30.04.2015 Una historia

En 1929 se inauguraban, simultáneamente, el Pabellón de Alemania en la
Exposición Internacional Barcelona, de Ludwig Mies van der Rohe
(1886–1969) una de las obras mas influyentes de la arquitectura
moderna; y, en la Exposición Iberoamericana de Sevilla, el Pabellón de
Colombia, del arquitecto sevillano José Granados de la Vega (1898-?)
cuya ornamentación es del escultor Rómulo Rozo (1899-1964), nacido en
Colombia pero ya trabajando en París y quien viviría después en
México. Edificio que debió estimular en las décadas siguientes la
naciente arquitectura neo colonial en el país.

El Pabellón de Barcelona, como es conocido (junto con la famosa silla
Barcelona), pretendía simbolizar el carácter progresista y democrático
de la nueva República de Weimar y su recuperación tras la Primera
Guerra Mundial. Por su parte, el Pabellón de Colombia buscaba una
imagen indígena como expresión de la identidad nacional (A. Graciani:
“1929; El Pabellón de Colombia en la Feria Iberoamericana de Sevilla”,
2014) pero aportando una particular visión de su raza nacional, la
Chibcha, muy propia de la élite centralista santafereña de entonces,
que lo pensaba como vitrina para fomentar la exportación de café y
otros productos agrícolas del país.

El primero sigue siendo una arquitectura futurista de sueltos planos
ortogonales y sin ornamento, mientras el otro es historicista,
presenta muchas curvas y fue profusamente ornamentado por Rozo con
temas indígenas. Pero paradójicamente, en tanto que Mies usa una
planta libre que origina circulaciones acodadas, como son las de la
arquitectura colonial en Iberoamérica, que no es probable que
conociera, Granados, quien también diseño el Pabellón de Guatemala, se
ciñe en ambos a una composición clásica simétrica y de recorridos
axiales, ajena aquí salvo en las iglesias, aunque muchas de ellas
tienen en Colombia espadañas o campanarios mudéjares, a un costado,
como un alminar hispano musulmán, rompiendo la simetría de sus
fachadas.

La arquitectura neo colonial, que dejó notables ejemplos en las
principales ciudades del país, como el edificio de la Compañía
Colombiana de Tabaco, de 1936, en Cali, de Guillermo Garrido, fue
pronto superada por el Spanish de Florida y California, conocido aquí
como español californiano (F. Ramírez y otros: “Arquitecturas
Neocoloniales: Cali 1920-1950”, 2000), con el que se la suele
confundir, pues para ver sus evidentes diferencias es preciso mirar
sin prejuicios la acertada adaptación de la arquitectura colonial a
los paisajes del país, su contextualidad urbana y su eficiente
climatización pasiva en climas calientes y templados, mas sin caer en
el “guatavitismo” formal de la década de 1960.

Pero en 2015, casi un siglo después de las dos decisivas exposiciones
en la Madre Patria, por lo contrario se anuncian en Colombia grandes
proyectos de las estrellas de la arquitectura espectáculo
internacional. Presos de la “imagen” que debe tener el país, olvidamos
que esta debe resultar del territorio mismo: de sus muy distintos
relieves, suelos, climas y vegetaciones, que originan paisajes y
tradiciones urbanas y arquitectónicas particulares, que es preciso
reinterpretar. Como lo hizo Rogelio Salmona, quien no solo supo mirar
nuestro pasado hispano musulmán y su adaptación aquí, sino también la
arquitectura monumental de la América precolombina.

Columna publicada en el diario El País de Cali. 30.04.2015
   

26.03.2015 Ética y Arquitectura

No es ético por parte de un arquitecto limitarse a hacer literalmente
lo que el cliente le pide para su vivienda, en lugar de diseñarle lo
que con su experiencia y conocimiento considera que necesita, para lo
cual por supuesto debe oírlo a el y a su familia y amigos y conocidos
metidos. Cosa que aquí casi ninguno hace, limitándose a copiar
imágenes de moda en el exterior y que muestran las revistas que nos
mandan, pues como le decía en días pasados Susanita a Mafalda, solo es
“bueno” lo que se acepta allá, en Estados Unidos y Europa, no lo que
es bueno aquí; lo que comprobadamente ha sido mejor aquí.

Igual que ese usuario del transporte público que decía que no le
gustaba el transporte ni el publico, juego de palabras que lleva a
pensar en que es preciso mejorar al tiempo el transporte y el público,
hay que educar como a un niño al cliente al tiempo que se desarrolla
el proyecto, incluso si no se trata de una vivienda unipersonal. El
problema desde luego es que en general ya se creen “grandes” o que lo
que necesitan es una costurera y no un gran modisto y ni siquiera un
buen sastre. Y en arquitectura, además, pese a que aquí cada vez hay
mas de las primeras, hay menos de los segundos y de los últimos ya no
queda ninguno.

En general los clientes no entienden que son personas que por algo han
decidido utilizar los servicios de un profesional con el supuesto de
que ejerce su oficio con capacidad y aplicación y con una experiencia
comprobada en el mismo, es decir con relevante capacidad y aplicación.
Además los clientes de los arquitectos suelen creer ingenuamente que
saben lo que quieren, pero lo que los arquitectos deben saber es qué
es lo que en realidad necesitan y descifrar su gusto, el que no es
nunca algo subjetivo como se cree; es cultural y se forma ya de niños,
cuando se aprende todo, junto con la lengua, comidas, costumbres,
comportamientos y religiones.

La ética profesional de un arquitecto que lo sea es pues el conjunto
de normas morales que rigen su conducta como tal, mas allá de una
simple actividad a cambio de dinero. Que vergüenza cuando justifican
algo diciendo que el cliente se lo pidió, como si se tratara de servir
obsequiosamente a un superior. Lo que si era cierto en la antigüedad
cuando sacerdotes arquitectos levantaron sus magnificas obras a sus
respectivos dioses, los mejores clientes posibles pues no necesitan
nada y lo tienen todo ya que solo existen en el mundo de las
creencias, por lo que es posible ponerse bajo su protección o tutela
sin comprometer el oficio.

Es el problema de ser ateo y arquitecto, y querer poner la
arquitectura al servicio ya no de dioses sino de hombres y mujeres
comunes pero queriendo que habiten como dioses o al menos como
príncipes. Fue lo que pretendió el Movimiento Moderno en arquitectura,
ese último reducto del humanismo, ponerla al servicio del ser humano.
Es lo que ahora logra la arquitectura realmente pos moderna, pues el
posmodernismo no pasó del banal espectáculo, al conjugar el
antiquísimo arte de la arquitectura con lo mas actual de sus varias
técnicas; una nueva ética sumada a una vieja estética: vencer con
gracia la gravedad y enaltecer los recorridos al tiempo que se cuida
de su seguridad, funcionalidad y confort: lo entendería Mafalda.

Columna publicada en el diario El País de Cali. 26.03.2015