07.03.2002 Las palabras de la arquitectura

En recuerdo del maestro Quevedo


Para la arquitectura premoderna, lo confirman muchos diccionarios especializados, existía un vocabulario extenso, rico, preciso, propio y bello. Para la actual se usa cada vez más un metalenguaje reducido, pobre, ambiguo, importado y feo.

Ignorando lo que es una epidermis los edificios ya no tienen fachadas sino "pieles". Ya no se coronan como reyes sino que se "rematan" como si fueran labor de costureras. Una columna es cualquier cosa y no solo la que conforma un orden, y muchos no la diferencian de un piederecho o pilar, de una pilastra (ya casi no las hay) o un machón y algunos ni siquiera -que escándalo- de una viga. Pocos saben qué es una rampa caballera o de caballería como si ya no se usaran. Creen que una fábrica es una industria y no un muro de mampuestos ¿o sillares? cuyo significado tampoco sospechan, y que las calles de una fachada son las que pasan enfrente de ella. Losa es cualquier entrepiso. Pero ciertos edificios ya no tienen entrepisos y ni siquiera losas sino "bandejas". Ignoran que es una crujía. Las cubiertas de tejas ya no son techumbres.

Los arquitectos ahora, contra toda evidencia, creen que usan "lenguajes" (mala traducción de formal vocabularies ) y no repertorios formales o sencillamente formas arquitectónicas. Cabe preguntarles que dicen pues el lenguaje precisamente permite dar mensajes y afirmar tesis, conceptos, valores, intenciones y hasta amenazas. No es de extrañar, pues, que los edificios y sus diferentes bloques y "torres" (todo para ellos son torres aun cuando casi nunca lo sean), que ya no son cuerpos, alas, naves ni pabellones, "dialoguen" entre sí. Y por supuesto lo hacen con "acentos".

¿Cómo pedirle a los arquitectos que consideren las ciudades tradicionales si no saben siquiera nombrar sus partes? Piensan que el paramento de una calle es solamente un límite y no el plano que la conforma con el piso (y el cielo), y las confunden con las vías. Cualquier cosa es ni siquiera una plazuela sino una plazoleta. Hijos de la violencia cultural de una modernidad mal entendida, que los volvió analfabetas (ya no leen, solo miran revistas), y recién urbanizados (es un decir) ¿cómo van a reconocer sus ancestros culturales? ¿cómo van a saber de los espacios urbanos de las ciudades pre existentes a su tonta utopía de que iban a construir todo de nuevo pero (estupidez devastadora) en el mismo sitio? Ante la imposibilidad de hacer nuevas ciudades solo pudieron destruir sus calles y cambiar (empobreciéndolo) su léxico de arquitectos.

La arquitectura en estos países ya no es una buena construcción que responde bien a su función, mediante formas gratas y a veces emocionantes, e implantada en espacios urbanos que ayuda a conformar, sino únicamente modas simples y pasajeras. Sólo se busca reproducir la imagen trucada de los edificios (sin ciudad ni vecinos, sin uso ni muebles, sin envejecer, sin clima ni paisaje ni tradiciones) que presentan las revistas y algunos conferencistas que acolitan conscientemente, o no, nuestra dependencia cultural. Imágenes que han reemplazado en la admiración de los jóvenes a los edificios y ciudades de verdad que simplemente no conocen o apenas han visto por fuera y a la carrera. Si hay algo que difícilmente se puede fotografiar es un espacio arquitectónico o urbano y mucho menos el ambiente que logra; es más fácil describirlo pero "belleza, poesía, embrujo, magia, encantamiento, sortilegio...serenidad, silencio, misterio, asombro, hechizo"  son palabras que poco se usan, como lo reclamó Luis Barragán al recibir el Prizker en 1980; o se las vuelve también moda.

Ildefonso Quevedo hijo y nieto de albañiles era de los de antes: amaba su saber y se divertía con él, y aunque no leía planos sí que sabia trazar edificios y nombrar sus partes y trabajos diferentes.

Columna publicada en el diario El País de Cali 07.03.2002