Toda una generación de arquitectos y diseñadores
europeos como Pierre Chareau y Richard Neutra, y Walter Gropius y sus colegas
de la Bauhaus, entre 1919 y 28, como Marcel Breuer y Ludwig Mies van der Rohe,
terminaron en Estados Unidos por culpa de Hitler y para desgracia de su
arquitectura, inclu-yendo la maravillosa y precursora de Frank Lloyd Wrigth,
como lo denun-cia Tom Wolfe en su From Bauhaus to Our House. Pero el más
influyente, para bien pero sobre todo para mal, sería Charles-Ëdouard Jeanneret
quien no perteneció a la Bauhaus. Le Corbusier, nombre con el que se dio a
conocer al mundo, dijo hacia 1938 que en la construcción moderna se podía
encontrar el acuerdo entre paisaje, clima y tradición. Pero sus seguidores,
tergiversando y trivializando sus ideas, empedraron las ciudades del Tercer
Mundo con sus ilusiones. Una arquitectura sin arte y ya sin artesanía las rodeó
rápidamente de ensanches de clases medias, enormes invasiones de pobres y
suburbios de ricos con frecuencia igual de pobres por lo miserable de su
estética. Los edificios vanamente modernos que se levantaron por montones en
estos países, destruyeron justamente sus pequeños y frágiles centros
tradicionales, taparon el paisaje con sus "torres" innecesariamente
altas y habitadas y, en lugar de resolver el clima con arquitectura,
recurrieron al aire acondicionado, cuyo encuentro con las escaleras mecánicas
dio como fruto, a juicio del famoso arquitecto holandés Rem Koolhaas, la arquitectura
de la últimas décadas. Racionalmente la modernización quería compartir con
todos las bondades del avance científico-técnico pero, como dice Koolhaas, su
catastrófica apoteosis fue ese colosal manto de espacio chatarra que cubre la
Tierra pues hemos construido tanto como en toda la historia anterior.
Al
principio se comenzó a cambiar la construcción tradicional por una arquitectura
moderna en sus técnicas y funciones pero historicista en sus formas, que
sustituyó con edificios, más altos, las viejas casas de los centros de las
ciudades. Para 1940 se divulgó el Art-Deco y el Spanish de la Costa Oeste y la
Florida (conocido en Colombia como español californiano) que coincidiría con la
arquitectura neocolonial impulsada desde la primera Exposición Universal de
Sevilla, en 1929. Hacia mediados del siglo se contrataron en muchas partes
urbanistas de unos Estados Unidos vencedores en la II Guerra Mundial. Ideas asociadas a lo norteamericano y lo
moderno fueron superpuestas a nuestras ciudades tradicionales (al contrario de
Europa donde solo tuvieron cabida en los suburbios) y sus promotores lograron
hacerlas identificar con el "progreso" para legitimar sus intereses
comerciales. No es casualidad que en el Tercer Mundo estén las poquísimas ciudades
modernas, como Chandigarh diseñada por Le Corbusier en 1950; Brasilia, en 1957
por Lucio Costa (la ciudad) y Oscar Niemeyer (sus principales edificios), donde
se pusieron en práctica masivamente el urbanismo y la arquitectura modernas
como un atajo hacia la modernización de un país; Islamabad, en 1965, de Louis
Khan; y Abuja en Nigeria y Dodoma en Tanzania, ambas de 1975. Y que fueran
iniciativas faraónicas de gobernantes fuertes como Juscelino Kubitschek, gestor
de Brasilia y de la modernización de Belo Horizonte.
Ahora,
en general, los arquitectos se preocupan es de la moda. Inquieta que su gusto
común, al menos en Latinoamérica, sea solo el de las revistas españolas pues no
se preocupan por la arquitectura diferente a la del mundo llamado desarrollado,
pese a que compartimos con ella antiquísimas tradiciones, climas, paisajes y
problemas y recursos. No buscamos variaciones para nuestras circunstancias sino
que calcamos las formas novedosas que nos llegan de las metrópolis,
acostumbrados a que casi todo viene de afuera. Nos dejamos llevar fácilmente de
modas, apariencias y falsos conceptos estéticos promovidos por la gran
industria transnacional para incrementar el consumismo. El gusto de los
individuos ya no es el de sus clanes y tribus sino el de sus imágenes
importadas. La ciudad, entre nosotros, pasó de ser una obra de arte colectivo
para vivir -como lo fueron casi todas las tradicionales durante cientos años y
muchas lo siguen siendo renovadamente- a ser solo asentamientos para ver el
mundo por la TV.
Columna publicada en el diario El País de Cali. 25.10.2001