07.11.2002 A propósito de la Bienal de Arquitectura

Analizando los proyectos seleccionados, expuestos desde ayer en el vestíbulo de la Estación Central, tal parece que los arquitectos colombianos nos preocupamos mas de la apariencia de los edificios que de cómo conforman las ciudades. Inquieta que nuestra referencia común en Latinoamérica sean principalmente las revistas españolas, a pesar de las muy buenas que hay en algunos de estos países pero que son desconocidas en los demás. No nos interesan los problemas que compartimos ni sus soluciones, pero tampoco las ajenas: solo las imitamos. Ignoramos la arquitectura tradicional del mundo llamado subdesarrollado, generalmente maravillosa, pese a que compartimos antiquísimas tradiciones, climas, paisajes, problemas y recursos; ni nos interesa su arquitectura contemporánea. Obras significativas para nosotros, como la de Hassan Fathy en Egipto, Sir Geoffrey Bawa en Sri Lanka, Charles Correa y Raj Rewal en la India, Sedad Eldem en Turquía y muchos otros en Marruecos, Egipto y Corea, Singapore, Indonesia y también, por supuesto, en la misma Hispanoamérica y Colombia, no nos llaman la atención.

Pero tampoco conocemos bien la del Primer Mundo. Poco estudiamos esos edificios que imitamos y raramente conocemos su implantación y menos su devenir en esas lejanas ciudades que no frecuentamos. No buscamos variaciones pertinentes a nuestras circunstancias sino que calcamos sus formas, acostumbrados a que casi todo viene de un afuera del que, como en el mito de Platón, sólo vemos sus sombras. Productos de la transculturación, difícilmente la entendemos. Somos provincianos al tratar de evitarlo. Ignoramos que, como dijo Nicolás Gómez Dávila, el que se cree original sólo es ignorante. Nos entregamos al poder seductor de esas revistas exquisitas y costosas con sus bellas imágenes de edificios asépticos, sin uso, mojados previamente para que se reflejen en las fotografías, iluminados como sets y a propósito descontextualizados; sin estrenar, ni muebles, gente o vecinos. La arquitectura se volvió caprichosa y efectista, y como si fuera apenas para nuestro ego. Parece que sólo nos interesara como sale en las revistas o se ve en las bienales.

Los jurados no tienen otra opción que ver los edificios como un fenómeno puramente epidérmico y no volumétrico, espacial y ambiental. Difícilmente se pueden enterar del aspecto urbano, presente en casi todo proyecto arquitectónico, pues ni siquiera visitan la obras que premian. La mayoría de las fotografías en las que se basan son de volúmenes exteriores, que no espacios urbanos, y son escasas las de los interiores. No mostramos los edificios en sus contextos construidos pues difícilmente producen bonitas fotografías. El mejor para una calle –correcto, sencillo, discreto y relacionado con sus vecinos- no es el más llamativo para una bienal, revista, exposición, concurso o taller de diseño. Mirada del todo miope pues para valorar de verdad edificios y ciudades hay que recorrerlos y vivirlos. Para mostrarlos bien –y no solo sus mejores imágenes- hacen falta muchas fotos, maquetas, textos y planos a propósito, información que raramente se pide ni acepta

Impresiona lo superficiales que somos y nuestra falta de profesionalismo y cultura arquitectónica y de la otra. Nos dejamos llevar de apariencias y falsos conceptos estéticos promovidos por la gran industria transnacional para incrementar el consumo de sus productos. Confundimos lo simple con lo sencillo y lo complicado con lo complejo. Estamos dispuestos no solo a sacrificar la calidad de los ambientes para la vida, al comprometer espacios para lograr volúmenes, sino a olvidarnos de estos para lograr imágenes llamativas. Lo light de revistas, exposiciones y bienales esconde cada vez más la realidad agobiadora de nuestras ciudades. No creamos tradiciones si no que destruimos las que hay. Ignoramos la advertencia de Oscar Wilde: "Nada es tan peligroso como ser demasiado modernos. Queda uno expuesto a pasar de moda de repente." Lo que, aunque propio de la moda y no tan grave en los edificios, es letal para las ciudades.

Columna publicada en el diario El País de Cali 07.11.2002