28.11.2002 Arquitectura en el Museo de Arte Moderno

A buena hora la Tertulia reanuda las exposiciones de arquitectura, iniciadas con mucho éxito años atrás con cuatro muestras muy concurridas, entre las que se destacaron la del grupo "Utopía" de Medellín y la de "Nueva arquitectura colombiana" pero que lamentablemente había abandonado. Como se sabe de siempre la arquitectura es la madre de las artes plásticas pues no solo las antecede sino que las contiene. Además, como lo dice Lewis Mumford, un edificio simplemente por su tamaño no puede evitar emocionar. La gente va a Bilbao mas a ver el museo de Frank Ghery que el arte que allí se muestra o por lo menos tambien.

Hacer exposiciones de arquitectura es saludable para la arquitectura, y por lo tanto para las ciudades, pues permite su conocimiento, difusión y crítica. Pero disfrutarlas como una exposición de pinturas u objetos no deja de ser equívoco ya que los edificios no se pueden apreciar de veras sino recorriéndolos y habitándolos. Lo que se debe ver en una exposición de arquitectura no son dibujos identificados con dibujos artísticos, ni maquetas asimiladas a esculturas u objetos, ni fotografías vistas como puras fotografías y no como ilustraciones de pedazos habitados de espacios urbanos y edificios reales o propuestos. Hay que ayudar a que la gente vea en ellos sobre todo lo que indican de un edificio o proyecto y su implantación en la ciudad. Como las partituras en que se escribe la música, hay que saber leer estos medios de diseño arquitectónico; pero el problema es que a diferencia de la música escrita todo el mundo cree entender planos y maquetas.

Otra cosa es la belleza que estos medios de proyectación tienen en si mismos la que se debe desde luego apreciar y disfrutar pero nunca confundir con la arquitectura. Incluso hay exposiciones de dibujos de arquitectura, que los hay muy bellos, pero se trata no de arquitectura sino de dibujos de arquitectura. Se supone que al menos los arquitectos están en capacidad de hacer esta importantísima distinción, pero la realidad es que muchos, como la generalidad de la gente, sucumben ante las imágenes efectistas de los edificios antes que ante su papel generalmente desafortunado en los espacios urbanos de nuestras ciudades, a cuya desformalización tanto ha contribuido la arquitectura moderna mal interpretada.

Mas que exposiciones de proyectos, habría que hacer, mejor, exposiciones de edificios en la ciudad. Serían exposiciones mas complejas de apreciar pero por supuesto mucho mas importantes. Por esto no son comunes pero cuando las hay bien realizadas y acompañadas de conferencias y catálogos son definitivas; y por supuesto tambien pueden ser bellas por sus dibujos, maquetas, fotos y montajes; pero no solo por ellos.

La exposición del arquitecto Jaime Cárdenas actualmente en La Tertulia  ilustra lo dicho. Aparte de que mucho de lo expuesto ya se había visto en la Cámara de Comercio en 1999 (23 concursos casi todos premiados a lo largo de 30 años), ni en esa ocasión ni ahora (cuando hay trabajos no mostrados antes) los proyectos se acompañaron con la presentación necesaria para que el entendimiento cabal de su arquitectura no se reduzca a los que sí saben leer planos y maquetas. El texto del folleto de la exposición no explica tampoco por que son “relevantes” esos proyectos, los que quedan así reducidos a sus seductores dibujos y atractivas maquetas. Las fotografías, por su parte, son escasas ya que mas que edificios construidos lo que se exhibe son propuestas de las que con excepción de un par de excelentes axonometrías dibujadas a lápiz por Cárdenas, poco se sabe de su implantación en la ciudad ni de cómo son y viven sus ambientes interiores, precisamente los dos aspectos claves de la buena arquitectura.

Las exposiciones de arquitectura son costosas y nada fáciles. Pero ojalá el indudable entusiasmo que provocan logre que se continúen haciendo. Y que poco a poco sea posible que sean mas de arquitectura (de sus espacios interiores y urbanos usados y no apenas de sus volúmenes idealizados) y menos de los medios que se usan para prefigurarla y mostrarla. Cali las necesita.

Columna publicada en el diario El País de Cali 28.11.2002

07.11.2002 A propósito de la Bienal de Arquitectura

Analizando los proyectos seleccionados, expuestos desde ayer en el vestíbulo de la Estación Central, tal parece que los arquitectos colombianos nos preocupamos mas de la apariencia de los edificios que de cómo conforman las ciudades. Inquieta que nuestra referencia común en Latinoamérica sean principalmente las revistas españolas, a pesar de las muy buenas que hay en algunos de estos países pero que son desconocidas en los demás. No nos interesan los problemas que compartimos ni sus soluciones, pero tampoco las ajenas: solo las imitamos. Ignoramos la arquitectura tradicional del mundo llamado subdesarrollado, generalmente maravillosa, pese a que compartimos antiquísimas tradiciones, climas, paisajes, problemas y recursos; ni nos interesa su arquitectura contemporánea. Obras significativas para nosotros, como la de Hassan Fathy en Egipto, Sir Geoffrey Bawa en Sri Lanka, Charles Correa y Raj Rewal en la India, Sedad Eldem en Turquía y muchos otros en Marruecos, Egipto y Corea, Singapore, Indonesia y también, por supuesto, en la misma Hispanoamérica y Colombia, no nos llaman la atención.

Pero tampoco conocemos bien la del Primer Mundo. Poco estudiamos esos edificios que imitamos y raramente conocemos su implantación y menos su devenir en esas lejanas ciudades que no frecuentamos. No buscamos variaciones pertinentes a nuestras circunstancias sino que calcamos sus formas, acostumbrados a que casi todo viene de un afuera del que, como en el mito de Platón, sólo vemos sus sombras. Productos de la transculturación, difícilmente la entendemos. Somos provincianos al tratar de evitarlo. Ignoramos que, como dijo Nicolás Gómez Dávila, el que se cree original sólo es ignorante. Nos entregamos al poder seductor de esas revistas exquisitas y costosas con sus bellas imágenes de edificios asépticos, sin uso, mojados previamente para que se reflejen en las fotografías, iluminados como sets y a propósito descontextualizados; sin estrenar, ni muebles, gente o vecinos. La arquitectura se volvió caprichosa y efectista, y como si fuera apenas para nuestro ego. Parece que sólo nos interesara como sale en las revistas o se ve en las bienales.

Los jurados no tienen otra opción que ver los edificios como un fenómeno puramente epidérmico y no volumétrico, espacial y ambiental. Difícilmente se pueden enterar del aspecto urbano, presente en casi todo proyecto arquitectónico, pues ni siquiera visitan la obras que premian. La mayoría de las fotografías en las que se basan son de volúmenes exteriores, que no espacios urbanos, y son escasas las de los interiores. No mostramos los edificios en sus contextos construidos pues difícilmente producen bonitas fotografías. El mejor para una calle –correcto, sencillo, discreto y relacionado con sus vecinos- no es el más llamativo para una bienal, revista, exposición, concurso o taller de diseño. Mirada del todo miope pues para valorar de verdad edificios y ciudades hay que recorrerlos y vivirlos. Para mostrarlos bien –y no solo sus mejores imágenes- hacen falta muchas fotos, maquetas, textos y planos a propósito, información que raramente se pide ni acepta

Impresiona lo superficiales que somos y nuestra falta de profesionalismo y cultura arquitectónica y de la otra. Nos dejamos llevar de apariencias y falsos conceptos estéticos promovidos por la gran industria transnacional para incrementar el consumo de sus productos. Confundimos lo simple con lo sencillo y lo complicado con lo complejo. Estamos dispuestos no solo a sacrificar la calidad de los ambientes para la vida, al comprometer espacios para lograr volúmenes, sino a olvidarnos de estos para lograr imágenes llamativas. Lo light de revistas, exposiciones y bienales esconde cada vez más la realidad agobiadora de nuestras ciudades. No creamos tradiciones si no que destruimos las que hay. Ignoramos la advertencia de Oscar Wilde: "Nada es tan peligroso como ser demasiado modernos. Queda uno expuesto a pasar de moda de repente." Lo que, aunque propio de la moda y no tan grave en los edificios, es letal para las ciudades.

Columna publicada en el diario El País de Cali 07.11.2002

31.10.2002 La arquitectura arte

“Después de todo, la arquitectura es un arte, y desde tiempo inmemorial se ha considerado uno de los más importantes. Los edificios bellos […] han conmovido a los hombres mas hondamente que cualquier otra obra de arte […]” decía por 1932 un tal R. Blomfield, citado por William J. R. Curtis en “La Arquitectura Moderna desde 1900”, su conocida historia de 1982, una de las más recientes. Pero como decía Luis Barragán, el famoso arquitecto mexicano, la belleza solo les interesa a los primitivos y a los muy cultos, pues a las clases medias, en su mediocridad, precisa él, apenas les interesa el confort; y la seguridad, se puede agregar hoy en Colombia, por ejemplo.

De otro lado, Bruno Zevi agrega que  “[…] en arquitectura el valor artístico no se refleja en un valor económico, las casas antiguas o modernas se venden a tanto por habitación, y un edificio de Sagallo, Ammannati, Wright, Le Corbusier o Aalto no tiene más valor comercial por el mero hecho de que la critica ha establecido que se trata de una obra de arte. Así, en el plano económico existe ya un estado de no relación entre cultura y vida” (Saber ver la arquitectura, 1951, p.128).

Por eso desde el inicio la arquitectura culta, la de los arquitectos, ha estado al servicio del poder hasta cuando en el siglo XIX pero sobre todo en el XX comenzó a estarlo tambien al de los simplemente ricos; pero tambien de los pobres. Los estados benefactores y democráticos suelen patrocinar no solo equipamientos urbanos (escuelas, colegios, bibliotecas públicas y zonas verdes y deportivas) sino tambien vivienda masiva. Los conjuntos de casas y apartamentos comunes comenzaron por primera vez a ser parte del trabajo de los arquitectos.

Pero el choque entre la arquitectura profesional y las tradiciones edilicias de las viviendas burguesas y pequeño burguesas no se hizo esperar. Tom Wolfe en su “From Bauhaus to Our House” de 1999 lo ejemplifica: “En arquitectura, naturalmente [Walter Gropius] fue el jefe ejecutivo […] La enseñanza de la arquitectura en Harvard se transformo de la noche a la mañana. Todo comenzó de cero. Todos eran enseñados ahora en los fundamentos del Estilo Internacional […] Toda la arquitectura se volvió arquitectura no burguesa[…]  la vieja tradición de Beaux-Arts se volvió una herejía, y lo mismo paso con el legado de Wright […]. Y, como dice el tal Blomfield “¿quién se va a sentir conmovido [por] edificios que no siguen mas principio que el de contradecir todo aquello que se ha hecho con anterioridad?” Cabe tambien la pregunta de Adolf Loos, el conocidísimo arquitecto austriaco: “¿Por qué será que cualquier choza de una aldea [y en general cualquier construcción rural y "espontánea"] resulta "artística", en el sentido de "natural", y no ofende a la naturaleza circundante, como la ofende en cambio cualquier construcción moderna, incluso de un óptimo arquitecto, salvo aquellas decididamente tecnológicas?”

En pocas palabras, y se puede observar a lo ancho del mundo, hoy en día muchos nos vemos avocados a vivir en edificios y ciudades (o al menos sus intentos) que no entendemos o no nos gustan pues su “arte” nos es ajeno, no por lo artístico sino justamente por lo ajeno. La modernización primero y la globalización después nos han llevado a eso; pero desde luego no podemos encerrarnos en solo nuestras tradiciones (las de cada uno) como ya lo descarto en 1961 el mismo Franz Fanon, en “Los condenados de la tierra”, a raíz de la guerra colonial de los franceses a mediados del siglo pasado en Argelia.

Desde luego hay importantes excepciones de las que deberíamos aprender, pero tenemos que mirar más a los lados que para arriba que es en donde los poderosos de ahora han puesto el norte de todos. No podemos seguir confundiendo nuestra arquitectura con la (penúltima) moda de la arquitectura internacional, pero tampoco nos podemos cerrar a ella; hay que mirarla desde la seguridad de nuestras tradiciones, climas, paisajes y recursos; después de todo, como lo repite Rogelio Salmona, la arquitectura no solo es arte.

Columna publicada por el diario El País de Cali 31.10.2002 

26.09.2002 Magister Dixit

Las Torres del Parque (1964 a 1970) pronto se sumaron a la Plaza de Bolívar y Monserrate como lugares emblemáticos de Bogotá. Con la Catedral (1807 a 1949), el Capitolio (1847 a 1926), la Gobernación (1918 a 1933), el hoy Museo Nacional (1850) y varias iglesias y claustros coloniales que quedaron, son sus edificios más reconocidos. Son como San Felipe (1760 a 1793) para Cartagena o la catedral (1889 a 1931) para Medellín o Manizales (1927 a 1930), o para Barranquilla la Aduana (1921 a 1925), El Prado (1927 a 1930) o el Centro Cívico (1945 a 1952), o en Cali el Palacio Nacional (1924 a 1926), La Ermita (c.1940), la Estación Nueva (1949) o lo que fué el Alférez, estúpidamente demolido en 1973.

Las Torres Del Parque se reconocen como los mas importantes edificios modernos del país y de los mejores de Latinoamérica. Premio Nacional de Arquitectura y Monumento Nacional de Colombia, han aparecido en muchas publicaciones. Es difícil encontrar intervenciones modernas, sobre todo de vivienda, que después de 30 años sigan tan bellas, actuales, conservadas y significativas para sus ciudades. Hay que remitirse al Rockefeller Center en Nueva York (Reinhard, Hofmeister, Corbett y Hood, 1929 a 1940) o al Centro Simón Bolívar en Caracas aunque este ya es otra cosa, y está el Conjunto Bavaria (Obregón y Valenzuela, y Pizano, Pradilla y Caro, 1963) que junto con el Tequedama (Cuellar, Serrano, Gómez y Salazar, y Holabird, Root & Burgee, 1951 a 1952) y otros edificios construidos entre 1960 y 1980, conforman el Centro Internacional de Bogota.

Por lo contrario ya es posible ver como languidece en Berlín casi todo lo de la segunda IBA (1978) y los años siguientes (Hertzberger, Rossi, Stirling, Wilford, Bohigas, Martorell, Mackay, Krier, Grassi, Gregotti, Hollein, Ungers, Botta, Cook, Siza, Hejduk, Eisenman, Abraham, Koolhaas, Hadid y demas estrellas), pese a lo publicitado que fué, pues de la primera (1957) no quedan sino “edificios de firma” (Aalto, Gropius, Vago, van der Bork, Bakema, Jacobsen, Fisker, Niemeyer y Le Corbusier, entre otros) que no construyeron ciudad. El Centro Pompidu (Piano y Rogers, 1971-77) cada vez es mas “latoso” y la Biblioteca Nacional de Francia (Dominique Perrault, 1995) se desvanece en la mediocridad de su entorno.

Sin embargo, lo excepcional de las Torres del Parque y la gran importancia que tienen para la arquitectura y las ciudades colombianas no ha sido tenido en cuenta lo suficiente. De ellas, y del resto de la obra de Rogelio Salmona, casi que apenas se ha tomado el ladrillo a la vista, muchas veces equivocadamente, que se volvió moda en el país. Pero de la manera magistral como involucró los cerros, la Plaza de Toros y el Parque de la Independencia, importantes preexistencias ambientales, en beneficio de la ciudad, por ejemplo, es poco lo que se ha aplicado.

Deberían ser tema de estudio en las escuelas de arquitectura. Pero no solo sus volúmenes y espacios sino tambien la forma como fueron proyectados. Muchos arquitectos en el país han contado con lotes privilegiados o de gran potencialidad para transformar sus entornos pero son pocos los que se toman el arduo y largo trabajo de encontrar la propuesta acertada, como Salmona, y hacerla respetar. Ética profesional y conciencia ciudadana dignas de imitación y de aplausos, los que hay que extender a Samuel Vieco y demás directivos del Banco Central Hipotecario de ese entonces que defendieron el proyecto.

Habría que retomar el texto esclarecedor de Germán Téllez (Rogelio Salmona, Arquitectura y poética del lugar, SomoSur, 1991), el de Ricardo L. Castro (Salmona, Villegas Editores, 1998) y por supuesto el de Silvia Arango en su Historia de la arquitectura en Colombia (Universidad Nacional, 1989), y los artículos de revistas, como el de Arquitecturas (4 Arquitecturas, 1999) o el de Alberto Saldarriaga (Mundo, 2001-02). Incluso hay que considerar lo que significan las pocas líneas que les dedican en la ultima edición del Fletcher (Sir Banister Fletcher’s a History of Architecture, Twentieth Edition, 1996), pues es mucho más lo que hay aprender de Salmona.

Columna publicada en el diario El País de Cali 26.09.2002 Magister Dixit

29.08.2002 La arquitectura en el diván

A la memoria de Clarita Gómez de Melo


Bruno Zevi afirma (Architectura in nuce, 1964 ) que todo gran arquitecto es un gran poeta. Lo cierto es que la arquitectura, como la música y la poesía, se compone, no se dibuja. Mientras en el dibujo, el dibujo mismo es su fin, en la arquitectura, como en la pintura y la escultura, solo es un medio para visualizar su composición.       

La arquitectura, la pintura y el dibujo son consideradas, con la escultura y la cerámica, artes plásticas por definición pese a lo diferentes que son. La realidad es que apenas comparten el trabajar con formas, luces y sombras (las de la arquitectura se mueven o desaparecen) y colores, tonos y texturas que se ven. Pero mientras el espacio en la pintura y el dibujo es una ilusión visual en la arquitectura se trata de un ambiente real que también suena, se toca, huele y cambia de temperatura; y que casi que es la arquitectura misma.

La arquitectura y la escultura trabajan con volúmenes y espacios. La gran diferencia es que el espacio arquitectónico se recorre y se vive (a la escultura si acaso se le dan vueltas); y que la construcción del más elemental edificio es muchísimo mas compleja que la de la más elaborada y grande escultura. Además los espacios y volúmenes de la arquitectura están ineludiblemente ligados al suelo por la gravedad, y a un paisaje que cambia con las estaciones, al paso del día, al salir el sol y a la entrada de la noche, con la lluvia y el viento; y, sobre todo, en la ciudad, la arquitectura esta encadenada a las otras construcciones que conforman sus espacios urbanos.

La gran arquitectura sería a la edilicia como la poesía a la prosa. En ella la forma es mas importante que la función. Un ejemplo extremo son las pirámides de Gizeh, que si no fuera por su descomunal tamaño, que califica el paisaje, y de qué manera, serían solo esculturas... enormes monumentos funerarios.

Los grandes arquitectos, como los poetas, sacrifican una función para pulir una forma. Pero, desde luego, en la prosa también hay belleza y hasta "poesía", sin embargo, en ella lo importante es lo que se dice. El ejemplo extremo es un informe técnico o, mas aun, científico (aunque los matemáticos hablan de simetría y belleza). En la arquitectura común, como en la buena prosa (la novela o el ensayo, por ejemplo), cómo se dice lo que se dice, en un caso, o que es lo más adecuado para que se pueda construir y funcione un edificio, en el otro, es de igual importancia que la forma misma. En ambas, arquitectura común y buena prosa, forma y función son inseparables: son como dos caras de la misma moneda.

Se podría decir simplemente que la arquitectura es una edilicia que emociona, pero parte de esa capacidad de emoción se debe a su implantación en un sitio con geografía e historia; además debe ser construible. A la forma y la función se agrega, pues, la estructura y la implantación, ya sea en las ciudades o en el campo. La forma puede seguir a la función, como dijo Luis Sullivan, pero también puede ser lo contrario. Sin embargo la arquitectura se ha logrado solo cuando son inseparables forma, función, estructura e implantación, sin importar cual fue primero o dominante. Y puede haber sido trazada por un simple constructor, diseñada por un arquitecto o proyectada por un gran arquitecto.

Arquitectura, dibujo, pintura, escultura, fotografía, cine, opera, poesía, música y danza: es divertido compararlas; y es esclarecedor hablar en voz alta de ellas: como en un psicoanálisis. Tan difícil definir la arquitectura...y tan fácil, pero preguntarse que es la arquitectura sería como preguntarse que es la vida: una pregunta inútil dice Karl Popper pues lo importante para él eran los hechos. Hechos que, en este contexto, son los edificios y sobre todo las ciudades que conforman. En ellas hombres y mujeres mueren pero su recuerdo, más que sus tumbas (que fueron las que dieron inicio a la arquitectura), queda.

Columna publicada en el diario El País de Cali 29.08.2002

22.08.2002 Arquitectura y música

Son a la vez expresión colectiva e individual. De cada época y de siempre. De cada lugar y de todos los lugares. "La arquitectura -escribió Sir Joshua Reynolds, el famoso pintor- recurre directamente, como la música, a la imaginación sin que intervenga ningún genero de imitación […] En manos de un hombre genial, es capaz de inspirar sentimientos y de llenar la mente de ideas grandes y sublimes." A diferencia de otras artes son abstractas, pues no hay que confundir la ornamentación arquitectónica con la arquitectura ni los sonidos naturales incluidos en la música con la música. Y se piensan previamente, por eso hay composiciones e interpretaciones, proyectos y edificios; antes, cuando no se redactaban, "partituras" y "proyectos" reposaban en las tradiciones orales. El boceto de una pintura o escultura o el guión de una película no son lo mismo que una partitura o un proyecto arquitectónico; en estos están completas y definitivas todas las instrucciones para una música o una arquitectura. Sin embargo, la música permanece con muy pocas alteraciones mientras que el sino de los edificios es su permanente cambio.

Leonardo da Vinci tambien se había dado cuenta de que las pautas que relacionan la estructura del cuerpo humano con las proporciones de los edificios podían vincularse asimismo con la estructura armónica propia de la música. La una se compone (formar de varias cosas una, juntándolas y colocándolas con cierto modo y orden), como la poesía, y después se ejecuta. La otra se proyecta (se compone se decía antes) y después se construye (se ejecuta, se podría decir ahora); en la música y en la arquitectura siempre hay una idea, recuerdo, alusión o propósito previos. La composición se afina ensayándola repetidamente y en la construcción se hacen cambios continuos para mejorar el proyecto. Ambas son artes temporales. La arquitectura es el efecto ordenado de volúmenes y espacios preconcebidos. La música es la sucesión predeterminada y en orden de sonidos y silencios; como el teatro, la opera y el cine, es lineal: solo se puede interpretar en un "recorrido" establecido.

En la arquitectura, si bien sus volúmenes y espacios insinúan recorridos, estos se producen, la mayoría de las veces, de forma indeterminada. Las personas entran en los espacios arquitectónicos, permanecen en ellos, pasan a otros, suben o bajan, se detienen, se sientan y paran, ven para todos lados, entran o salen; miran los edificios desde el exterior y desde su interior perciben otros edificios, la ciudad y el paisaje, que al ser mirado desde los edificios deja de ser natural para participar de la arquitectura. Pero al contrario de la música, que solo se escucha, la arquitectura se percibe con todos los sentidos: la luz hace visibles sus espacios y volúmenes y permite "tocar" sus texturas, pero son los sonidos y los cambios de temperatura y el movimiento del aire, y hasta los olores, los que permiten apropiarse totalmente de los espacios arquitectónicos.

El sonido (silencios, ruidos, murmullos, ecos) producido por el viento, el agua y la gente juega un papel primordial en la arquitectura y quizás la arquitectura también lo ha jugado en la música aunque no de manera fundamental. Como recuerda Mario Gómez Vignes, la resonancia que producen las bóvedas de crucería pudo insinuar la música polifónica al final de la Alta Edad Media. No es fácil un ejemplo en que la música haya inspirado una forma arquitectónica (las formas de la filarmónica de Berlín de Hans Scharoun se deben a los problemas acústicos más que a la música misma), pero es posible comparar la ciudad tradicional con un coro (o una orquesta) en el que los solistas son los monumentos y los miembros del coro las casas. En nuestras ciudades actuales se "canta" sin solistas y los miembros más ambiciosos o ignorantes del coro gritan más que los demás para tratar de hacerse oír en el gran barullo sin partitura ni director en que se han convertido. Euphonium y Maçon ya no conversan.

Columna publicada en el diario El País de Cali 22.08.2002 

15.08.2002 Arquitectura y danza

Se dice que en su lecho de muerte Luis XIV advirtió a su sucesor que para evitar la ruina debería eludir a bailarines y arquitectos. El Rey Sol sabía de que hablaba: construyó la mayor parte del inmenso y bellísimo Parque y Castillo de Versalles, en donde la danza era cosa de todos los días. Y se puede bailar solo y sin música, pero en general intervienen muchas personas: un cuerpo de baile, solistas, músicos, coreógrafos, escenógrafos, diseñadores de vestuario, directores, administradores y ayudantes. Como construyendo un edificio o produciendo una película, obra de teatro u opera. Son artes colectivas en su concepción, producción y disfrute.

Arquitectura y danza vienen de muy atrás con la música, el dibujo, la pintura, la escultura, el mito, la leyenda y la poesía, pero estas son individuales. Después llegaría la literatura y el teatro; la opera es posterior y la fotografía y el cine muy recientes. La danza ritual antecede la cópula de muchos animales y casi todos marcan espacios y construyen un nicho para habitar. El hombre primitivo danza antes de cazar, después danzaría a la lluvia y en la Edad Media lo hará a la muerte. La arquitectura, el arte del espacio y el tiempo, es un esfuerzo por conquistar la eternidad y un lugar en el universo; a la tumba y el templo siguen la fortaleza y el palacio: los edificios, como la danza, han acompañado a la humanidad desde el inicio. Puesto que la necesidad de alojamiento y significado es permanente la arquitectura nunca se ha  interrumpido, a diferencia de otras artes que han aparecido y desaparecido después. Íntimamente relacionada con la sociedad y la naturaleza, es parte de la formación de la civilización y un hecho universal y necesario. Después de ser para la muerte, terminó procurando ambientes propicios y dignos para la vida; además, ordena y jerarquiza la ciudad: esa gran danza.

Danza y arquitectura buscan la ilusión de que superan la fuerza de gravedad más de lo que realmente lo hacen. Arcos, bóvedas y cúpulas describen en el espacio las mismas curvas catenarias (evidentes o no) que una bailarina en un gran jeté . Y la forma como columnas, pilares, pie derechos, machones y bailarinas llegan al piso prolonga el salto, lo hace ver leve; como si se volara. Las basas de las columnas separan su fuste del suelo como el bailarín detiene un instante la caída de la bailarina antes de que las puntas de sus zapatillas toquen el piso, es el portés  de la danza clásica; en cambio los bailarines, mas pesados, no "vuelan", solo saltan. El dórico, que es masculino, no tiene basas pero el jónico, que es femenino, sí. En el gótico, como si fuera un debate escolástico, el fuste único es remplazado poco a poco por un ligero haz de nervaduras continuas que descienden de lo mas alto hasta el piso, y las muy femeninas columnas modernas de Oscar Niemeyer en Brasilia llegan "en puntas" al suelo. La cúpula de Miguel Angel, en San Pedro, está generada por la rotación de un resistente arco apuntado (gótico), pero que ocultó con la linterna y el tambor para que pareciera esférica, es decir, más ligera. Es lo mismo que el arte de la alta gran escuela clásica de equitación de Holbein von Holbeinsberg logra con los caballos lipizanos en la Spanischen Hofreitachule de Viena en donde la courbette, la levade  y la capriole, saltos que los animales no hacen en libertad parecen naturales en ellos; incluso no se usan estribos lo que aumenta la ilusión de su "vuelo".

Ya Leonardo, influenciado por Vitruvio, lo dijo: la arquitectura y el cuerpo humano están íntimamente relacionados. Mientras la danza busca moverlo como naturalmente no se mueve pero de tal manera que parezca natural, la arquitectura le construye ámbitos mágicos para que habite poéticamente en ellos (además de segura y confortablemente) al hacer que se mueva a lo largo de recorridos -casi coreografías- que le producen sorpresas, evocaciones, alegrías y emociones intensas, inesperadas y cambiantes; justo como la danza.

Columna publicada por el diario El País 15.08.2002

25.07.2002 Cambios

En Hispanoamérica las ciudades algo cambiaron, comparadas con las medievales de las que vinieron sus fundadores. Fueron nuevamente trazadas previamente a su  construcción, como lo habían sido las antiguas colonias griegas, los campamentos romanos y las ciudades militares en el medioevo. Pero conservaron las calles, ahora derechas, las manzanas y los patios y zaguanes. Y aunque las plazas perdieron contundencia al tener abiertas sus cuatro esquinas, siguieron siéndolo hasta que la generación romántica de finales del siglo XIX las convirtió en parques en muchos pueblos y ciudades hispanoamericanos, para alejarlas de España y acercarlas a una Francia que se había reemplazado las estatuas de los reyes por los árboles de Rousseau, e inventado la latinidad para su propio beneficio.

Sin una verdadera tradición urbana (nuestras ciudades premodernas eran realmente apenas pueblos) y sin muchas posibilidades de conocer verdaderas ciudades (están muy lejos y nos regodeamos en mirarnos a nosotros mismos) rechazamos lo que de artefacto tienen las ciudades y la importancia de su belleza. Creemos que la vida ciudadana se puede llevar a cabo bien en medio de la feura. Dejamos de lado que sin una buena arquitectura complementaria de un buen urbanismo, no resulta cosa distinta que el caos visual y la inexistencia de espacios urbanos públicos conformados artísticamente. La ciudad, entre nosotros, pasó de ser una obra de arte colectivo para vivir -como lo fueron casi todas las ciudades tradicionales durante cientos años y muchas lo siguen siendo renovadamente- a ser solo ineficientes asentamientos para habitar, trabajar y circular. El encuentro ciudadano en calles, plazas, parques, rondas y paseos, se ha reemplazado por la vida artificial y segregada de los centros comerciales y por el autismo de la TV.

Los carros y la publicidad han invadido el espacio público de las ciudades y pueblos colombianos. Los peatones poco son considerados en el rediseño de las calles, las que se convertirten en vías solo para los carros. Los ingenieros viales (con una deficiente formación en este país) poco se interesan en la ciudad; solo piensan en flujos como si estuvieran diseñando alcanterillas. Para rematar, con frecuencia se cae en el error de creer que recuperar los espacios urbanos es llenarlos de objetos: materas, escalinatas, "obras de arte", bolardos y bancas. Elementos muchas veces innecesarios pero que en los planos de los arquitectos se ven bonitos. Incluso, como pasa en Cali, se contrata el llamado mobiliario urbano y después se ve en donde ponerlo, pues desde luego el interés en él fue la publicidad y no la ciudad. Caso extremo son los mogadores, que se inventaron para anunciar eventos culturales o recreativos, pero que en Cali son "soportes informativos" atravesados de cualquier manera en el espacio público para vender objetos y servicios.

En Colombia, con contadas excepciones como Cartagena, las ciudades se han vuelto, por su rápido, grande y confuso crecimiento, además de feas -muy feas, como es el caso patético de Cali- inseguras, caóticas, bulliciosas y sucias. Y esto es grave pues en ellas ya habita cerca del 80% de su población. Es imperativo mejorar la calidad de la vida urbana, principiando por recuperar belleza de lo público, pero no como algo accesorio sino como un valor implícito no solo en edificios y calles, sino tambien en todas las obras que se hacen para mejorar su infraestructura y sus servicios.

El problema radica en que, como decía el gran arquitecto mejicano Luis Barragán, la belleza apenas le interesa a los llamados primitivos y a los hombres y mujeres cultos; a la gran mayoría de las personas hoy únicamente les preocupa el comfort o están presos de la moda, la que entre nosotros suele ser apenas imitación empobresida de la penúltima moda.

Columna publicada en el diario El País de Cali 25.07.2002 Cambio

28.03.2002 El fin de una profesión

No es tanto la crisis de la arquitectura en el país después del embate del posmodernismo sino, además, la de su práctica. Es la peor desde que se volvió también aquí una profesión liberal, a comienzos del siglo pasado, reemplazando su muy eficiente práctica artesanal de tradición colonial. Pero no solo es debida a la paralización de la industria de la construcción, especialmente en Medellín y Cali, sino que es estructural y como todo ahora, global.

Dice Rem Koolhaas (Mutations, Harvard Project on the City ) que su ejercicio en China, donde hoy se construyen la mayoría de los edificios del mundo, tiene los honorarios mas bajos y los plazos mas cortos que hayan existido, pese a que se trata de grandes edificios. Allá los arquitectos no tienen oficinas y todo se hace desde diversos lugares con sub contratistas mediocres seudo especializados, computadoras e internet. Piensa que esta manera de hacer las cosas llegará a Europa en 20 años. Aquí, donde todo llegaba tarde, ya llegó, pero con la notable diferencia de que el trabajo de los arquitectos es cada vez menos y en Cali prácticamente inexistente y sin perspectivas de que vuelva a ser como fué.

Pero en cambio pululan las escuelas de arquitectura: más de 35 aprobadas y en total cerca de 60, la mayoría recientes y con profesores improvisados entre estudiantes recién graduados, no siempre los mejores, sin experiencia docente ni profesional. En ellas se matriculan cientos de jóvenes ilusos o que buscan el atajo de los programas de arquitectura, a los que se ingresa fácilmente y poco exigen, para ser "doctores" lo que ayuda en esta sociedad hasta para manejar taxi, que es lo que muchos terminan haciendo cuando descubren que no hay trabajo para tantos arquitectos. Ya son 34.000 los graduados en el país, según estima la Sociedad Colombiana de Arquitectos: uno por cada mil y pico de habitantes.

Las mejores escuelas no se han apersonado del problema. No diversifican sus programas y con excepción de algunas, entre ellas la Nacional, solo tímidamente comienzan algunos posgrados. No han cambiado sus métodos de enseñanza y ni siquiera entrenan a fondo a sus estudiantes en el diseño con computador, pese a que es lo único que les permitirá trabajar en su campo cuando terminen. Aunque más de la mitad de los arquitectos que ejercen en el país se dedican a la construcción, por ejemplo, apenas existe el programa en dos universidades.

Por supuesto hay cosas por hacer: obligar a que se cumpla la ley para que todos los edificios y espacios públicos sean diseñados por concurso, y motivar a los inversionistas para que los privados también. Exigir estudios de posgrado a todos los profesores, o comprobada y larga experiencia, para que las escuelas sean aprobadas. No permitir la práctica sino a aquellos arquitectos que cuenten con experiencia previa documentada en oficinas existentes y reconocidas y pasen un examen de estado. Se puede, también,  actualizar el oficio uniéndolo al de otros profesionales en centros de trabajo y de prestación de servicios a la profesión, la construcción, la industria y los municipios. Y, sobre todo, hay que cambiar su enseñanza, como ya lo está haciendo la Escuela Internacional de Arquitectura y Diseño Isthmus en Panamá.

La gran arquitectura volverá a ser también aquí un arte de minorías para los más talentosos, que luchan duramente por ser reconocidos, como lo es en Japón, Europa y Estados Unidos. Para ellos sí que será cierto, como decía H. H. Richardson, que la primera ley de la arquitectura es conseguir el trabajo. La práctica profesional quedará para las grandes oficinas internacionales, que ya entraron al país. Las construcciones comunes y  pequeñas serán de diseñadores anónimos y baratos, como en China, en donde, advierte Koolhaas, lo característico de su arquitectura actual es su absoluta falta de calidad; como pasa en Cali hace rato.

Columna publicada en el diario El País de Cali. 28.03.2002

07.03.2002 Las palabras de la arquitectura

En recuerdo del maestro Quevedo


Para la arquitectura premoderna, lo confirman muchos diccionarios especializados, existía un vocabulario extenso, rico, preciso, propio y bello. Para la actual se usa cada vez más un metalenguaje reducido, pobre, ambiguo, importado y feo.

Ignorando lo que es una epidermis los edificios ya no tienen fachadas sino "pieles". Ya no se coronan como reyes sino que se "rematan" como si fueran labor de costureras. Una columna es cualquier cosa y no solo la que conforma un orden, y muchos no la diferencian de un piederecho o pilar, de una pilastra (ya casi no las hay) o un machón y algunos ni siquiera -que escándalo- de una viga. Pocos saben qué es una rampa caballera o de caballería como si ya no se usaran. Creen que una fábrica es una industria y no un muro de mampuestos ¿o sillares? cuyo significado tampoco sospechan, y que las calles de una fachada son las que pasan enfrente de ella. Losa es cualquier entrepiso. Pero ciertos edificios ya no tienen entrepisos y ni siquiera losas sino "bandejas". Ignoran que es una crujía. Las cubiertas de tejas ya no son techumbres.

Los arquitectos ahora, contra toda evidencia, creen que usan "lenguajes" (mala traducción de formal vocabularies ) y no repertorios formales o sencillamente formas arquitectónicas. Cabe preguntarles que dicen pues el lenguaje precisamente permite dar mensajes y afirmar tesis, conceptos, valores, intenciones y hasta amenazas. No es de extrañar, pues, que los edificios y sus diferentes bloques y "torres" (todo para ellos son torres aun cuando casi nunca lo sean), que ya no son cuerpos, alas, naves ni pabellones, "dialoguen" entre sí. Y por supuesto lo hacen con "acentos".

¿Cómo pedirle a los arquitectos que consideren las ciudades tradicionales si no saben siquiera nombrar sus partes? Piensan que el paramento de una calle es solamente un límite y no el plano que la conforma con el piso (y el cielo), y las confunden con las vías. Cualquier cosa es ni siquiera una plazuela sino una plazoleta. Hijos de la violencia cultural de una modernidad mal entendida, que los volvió analfabetas (ya no leen, solo miran revistas), y recién urbanizados (es un decir) ¿cómo van a reconocer sus ancestros culturales? ¿cómo van a saber de los espacios urbanos de las ciudades pre existentes a su tonta utopía de que iban a construir todo de nuevo pero (estupidez devastadora) en el mismo sitio? Ante la imposibilidad de hacer nuevas ciudades solo pudieron destruir sus calles y cambiar (empobreciéndolo) su léxico de arquitectos.

La arquitectura en estos países ya no es una buena construcción que responde bien a su función, mediante formas gratas y a veces emocionantes, e implantada en espacios urbanos que ayuda a conformar, sino únicamente modas simples y pasajeras. Sólo se busca reproducir la imagen trucada de los edificios (sin ciudad ni vecinos, sin uso ni muebles, sin envejecer, sin clima ni paisaje ni tradiciones) que presentan las revistas y algunos conferencistas que acolitan conscientemente, o no, nuestra dependencia cultural. Imágenes que han reemplazado en la admiración de los jóvenes a los edificios y ciudades de verdad que simplemente no conocen o apenas han visto por fuera y a la carrera. Si hay algo que difícilmente se puede fotografiar es un espacio arquitectónico o urbano y mucho menos el ambiente que logra; es más fácil describirlo pero "belleza, poesía, embrujo, magia, encantamiento, sortilegio...serenidad, silencio, misterio, asombro, hechizo"  son palabras que poco se usan, como lo reclamó Luis Barragán al recibir el Prizker en 1980; o se las vuelve también moda.

Ildefonso Quevedo hijo y nieto de albañiles era de los de antes: amaba su saber y se divertía con él, y aunque no leía planos sí que sabia trazar edificios y nombrar sus partes y trabajos diferentes.

Columna publicada en el diario El País de Cali 07.03.2002

21.02.2002 La maravilla de la arquitectura

Lo primero que se recuerda al llegar a la Biblioteca Virgilio Barco es por supuesto la Calle de los Muertos en Teotihuacán. Pero también los pequeños valles de la Sabana de Bogotá, cuya intimidad y recogimiento dan paso a otros eventos. Aquí, ese bello patio de acceso enterrado (al que no abren puertas ni ventanas ni arcadas: solo dos vanos contiguos arrullados por el agua y enfrentados a un tercero que da paso a una sonora cascada) crea una bienvenida pausa al espíritu al entrar o salir del edificio. Sus volúmenes desaparecen momentáneamente y de la ciudad apenas queda su fondo casi negro de cerros y encima el cielo azul. Pero no es solo la buena idea de poner la biblioteca en medio de un parque; el gran acierto del proyecto de Rogelio Salmona es entrelazarla con sus alrededores, cuyas construcciones complementarias, plazuelas y senderos se curvan, bajan, suben y esconden prometiendo sorpresas como de laberinto de enamorados.

Los espacios al aire libre y los recintos cerrados se complementan. El estudio y la recreación; los encuentros y la soledad; el movimiento y el reposo; el ruido y el silencio; lo vecino y lo aparte. Los que leen se ven tentados a ir al parque y los que caminan sus senderos o trepan las variadas cubiertas del edificio, llenas de visuales inesperadas, terminan entrando a la biblioteca. Cuando se resuelvan elementales controles, y tengan sillas, sus usuarios podrán salir a las estupendas terrazas que prolongan las salas al exterior y llevan el parque al interior. La asombrosa luminosidad y calidez del interior, sus espacios continuos pero variados y alegres, y sus vistas al paisaje, logran que su uso sea muy placentero; y fácil por su sencillo esquema funcional. La parte de los niños, sin niñerías para niños, es maravillosa. Lo sólido y lo vacío, lo rugoso y lo lizo, el murmullo y el sigilo y la luz y las sombras se suceden estimulando sentidos, memorias y conciencias. El agua corre y suena por todos lados. Con el tiempo los canales, acequias, atarjeas y estanques se oscurecerán y reflejaran más las variadas, complejas y sugestivas formas del edificio. Sus siluetas, curvas e inclinadas, como de pueblo en la distancia, aparecen y desaparecen sutilmente, haciéndolo monumental al tiempo que doméstico, variado y uniforme, serio y juguetón. La construcción asimilará bien las ineludibles modificaciones futuras y sus materiales pocos, sencillos, nobles y ya probados, se conservarán bien y su propia belleza evitará bastante los daños del vandalismo y el descuido.

Aunque el ingreso principal y los baños sean estrechos y la cubierta del puente interfiera con la vista a los cerros y se eche de menos que concluya en algo, o no, la larga simetría de la entrada, y que tal vez la torre del ascensor hubiera podido ser más alta; lo que importa, y mucho, es que es una arquitectura pensada y repensada por años para crear ambientes para la emoción de la gente y la poesía de la ciudad. Es, de hecho, una respuesta a la guerra.

Este admirable edificio es, también aquí, la maravilla de esa arquitectura que florece hace unas décadas por todas partes preocupada, la mejor de ella, por los diferentes paisajes, climas, tradiciones, gentes, tecnologías y necesidades. Nunca, desde el Imperio Romano, se hicieron  tantos edificios públicos a los que se les haya dedicado tanto dinero, esfuerzo, entusiasmo o talento. Es el redescubrimiento de que la arquitectura es la madre de las artes, y la ciudad la mayor de todas como dijo Lewis Mumford. La arquitectura (más que otras artes) sí transforma la vida. Lo confirman los nuevos museos, bibliotecas y centros culturales y de convenciones, las nuevas universidades y colegios, los nuevos aeropuertos, estaciones y terminales de buses, las nuevas plazas, parques, avenidas y calles; todos, con mayor o menor fortuna, conformando ciudades y enalteciendo la vida en ellas, como se puede ver ahora en Bogotá, gracias a alcaldes soñadores y a un arquitecto inspirado, intenso y profundamente ético como Salmona.

Columna publicada en el diario El País de Cali.