10.03.2011 ¿Planeación?

La arquitectura y el urbanismo modernos, que pretendían compartir universalmente las bondades del avance científico-técnico, se instalaron rápidamente en los países sub desarrollados por su acuciante necesidad de ponerse al día y por un malentendido desarrollo. El resultado, independientemente de la calidad de los edificios en si mismos, que con los años se fue perdiendo, fue que se alteró negativamente el contexto urbano de unas ciudades que al tiempo estaban creciendo muy rápido y su “planeación” fue rebasada por los interese del negocio en que se convirtió su suelo.

            La primera labor de las oficinas de Planeación debería ser consolidar un nuevo modelo urbano que se sume al patrimonio construido que heredamos, y no que lo destruya, logrando así verdaderas ciudades postmoder­nas, por lo contextuales y sostenibles. Infortunadamente esta labor es incompatible con la premura de los alcaldes populares que en su corto período pretenden transformar sus ciudades y pueblos siguiendo nociones simplistas y revaluadas de la arquitectura y el urbanismo modernos que aun permanecen en nuestra (in) cultura.

            Cali, por ejemplo, es producto de la superposición masiva pero incompleta del modelo moderno, en su versión mas vulgar y mercantilista, sobre una pequeña ciudad tradicional. Se impusieron los antejardines y los paramentos pasaron a ser un límite violado de entrada con el permiso de hacer voladizos, y se dispararon las alturas con enormes culatas, generando ese espacio chatarra que nos acompaña por todas partes, pues no se conservó integro ningún sector ni se ha realizado uno nuevo que sea homogéneo (como el Centro Internacional en Bogotá).
            Las nuevas construcciones entre medianera deberían ajustarse al paramento y altura dominantes en la cuadra, y tener sólo balcones (que no vayan de lado a lado) que den sombra a las fachadas. Y los edificios que se necesite que sean mas altos deberán ser exentos desde abajo, con fachadas por todos los lados y  antejardines amplios y sin cerrar, y tener como limite el paramento de sus vecinos (como las Torres del Parque en Bogotá), resolviendo las medianerías, cuando las haya, con volúmenes propios.
            Para ellos se precisan lotes grandes, lo que se dificulta en el Centro pero no a lo largo del corredor férreo, que es en donde podrían estar los mas altos, si este se convirtiera en la columna vertebral del transporte urbano, mirando a la cordillera y no tapándola. El problema es la propiedad privada del suelo, por lo que cada cual quiere exprimir su lote sin importarle los demás ni la ciudad. Lo que sería fácilmente solucionable mediante un impuesto predial disuasivo que obedezca a la planeación urbana y no a la especulación inmobiliaria.

            De ahí, la necesidad de alcaldes con una mínima preparación en el tema, y la reelección indefinida de los mejores; o por lo menos que la tengan los responsables de Planeación. A nadie se le pasa por la cabeza un ministro de finanzas o de salud que no sepan de sus campos respectivos. Los buenos ejemplos de alcaldes que duran muchos años abundan en el mundo (otra cosa sería Bogotá si hubiera continuado Peñalosa, quien se preparó para serlo), y en muchas partes servicios como el  transporte son  autoridades autónomas, como debería ser Planeación.

Columna publicada en el diario El País de Cali.

03.03.2011 Edificios o ciudad

Hasta hace un siglo nuestras ciudades se conformaban sobre una traza mas o menos ortogonal, definida con antelación, repitiendo unas pocas tipologías edilicias que evolucionaban lentamente. Los monumentos eran solo iglesias y conventos, y mas que arquitectos hubo constructores. Ahora abundan pero poco saben construir y diseñan toda clase edificios como si fueran monumentos. Sus voladizos, alturas y retranqueos caprichosos no consideran su entorno, olvidando que la belleza de las calles estriba en la homogeneidad de sus paramentos, e incluso modifican hasta los andenes. Antes construían al tiempo edificio y ciudad pero ahora apenas les preocupa que el edificio sea espectacular. Como dice Rem Koolhaas, “el resultado es un espacio chatarra aunque cada una de sus partes sea un brillante invento” (Junk Space, 2001).

            Admiramos los centros históricos, como los de Cartagena o Popayán, o lo que queda de ellos, como la Candelaria en Bogotá o San Antonio en Cali, pese a que como dice Koolhaas son lo más renovado, modificado y falso que tienen las ciudades (La Ciudad Genérica, 2002), pues no obstante son una suma de edificios que conforman calles y plazas con un mínimo de homogeneidad (igual que en el moderno Centro Internacional de Bogotá, caso único en el país), y de allí su belleza ya que el arte es ilusión y, como escribió Aldo Rossi, “no existe ninguna posibilidad de invención tipológica si admitimos que ésta se conforma mediante un largo proceso en el tiempo, y que está en un complejo vinculo con la ciudad y la sociedad” (La arquitectura de la ciudad, 1971).

            De ahí que el remedio de lo que llamamos espacio público (pese a que lo privatizamos subiendo los carros a los andenes, construyendo en los antejardines o cerrando los pórticos), resultó peor. Como sólo podemos intervenir su suelo, pues los edificios que lo conforman son privados, no perdemos tiempo en considerar su espacio y saturamos su superficie de “diseño” con escalones, bancas, materas, mogadores, alcorques, despiece de suelos, espejos de agua, taludes y demás, aumentando su desorden visual y olvidando su sencillez de siempre que facilita su uso y mantenimiento. Es urgente regresar a que la ciudad sea mas importante que sus edificios comunes y limitar el número de los que deben ser monumentales, y enseñar a componer edificios que se sumen a lo pre existente a través del espacio urbano que conforman.


            Fue la preocupación constante de Rogelio Salmona pues "destruir la ciudad es destruir la civilización" (Revista Politeia Nº 17, 1995), y de ahí que para él “hacer arquitectura en Colombia implica buscar –ojalá encontrar- la confluencia entre geografía e historia” (Entre la mariposa y el elefante, 2003). Desde los apartamentos de El Polo, de 1962,  hasta el Centro Cultural García Márquez en Bogotá, de 2008, pasando por el Archivo General de la Nación (1989) y la Nueva Santa Fe (1983), o la FES (1987), hoy Centro Cultural de Cali, es evidente la búsqueda de que los espacios urbanos que conforman sean públicos. Lo que logra magistralmente en las Torres del Parque (1970), la sede de la SCA (1974 ) y el Museo de Arte Moderno de Bogotá (1979), en cada uno y entre todos ellos a través del Parque de la Independencia, que había rediseñado en 1969.

Columna publicada en el diario El País de Cali. 03.03.2011