Columna publicada en el diario El País de Cali 03.08.2006
03.08.2006 ¿Y la arquitectura?
La revista Semana se ha preocupado por la arquitectura
y no apenas por la literatura, pintura, música y cine, lo que es poco usual en
nuestra prensa y por lo tanto elogiable. Pero lamentablemente lo ha hecho hasta
ahora solo con la de otras partes, y ni siquiera con la “mejor” en el mundo,
pero no con la mas interesante para nosotros. O nos a mostrando, como si fuera
propaganda pagada, la que a mala hora se ha puesto de moda en el país y que mas
parece como de otras partes que de aquí. O, mejor, que se parece a las imágenes
(que no arquitectura) que las actuales revistas españolas de arquitectura nos
“vende” a los latinoamericanos, y que replican las colombianas que las imitan.
Es indicativo de un hueco en nuestra cultura que entre
los mas de cien “símbolos” de Colombia que nos propone Semana en su reciente
Edición Especial (julio de 2006) no se incluya ningún edificio, pues incluso en
el texto dedicado a las murallas de Cartagena nada se habla de su arquitectura.
Ni siquiera se propuso la Catedral de Sal, que si bien no es propiamente un
edificio si es arquitectura. Y la explicación no debe ser muy distinta a la de
que Juan Valdez (Colombia es café nos dicen los de la Federación)
entendiblemente no lleve el costeñisimo sombrero vueltiao que supuestamente los
colombianos escogimos como símbolo de todo el país.
Pero si hay algo colombiano en Colombia son sus arquitecturas (como
muchos este es un país de regiones) por la sencilla razón de que si hay algo
que necesariamente se ciñe al lugar es la buena arquitectura. Desde las muy
tropicales casas de Cartagena, que la hacen una ciudad única (aunque ya
amenazada por su éxito), o las casas de hacienda del valle geográfico del alto
Cauca, con sus patios cruzados por acequias y abiertos a las brisas
refrescantes y a ese paisaje que tan bellamente describió Jorge Isaacs en
Maria, y con esa peculiar estructura híbrida, al menos las mas viejas, en la
que se junta el “embutido” indígena, en este caso gigante, con la tapia pisada
que trajeron los españoles del Mediterráneo. Como en Cañasgordas, en donde
sucede El Alférez Real de Eustaquio Palacios. No en vano el mudéjar se da aquí
dos siglos después de México o Perú por lo que deberíamos ya llamarlo mudéjar
colombiano.
Y está nada menos que la arquitectura de la
colonización antioqueña, muy cafetera por cierto, que se desplazó a lo largo de
las cordilleras cubriendo buena parte de ese medio país que es el andino. Y la
vernácula de la despoblada y abandonada costa pacifica, y la de los llanos y
selvas orientales, que retrata contundentemente La Vorágine de José Eustaquio
Rivera, que constituyen la otra mitad de Colombia. O las casas modernas, muchas
con patios, corredores y calados muy nuestros, que se hicieron a mediados del
siglo XX en Cali. Y desde luego la arquitectura de Rogelio Salmona, tan
pertinente a la luz, clima, vegetación y topografía de nuestras ciudades
andinas como heredera de nuestras tradiciones edilicias hispanoamericanas tanto
precolombinas como mudéjares, pero que también ha sabido reconocer las fuertes
diferencias regionales, como en su estupenda Casa de Huéspedes Ilustres en
Cartagena.