¿Quién se acuerda de los edificios de las últimas olimpiadas, o
los pabellones de la última exposición universal o los premios de las últimas
bienales? Como dice Jaime Sarmiento (La arquitectura de moda, 2006) “La arquitectura ha dejado de ser un bien y se
ha convertido en una mercancía […] para el consumo.” Como la moda, la más
reciente se ha concentrado en la fachada y se volvió un asunto pasajero que
cambia con cada temporada y se diluye en el tiempo. Muchos nuevos edificios se
proyectan a partir de la imagen, concebidos mas para ser fotografiados que para
ser habitados. “Los edificios se han
convertido en objetos inertes, anodinos, indeterminados, arropados con
vestimentas llamativas, en los que lo importante es la envoltura, y no lo que
contienen en su interior” concluye Sarmiento.
Algunos arquitectos de finales del
siglo XIX y principios del XX, (Gottfried Semper o Adolf Loos, por ejemplo),
nos recuerda Sarmiento, habían establecido analogías entre el vestido y la
arquitectura. Su revestimiento se convirtió a partir de ahí en uno de sus
elementos más expresivos, aunque hasta finales del siglo XX continuaba
estrechamente relacionado con la oquedad que desde siempre han generado las
fachadas. Mármoles, piedras, tapia pisada, adobes, ladrillos y concreto, se
entrelazaban en el espacio modelando llenos y vacíos.
Pero actualmente las fachadas han sido remplazadas por “pieles” que las
mas de las veces están “muertas”, que envuelven como paquetes de regalo
espacios interiores que ya no importan, tendencia que comenzó en la década de
1980 con las fachadas del postmodernismo.
Y hoy, como dice Sarmiento, los
arquitectos de moda las hacen fabricar de casi cualquier cosa solo para llamar
la atención: celosías de cristal o madera de mentiras, gaviones, hormigón con grabados
de pinturas o fotografías; vidrio, mucho vidrio, esgrafiado con motivos varios
y teñido de colores ídem, planchas de titanio o metales cualesquiera y hasta
pantallas de plasma para anunciar cualquier publicidad.
Pero lo mas preocupante es que aquí casi siempre simplemente solo se
imitan sus seductoras imágenes divulgadas por las revistas dedicadas a
promocionar el consumo de esta arquitectura. En ellas lo que se destaca es su
imagen fotografiada, y la firma que la refrenda.
Como dice Sarmiento, ahora los
edificios tienen marca, una especie de impronta que los identifica, y se habla
de un “Nouvel”, “Ghery” o “Calatrava” como si se tratase de un BMW o un Mercedes. “Actualidad” que imitamos aquí
cada vez con mayor frecuencia pese a que ya es de penúltima moda. Penúltimas
modas que vemos, no en su casi siempre triste prematura vejes sino en sus
tramposas imágenes fotografiadas, en concursos, exposiciones y bienales, y en
los poco serios artículos de la prensa sobre el tema. Para peor de males, entre
nosotros, que nos importan mas los chismes de las personas que los hechos o las
ideas que piensan o protagonizan, como lo ha dicho claramente Marianne Ponsford
en días pasados en El Espectador, apenas se habla de los arquitectos que se
autopromocionan como de moda, pero casi nada se dice seriamente de la
arquitectura que en realidad necesitamos.