Como tanto insistió Rogelio Salmona, y
que por supuesto se puede corroborar en toda su vasta obra, en arquitectura es
escaso lo que se crea y mucho lo que se recrea. Tratándose de edificios, y no
apenas de objetos, solo es posible alguna de las muchas variaciones y
combinaciones de las pocas formas geométricas básicas que existen. Pero cuando
solamente se imitan reinterpretaciones hechas por otros y en otra parte, se cae
en el engaño de hacer que aquí parezcan lo que ni siquiera son allá. Mas en
últimas lo que importa es lo que se copia, la pertinencia de hacerlo y la
manera como se hace, que es lo que diferencia el burdo plagio de la verdadera
superación. Como dijo T. S. Eliot, los poetas maduros no imitan sino que roban,
y por supuesto roban solo lo que tiene valor para su propia poesía.
Pero
tal parece que algunos de “nuestros” jóvenes arquitectos de moda apenas se
contentan con imitar esas ”novedades” europeas ya pasadas de moda que nos
llegan en las revistas, las que a su vez imitan las revistas de aquí, que
incluso imitan sus nombres, sin importar las diferencias de climas, paisajes,
tradiciones y circunstancias, y que son mas de decoración que de arquitectura.
Para peor de males, en Cali se imita lo que imitan en Bogotá y últimamente en
Medellín, cuyas copias están tan de moda que las están copiando en la capital, como las olas
del Parque del Bicentenario que pretenden cubrir el de la Independencia. El
hecho es que la mayoría de las veces lo que tiene que ver con la belleza se
reduce al gusto, y nos han vendido la idea de que lo mas importante es su
supuesta novedad.
Infundio
que se utiliza para vender la mala arquitectura que en general construye el
negocio inmobiliario, dañando nuestras ciudades desde que la buena arquitectura
fue reemplazada por la mala economía, y
que nos ha llevado a que veamos edificios si acaso atractivos y no ciudades
definitivamente feas. Ciudades en las que debido a su rápido crecimiento en la
segunda mitad del siglo XX, como es el caso extremo de Cali, el suelo urbano se
convirtió en un negocio especulativo, y la arquitectura en pura moda y
espectáculo, dejando de lado que hoy es vital que nos ocupemos de la
sostenibilidad de los edificios y de la contextualidad de los tejidos urbanos
que siempre son pre existentes, estética incluida. No es sino ver esos insípidos
edificios repetidos ad nauseam en la
Circunvalación y que tapan la vista a la cordillera y la brisa de la tarde.
Que
el MoMA de Nueva York escoja un par de
maquetas de edificios de Giancarlo Mazzanti, que no modelos, planos y
fotografías, como aplaudió bobamente la revista Semana hace unos días hablando
de “grandes ligas” como si se tratará de un deporte, solo demuestra que allá
apenas les interesa promover una estética “moderna” que ante la crisis de la
pintura quieren remplazar con objetos que les gustan o que se parecen a lo que
les gusta, como el bellísimo reloj negro y sin números ni rayas diseñado
especialmente para el museo, en el que había que adivinar la hora, o esos
cubiertos tan llamativos pero que no se supo si también servían para comer, que
vendían en su almacén, pero que siempre estaban agotados. Objetos que se nutren de la moda, de la que se ha dicho que es el
buen gusto de los idiotas.
Columna publicada en el diario El País de Cali. 17.11.2011