22.02.2018 Umwelt

El mundo subjetivo centrado en el propio organismo y diferente al nicho ecológico, como define el concepto de Umwelt el primatólogo y etólogo Frans de Waal (¿Tenemos suficiente inteligencia para entender la inteligencia de los animales?, 2016, p. 20) es algo que los arquitectos deberían conocer además del relieve, el clima, el paisaje, las tradiciones, los requerimientos, las normas y los recursos, para emprender el diseño de espacios para el ser humano. Debería ser claro que su antiquísimo oficio, ahora profesión, es interdisciplinario: biología, geografía e historia general y no apenas de los estilos, saberes que sorprendentemente están ausentes de los programas de arquitectura.

Ya el filósofo, economista, sociólogo e historiador agnóstico escocés, David Hume (1711-1776) había escrito hace dos siglos que: “A partir de la semejanza entre acciones externas de los animales y las que efectuamos nosotros, juzgamos que su interior se parece igualmente al nuestro; y en el mismo principio de razonamiento, llevado un paso más allá, nos llevará a concluir que, dado que nuestras acciones internas se parecen, las causas de las que se derivan también deben ser semejantes. Por lo tanto, cuando se adelante cualquier hipótesis para explicar una operación mental que es común a hombres y bestias, debemos aplicar la misma hipótesis a ambos.” (p. 303).

Pero, pese a las conclusiones científicas, el muro entre los animales y el ser humano persiste entre muchos, impidiendo sacar muy útiles conclusiones, por ejemplo en la arquitectura, precisamente. El caso es que ni siquiera saberes relacionados con su práctica, como la antropometría, que estudia las medidas del cuerpo del hombre, o la homeóstasis, que estudia su capacidad de mantener una condición interna estable compensando los cambios en su entorno mediante el intercambio regulado de materia y energía, o la Gestalt, que estudia los elementos que llegan a la mente a través de la percepción o de la memoria, son considerados en los programas de arquitectura.

Antes se aprendían sus nociones más básicas de los maestros que los identificaban a través de su experiencia, pero ahora ni siquiera se consideran a fondo las diferencias de género, las que se revuelven o confunden con las de sexo, ni tampoco las de edad, de niños a ancianos, ni las de movilidad. Lo que lleva a que, por ejemplo, la gran mayoría de los baños públicos estén mal diseñados; y ni se diga las rutas de evacuación, en las que sistemáticamente se pasa por alto que la gente, como cualquier animal, tiende a correr ante cualquier peligro, buscando salir por donde recuerda que entró; o las barandas que en lugar de barrotes tiene divisiones horizontales que invitan a los niños a trepar por ellas.

Tal parece que los artistas plásticos y los arquitectos vean mas detalles, detalles que sus clientes en general no detallan, lo que los diferencia de un verdadero mecenas, y se dejan llevar por preconceptos, como la moda, y los comentarios de sus familiares y amigos, pues todo el mundo opina y se cree arquitecto. Como señala Frans de Waal: “Una cosa es copiar a los otros en beneficio propio, y otra muy distinta es querer actuar como los demás. Esto último es el fundamento de la cultura humana” (p. 286). Todo un problema, pues sin clientes difícilmente se puede hacer arquitectura, por lo que tendrían que estar conscientes de que escogen una arquitectura y no un mandadero; una obra y no cómo hacer sus caprichos.

Columna publicada en el diario El País de Cali. 22.02.2018