de recientes desarrollos muy heterogéneos (Néstor García Canclini: Culturas híbridas,1990). Tenemos que vencer nuestro reciente horror al vacío, a lo limpio, a la soledad, al silencio, a lo blanco, a lo sencillo, a lo liso, a lo recto, a lo equilibrado, a lo vertical, lo horizontal, lo continuo, propio de nuestra extendida esquizofrenia. La peor contaminación que nos aqueja es la visual.

Conclusiones

Hay que insistir en que Cali necesita un comité de ornato, asesorado por expertos de otras partes, con miembros vitalicios nominados por el Consejo Municipal, la Secretaria de Cultura, el Consejo de monumentos Nacionales, las escuelas de arquitectura y arte de la ciudad, la Academia de Historia y demás ONG pertinentes, incluyendo a los artistas. Todos escogidos en función de sus estudios, conocimientos, experiencia, publicaciones, reconocimientos y vivencias en otras partes. Y por supuesto, y en primerísimo lugar, realizar foros periódicos al respecto del arte en los espacios urbanos públicos de nuestras ciudades, que no es que sean distintas (que tienen realidad o existencia diferente) a las del resto del mundo pero si diferentes (diversas).

Hace años que en otras partes se abrió camino una alternativa que propone la recuperación del espacio público, el patrimonio, el lugar, lo regional y la memoria colectiva, y que recobró sentido y preeminencia el que la arquitectura vuelva ha ser "el arte de construir", en el sentido de volver a levantar la morada del hombre, y no solo su hábitat, atendiendo sus necesidades físicas como a sus símbolos, esperanzas y nostalgias. Hay que recuperar nuestra arquitectura como un quehacer histórico que debe volver a las artes, dialogar con la música, la danza y el teatro y compartir experiencias con el diseño, la pintura y la escultura. Pero no sólo hace falta verdaderas historia y estética sino también ética y una formación técnica pertinente a la función y que conduzca a la forma. El ejercicio de cualquier arte exige el dominio de su propia técnica, y la de la arquitectura es justamente multiplicar creativamente técnica, función y forma, entre si y con su emplazamiento: es decir, la construcción poco a poco de la ciudad. Y en nuestro caso, los de la urgente recuperación de su urbanidad perdida.

Todos los edificios responden a una estética pero solo a veces son o devienen arte (Bruno Zevi: Architectura in nuce, 1964). Las tumbas y templos, teatros y coliseos, palacios y castillos, hospitales, escuelas y sedes gremiales, operas y alcaldías, puentes y fortificaciones, eran o devenían monumentos. El problema hoy y aquí, es que los arquitectos hacen de todo y muchos creen que todo lo suyo debe ser monumental. El resultado son modas que desafinan en ciudades que siempre son viejas, y en las que, ya pasadas de moda, permanecen años. Los arquitectos deberían alcanzar una cultura urbana y arquitectónica pertinentes, antes de ejercer, para saber que casi siempre el exterior de sus edificios, que es donde forman parte de la ciudad, debe ser discreto o apenas emocionante.

La nefasta carencia de contextualidad urbana de nuestra arquitectura actual se solucionaría sencillamente respetando la tradición colonial de paramentos, alturas regulares y predominio de lo lleno. E, inspirándose en ella, que respondía muy bien al trópico latinoamericano, la iluminación y climatización de los edificios, que hoy consume mucha energía (S. y S. Behling: Sol Power, 1966), podría ser aquí fácilmente sostenible. Sería una nueva estética, a partir de la ética de producir el mínimo impacto en el ambiente humano, como un acto de responsabilidad con las generaciones futuras (Hugo García: Arquitecturas Ambientales,1995). Son los caminos de la arquitectura neovernácula: innovación de la tradición, nuevos usos de viejas técnicas y materiales, dar forma a la identidad, respetar el paisaje, hacer arquitectura para la ciudad, y un nuevo regionalismo (Vicky Richardson: New Vernacular Architecture, 2001).

A partir de la Bauhaus el arte aplicado a la industria dio paso al diseño contemporáneo como un fundamental apoyo a la arquitectura (Fiedler y Feirabend, Ed.: Bauhaus, 1999). Su aporte ha sido muy valiosos en asuntos como la disminución del consumo de energía y agua en la construcción, mantenimiento y uso de los edificios. Su facilidad de evacuación. Su uso seguro para todos. La funcionalidad, adecuación y confort ambiental de sus distintos espacios. Su antropometría y ergonomía. Su reciclavilidad y facilidad de adecuación y remodelación. La solución modular de sus diferentes elementos, componentes y partes. O el uso de materiales reciclables y apropiados para su construcción.

Por su parte, los artistas tradicionales podrían retomar su importante papel en el espacio urbano público. Aunque pueden tomar caminos y formas diferentes a los habituales (Germán Patiño (El Pais, 07/05/2007), deberían hacerlo sumándose a lo que hay y no reemplazándolo. Como por ejemplo lo hicieron muchos de los escultores de reconocido prestigio internacional que Pascal Maragall invito a trabajar para Barcelona con motivo de los Juegos Olímpicos de 1992. Y quedan desde luego los eventos ocasionales o periódicos que con mucha libertad se pueden llevar a cabo en plazas y parques ocupándolos parcial y ordenadamente y por tiempos limitados con toda clase de propuestas artísticas innovadoras, ahí si, donde, como en las galerías de arte, no sería dañino que logren ser o no gran arte. La disolución de las fronteras del arte debería servir para recuperar las distintas artes, de la misma manera que lo transdicipilinar lo es para las ciencias tradicionales.

Artículo publicado en la Revista Gaceta del diario El País de Cali. 07.10.2007