30.12.2017 Imagen y arquitectura

Como dice Juhani Pallasmaa (Hämeenlinna, 1936) arquitecto y teórico finlandés, lo usual es mostrar los edificios separados de su contexto paisajístico, cultural y social, o como objetos estéticos independientes, amenazando la arquitectura con su estetización o instrumentalización, por motivos económicos y utilitarios. Buscando imágenes seductoras se ignora que la arquitectura nace de la necesidad de habitar y de glorificar, y que es nuestro principal medio de orientación en el mundo. Pero, precisa Pallasmaa, los edificios no se ven, sino que se produce un encuentro con ellos al transformar un espacio en un lugar especifico, y al recordar otros edificios. (La imagen corpórea, 2011, p. 158 ).

Ya Ludwig Wittgenstein señaló que la gran arquitectura es para inmortalizar algo al servicio del poder religioso, político, militar o financiero (Félix de Azúa, Diccionario de las artes, 2002). Junto con la edilicia común de las viviendas y demás, crea las ciudades, escenarios de la cultura, como las llama Lewis Mumford (La cultura de la ciudades, 1938), y hoy de la vida humana misma. Pero como la cultura occidental, apunta Pallasmaa (p. ), aspira a la dominación, su arquitectura a menudo persigue sólo una imagen contundente. Obsesión por la novedad y lo singular, y único criterio para juzgarla, que la separa de su base mental y experiencial, reduciéndola a imaginarios inventados.

Por lo contrario, “para descubrir algo nuevo hay que estudiar lo más antiguo” como afirmaba Aulis Blomstedt, maestro de Pallasmaa (p. 175). O, como lo señala James Ackerman (Palladio, 1966), buscando la propia antigüedad en las referencias locales, las que remiten a ciertos paradigmas anteriores. Es decir, el origen de eso que pretende ser original. Es significativo que Pallasmaa comience su libro citando a Immanuel Kant: “En el conocimiento la imaginación sirve a la comprensión, mientras en el arte la comprensión sirve a la imaginación” (p. 7) y continua señalando que la actual hegemonía de la imagen ha hecho evidentes sus efectos negativos en la arquitectura. Y por ende en la ciudad.

Wittgenstein, amigo de Adolf Loos, y quien terminó proyectando la casa para su hermana Margarete, inicialmente pedida al arquitecto Paul Engelmann, coincidía con la tradición en entender la simplicidad como signo de la verdad (Carla Carmona, Wittgenstein, 2015, p. 71). Con lo que coincide Palllasmaa al ver cómo “los productos del virtuosismo arquitectónico contemporáneo quizá puedan impresionarnos, pero suelen ser incapaces de tocar nuestros sentimientos porque su expresión está desconectada de la base existencial y primordial de la experiencia humana y ha perdido su base y su eco ontológicos.” (p. 174). Olvidan que la arquitectura nace ontológicamente del acto de habitar (p. 165).

Para él, en el orden de su emergencia ontológica, las imágenes primeras de la arquitectura son: “suelo, techo, pared, puerta, ventana, hogar, escalera, cama, mesa y baño” (p. 165) mientras que el tejado expresa la idea de cobijo, protección y experiencias de interioridad; la pared expresa la separación de distintas categorías del espacio, y crea el lugar de lo privado y lo secreto; las ventanas son los ojos de la casa para ver el mundo; y una puerta es una señal para detenerse y al tiempo una invitación a entrar. En conclusión, la arquitectura es “un punto de apoyo en el reino de lo real y, así, sentar las bases para una posición crítica frente a la cultura y la vida.” (p. 157).

Columna publicada en la Revista virtual Caliescribe.com. 30.12.2017

28.12.2017 Marx y la arquitectura

Aunque Karl Marx no se interesó por la arquitectura en sí, al contrario de otros pensadores como Ludwig Wittgenstein (Carla Carmona, Wittgenstein, 2015), sus comentarios sobre el fetichismo de la mercancía (José Manuel Bermudo, Marx / del ágora al mercado, 2015) son claramente aplicables a la arquitectura actual, buena parte de ella mera mercancía, incluso para vender mas mercancías, desde materiales para cualquier obra, a cualquier cosa como en cualquier supermercado, incluyendo su obsolescencia programada. Es evidente su carácter de fetiche “fantasmagórico”, “enigmático”, “misterioso”, “místico” o “ilusorio” del que habla Marx aludiendo a la mercancía (p. 119).

A la mirada ingenua, superficial o ignorante del comprador, que sólo ve su valor de uso, o la del mercader, que sólo ve su valor de cambio, o la del economista, que sólo ve un mero resultado del trabajo humano, la mercancía –en este caso, la arquitectura- no les revela su misterio que, en el caso de esta, nace de la necesidad de habitar y de glorificar, y que es nuestro principal medio de orientación en el mundo, como dice Juhani Pallasmaa (Hämeenlinna, 1936- ) arquitecto y teórico finlandés (La imagen corpórea, 2011, p. 158 ). Que además de funcionar bien, emocione, como insistía Rogelio Salmona (Paris 1927- 2007 Bogotá), quien sí que lo consiguió en muchas de sus obras en Colombia.

En palabras de Marx, lo que sucede al pasar del “producto del trabajo” a la “mercancía” es que no se afecta la cosa sino su figura (p.120), la que a su vez determina su ser al imponerle sus propias funciones (p. 121), reduciéndola sólo a aquello que se pueda llevar al mercado, “…es el fetichismo que se les pega a los productos del trabajo en cuanto se producen como mercancías y que, por lo tanto, es inseparable de la producción mercantil” (p. 122). Justamente, lo que sucede con la arquitectura cuando se vuelve meramente mercancía, es decir, una extracción de plusvalía intrínseca al capitalismo, como lo es asimismo el fetichismo en cuanto producción mercantil (p. 123).

Si las mercancías siguen en el ámbito de lo mercantil, seguirán siéndolo, y los productores –en este caso, los arquitectos- habrán de seguir sus exigencias (p. 125). Por esto es necesaria una visión crítica de la arquitectura profesional actual, y su enseñanza. Además hay nuevos requerimientos como su sostenibilidad, la captación de energía solar, usar todo lo construido, y que sea fácilmente adecuable, renovable y, finalmente, reciclable, utilizando los nuevos sistemas de construcción y los nuevos especialistas necesarios, en un trabajo interdisciplinario. Y, desde luego, está lo contextual, que exige considerar para cada obra el entorno inmediato y por supuesto el clima, paisajes y tradiciones de la ciudad.

La lucha de Marx, dice Bermudo (p.117), es contra la enajenación y el fetichismo (veneración excesiva) propios del capitalismo. Sin embargo, los resultados en este sentido en los países socialistas -y en la arquitectura- dejan mucho que desear. No queda mas que educar a los compradores… y a los arquitectos. Como señala Pallasmaa hay que mostrar los edificios en su contexto paisajístico, cultural y social, y no como objetos estéticos independientes, y encontrarse con la arquitectura y su lugar y no apenas verla  (p. 158 ). Y pensar en los primeros puestos mundiales de los países nórdicos en educación, economía, competitividad, derechos civiles, calidad de vida y desarrollo humano.

Columna publicada en el diario El País de Cali.  28.12.2017

09.12.2017 El arquitecto de la casa

A inicios del siglo XXI hay que hacer una arquitectura para la gente y no como si fuera para el poder. Durante siglos la gran arquitectura fue para tumbas, templos, castillos y palacios. Pero a partir de mediados del XX, con el Movimiento Moderno, lo es ya para viviendas, oficinas, comercio, y sedes educativas, culturales, recreacionales, deportivas, administrativas o para el transporte. Actualmente debe, además, reutilizar lo existente, ya que constituye un verdadero patrimonio construido y cultural; y ser más ética y menos estética, más técnica y un verdadero arte, no un espectáculo para engañar a compradores incultos o ingenuos, empresarios codiciosos y políticos oportunistas.

Igual es inaplazable que sea sostenible, mas no apenas de bajo consumo de energía y agua potable (incluso es mucho mejor que sea regenerativa) y no contaminante del aire, ríos y mares, y que sus materiales sean reciclables, sino fácil de adecuar y renovar en el futuro, para que se pueda utilizar durante largo tiempo sin agotar los recursos o causar grave daño al medio ambiente. Y que sea contextual, respetuosa del entorno pre existente, que agregue o mejore la ciudad, y no que la siga destruyendo al servicio de la especulación inmobiliaria con el suelo urbano, propiciada por la propiedad privada del mismo, olvidando su compromiso social, la que hay que neutralizar con el impuesto a la plusvalía.

Que en el trópico americano se entienda a fondo lo que significa de verdad no tener estaciones a lo largo del año, pero si periodos lluviosos o secos. El daño que la influencia norteamericana le ha hecho a las ciudades colombianas, por ejemplo, es, y sigue siendo, grande, precisamente por no considerar sus diferentes climas y paisajes ni las variables de su tradición arquitectónica traída del sur de España y aún menos las aborígenes. Una arquitectura que aquí sea mas iberoamericana que anglosajona; es decir que son sus referentes hispanomusulmanes los nos deben interesar y no las ultimas modas divulgadas por las frívolas revistas de “decoración” que no de arquitectura, las que aquí se acabaron.

Por eso en los talleres de proyectos de los programas de arquitectura, en los que se debe buscar su síntesis a través de ejercicios y no de proyectos inventados, se precisan maestros que practiquen el oficio, y con una obra importante que mostrar, pero los que cada vez son menos, apoyados por investigadores académicos con posgrados, los que afortunadamente son cada vez más. Pero todos concentrados en los problemas de una arquitectura sostenible y contextual con relación a su región, que aunque parezcan sencillos demandan nuevos conocimientos, y en la historia de nuestra arquitectura y ciudades y no sólo en temas rebuscados por mas interesantes que sean y menos aún si sólo lo parecen.

Por todo lo anterior es preciso que se abran en las universidades programas paralelos al de arquitectura (estudiantes sobran), como construcción, urbanismo, paisajismo, bioclimática, arquitectura de interiores, diseño de mobiliario, o diseño vial, con un ciclo básico común para todos, que les permita a los estudiantes escoger una carrera; y que la arquitectura profesional misma sea una maestría posterior, con muchos menos estudiantes que la carrera actual. En varios de estos aspectos la Escuela de Arquitectura y Diseño de América Latina y El Caribe, Isthmus, en Panamá y Chihuahua, es un buen ejemplo a seguir para formar arquitectos de casas no de pseudo palacios.

Columna publicada en el semanario virtual Caliescribe.com. 09.12.2017

02.12.2017 Arte, técnica, arquitectura

Del latín ars, artis, y este del griego téchnē, actualmente “arte” es la “manifestación de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros” pero también el “conjunto de preceptos y reglas necesarios para hacer algo. Del latín technicus, y este del griego technikós, derivado de téchnē 'arte', actualmente “técnica” es el “conjunto de procedimientos y recursos de que se sirve una ciencia o un arte” pero también es la “pericia o habilidad para usarla.” Y “arquitectura” del latín architectūra, es “el arte de proyectar y construir edificios”, mientras que “arquitecto”, del latín architectus, y este del griego architéktōn, “es la persona legalmente autorizada para profesar la arquitectura”.

Todo lo anterior según el Diccionario de la Lengua Española, DLE. Pero, además, Architéktön, del griego clásico arkhé (mando) y téktön (obra), es decir, el que manda en la obra, designa hoy a ese profesional, mezcla de artista y técnico, que proyecta edificios y espacios urbanos para el ser humano atento a su correcta construcción. El problema radica en que con el gran avance de la construcción este oficio necesariamente involucra a otros saberes profesionales, y los arquitectos cada vez son menos técnicos y a los ingenieros les falta algo de arte. El resultado es una arquitectura en la que el arte y la técnica están disociados y cada una va por su lado.

Esta arquitectura “egoísta” desde luego afecta estéticamente a la ciudad, la que necesariamente es un arte colectivo en el que lo importante es un horizonte edilicio de sectores homogéneos en los que sólo se destacaban, hasta el siglo XX, los edificios mas importantes. Y lo que mas riñe con dicha unidad son las alturas que no respetan el entorno, y peor cuando se les deja hacer enormes fachadas ciegas, esas “culatas” que caracterizan nuestras ciudad en crecimiento. Mayores alturas que no obedecen al propósito de densificar la ciudad sino que son pura codicia, a la que el Estado prefiere no controlar con el impuesto a la plusvalía, en este capitalismo extremo en el que nos encontramos que amenaza no solo las ciudades sino el planeta.

La esencia de la arquitectura es precisamente la confluencia en ella del arte y la técnica, las que, en últimas, vienen de téchnē. Como se puede leer en Wikipedia, téchnē era para los antiguos griegos la «producción» o «fabricación material» mediante la cual es posible transformar lo natural en artificial, incluyendo lo artístico (y por lo tanto a la arquitectura) y diferente a la prâxis, que es la acción propiamente dicha; y la diferenciaban de la ciencia, que pertenece al ámbito de la razón, mientras la téchnē incumbe al del entendimiento, en el sentido de conocimiento. En conclusión, se trata sencillamente de saber hacer algo bien.

Por eso la crisis actual de la arquitectura, iniciada a finales del siglo XX, es debida no solo a la separación del arte y la técnica, que lleva a que el arquitecto profesional tenga que recurrir a otros profesionales como ingenieros y especialistas que le permiten construir sus formas por mas caprichosas que sean, la llamada “arquitectura espectáculo”, sino a que estos arquitectos han dejado de lado las técnicas de la arquitectura misma -en tanto arte pero no sólo arte- como su funcionalidad y versatilidad, su correcto emplazamiento en según el clima y paisaje, su económica construcción, y sus formas pertinentes a su entorno inmediato como general.

Columna publicada en la revista virtual caliescribe.com. 02.12.2017