19.06.2008 ¿Por qué no?

Los arquitectos nunca habían intervenido tanto en nuestras ciudades como ahora. Antes levantaban monumentos y el resto lo hacían constructores artesanales, pero hoy se ocupan de toda clase de edificios y con fatal frecuencia creen que solo son para regodearse con ellos. Ya no los levantan sino que apenas los diseñan, mientras que antes la arquitectura era el arte de construir como dice aun el diccionario. Ahora los edifican otros profesionales, principalmente ingenieros y diseñadores industriales, agregando cada cual su parte por su lado. Para peor de males los promotores escogen a los arquitectos de moda y no a los que han realizado las mejores obras. Antes solía haber “conmitantes” cultos preocupados por el significado de lo que encomendaban y no solo por su negocio, pero la palabra ya ni siquiera se usa.

Esto no tendría importancia si no fuera porque, a diferencia de otras artes, la arquitectura afecta la calidad de vida en las ciudades mucho mas de lo que se cree. Su práctica comenzó a dañarse cuando se dejó de aprender en los talleres de los arquitectos, y pasó a enseñarse en las academias y después en las universidades. Y se agravó cuando los académicos, en la mayoría de ellas, cada vez tuvieron menos obra propia de la que hablar. Antes los maestros eran humanistas experimentados pero ahora muchos de los profesores de lo que se insiste en llamar taller de proyectos, no han realizado aun construcción alguna. Y cuando tienen especializaciones se vuelven obsesivos y celosamente incomunicados entre ellos y con los demás. Por supuesto hay excepciones, como la escuela de Isthmus en Panamá y algunas aquí.

Pero sería mucho mejor tener unos pocos buenos postgrados de arquitectura, que la proliferación actual de pregrados regulares, o francamente malos, para estudiantes cada vez peor formados. Se necesitarían menos profesores, los que podrían tener mas experiencia y estudios, y las escuelas podrían implementar en cambio pregrados relacionados con la arquitectura, preparando en ellos mejores estudiantes para los postgrados y formando verdaderos maestros. Pregrados de construcción, administración, programación y presupuestos, o de diseño de elementos y componentes para los edificios, o de dibujo, fotografía, maquetas y animaciones digitales de proyectos, y otros indispensables hoy para la profesión, pero cuya enseñanza es ahora insuficiente y su practica profesional improvisada.

Un paso realista y sencillo seria pasar a los pregrados, al tiempo que se inicien los postgrados en arquitectura, esos temas que desde hace unos años son objeto de especializaciones, como el urbanismo, la bioclimática o el diseño. O la valoración, protección y restauración del patrimonio construido, la que debería realizarse junto con los departamentos de historia. Allí podrían surgir los historiadores, teóricos, críticos y divulgadores de la arquitectura y las ciudades, que tanto necesitamos para que la arquitectura vuelva a ser entre nosotros una práctica artística pero a la vez técnica, y socialmente respetada por una ética gremial hoy perdida. Sería para beneficio de todos y solo habría que volver obligatorios los estudios de posgrado y las pruebas de estado para poder ejercer la profesión.

Columna publicada en el diario El País de Cali. 19.06.2008

05.06.2008 Conclusiones necesarias

La diversidad de opiniones sobre el premio de la VI Bienal Iberoamericana de Arquitectura evidencia la necesidad de continuar el debate sobre nuestra arquitectura actual. Es un tema cultural que permitiría a los ciudadanos acceder a sus ciudades en tanto que obras de arte colectivo. Pero los arquitectos, en la medida en que intervenimos en lo que es de todos, tenemos que aprender a concentrarnos en lo razonable de las críticas que suscitan nuestros edificios, más que en los supuestos motivos personales de los críticos; a argumentar más que vilipendiar. Si no tenemos temor a que se construya lo que diseñamos, mucho menos lo deberíamos tener a que se lo discuta, creando ese útil "trasfondo meditativo" del que habla Milan Kundera (François Ricard: La littérature contre elle-mème, 1990). Nos permitiría desarrollar una teoría que evite que nos volvamos arbitrarios o repetitivos, al entender y aclimatar el simple gusto propio tornándolo pertinente y colectivo (Hanno-Walter Kruft: Historia de la teoría de la arquitectura, 1990).

Si bien hay muchas funciones nuevas y la arquitectura ahora cuenta con un gran avance técnico, sus formas no permiten casi nada totalmente nuevo; solo unos pocos sólidos platónicos, pero sí muchas derivaciones y combinaciones. Por eso los arquitectos prudentes no caen en la simple “imitación servil de un estilo”(DRAE), si no que simplemente roban, como dijo T. S. Eliot de los poetas maduros. Reinterpretan ideas, que suelen venir de muy atrás, y las desarrollan creativamente. Las leyes que vuelven efectivo lo que consideramos no convencional, basadas en la psicología elemental, son eternas, y de ahí que lo extraordinario se desprenda de lo ordinario (Robert Greene: Las 33 estrategias de la guerra, 2007). La arquitectura sigue siendo la concepción poética, técnica y económica de ambientes útiles y entrañables para la vida. Que se ven, oyen, tocan, huelen y sienten, en espacios interiores que son su esencia, y que emocionan al recorrerlos (Bruno Zevi: Architectura in nuce, 1964), pero que se modelan para definir espacios urbanos, discretos o monumentales según lo demande cada caso. Y hoy deben ser sostenibles, funcionales, confortables, seguros y reciclables.

Lamentablemente nuestra profesión, pese a que cada vez interviene mas en nuestras ciudades, ha perdido el estatus social que tuvo, es cada vez menos respetada y se la confunde frívolamente con el “exteriorismo”, la decoración o el diseño. En buena parte porque la divulgación y crítica de nuestra arquitectura no ha sido sistemática ni continua. Hoy nuestros debates gremiales carecen de sindéresis; esa discreción y capacidad natural para juzgar rectamente. La crítica, basada en su competencia y pertinencia, induciría reflexiones que contribuyan a relacionar y enriquecer los datos existentes para crear una perspectiva histórica que nos facilitaría transformar nuestras ciudades. Pues de eso es que se trata, nada menos, y de ahí la importancia de un debate que debería ser permanente y público. Y por eso nuestras bienales tendrían que ser muestras razonadas de la arquitectura que se está haciendo en el país o Ibero América, mas que meros concursos de elogios o exclusiones mutuos.

Columna publicada en el diario El País de Cali. 05.06.2008