10.01.2000 La arquitectura y la ciudad

El hombre, en un esfuerzo por conquistar la eternidad y asegurar un lugar en el cosmos, da inicio a la arquitectura. A la tumba se le suman el templo, la fortaleza y el palacio. Las casas y las villas. Aparece la ciudad y luego los edificios de gobierno, las cárceles, los mercados... las estaciones, los aeropuertos, los museos y los centros de servicios (convenciones, exposiciones, comercio, etc.) En fin, las unidades de vivienda. Por eso, los edificios -como recuerda Walter Benjamin- han acompañado a la humanidad desde el inicio. En la medida en que la necesidad de alojamiento es permanente, la arquitectura no se ha interrumpido nunca, a diferencia de otras artes que han aparecido y desaparecido después. Como tampoco se ha detenido el crecimiento de las ciudades, sin las cuales sería imposible la vida hoy. La arquitectura (y la ciudad) en palabras del famoso arquitecto italiano Aldo Rossi, es connatural a la formación de la civilización y un hecho permanente, universal y necesario, que busca un ambiente más propicio para la vida al tiempo que una intencionalidad estética. Íntimamente relacionada con la sociedad y la naturaleza, es diferente y tiene una originalidad con respecto a todo otro arte o ciencia.
La arquitectura y la ciudad deben ser construibles y habitables, y artísticas, es decir, significativas, emocionantes y evocadoras. Los edificios no existen solos sino que conforman espacios urbanos públicos con sus vecinos. Calles y plazas, en la ciudad tradicional, e informes zonas verdes o libres, cruzadas por vías, en la actual. Antes, solo se destacaban los monumentos fueran edificios o espacios urbanos. Hoy, debido al acelerado y reciente desarrollo de materiales y sistemas constructivos, las formas arquitectónicas han cambiado tanto y, sobre todo tan rápido, que se acabó la homogeneidad de los barrios e incluso la de las propias calles. Ahora las ciudades están conformadas por un sinnúmero de edificios de todos los tamaños, funciones, formas y colores, cambiando la unidad, que las identificaba, por el aburridor caos de los suburbios, común ahora a casi todas. Solo se salvan algunos centros históricos diferentes entre si pues obedecen a lugares con historia, paisaje y clima determinados.

Por esto la ciudad, en tanto que artefacto, deberá volver a ser más importante que el edificio, a menos de que este sea un nuevo monumento. Como ya dijo el historiador y crítico norteamericano Lewis Munford, la ciudad es una obra de arte colectivo, en tanto el edificio común es apenas un proyecto individual y, solo pocas veces, también una obra de arte. En las partes modernas de la ciudad casi todo pretende ser monumental; ya no hay un coro con solistas sino enormes algarabías, que, en el caso de las ciudades latinoamericanas, que son tan grandes y tan nuevas, ahogan sus pequeños y rudimentarios centros históricos, que en casi todas han sido muy alterados y en algunas, como en Cali, ya desaparecieron del todo.
La arquitectura, expresión colectiva e individual, es, con la lengua, la mayor manifestación de una cultura. De cada época y de siempre, de cada lugar y de todos los lugares. Mientras no cambien las leyes físicas que regulan la construcción y uso de los espacios arquitectónicos y urbanos en el planeta, y la especie humana no sufra una mutación, es posible pensar que -parafraseando al conocido lingüista Noam Chomski cuando afirma que los niños no aprenden a hablar sino que saben hablar, igual que los pájaros que no aprenden a volar sino que saben volar- el hombre sólo puede construir, usar y disfrutar unos pocos tipos de espacio construido. Pero a partir de ellos ha podido, mediante su creatividad y la transculturación, crear toda la maravillosa arquitectura de las ciudades que conocemos. Así, hacer buena arquitectura hoy no es más que, como siempre, hacer modernizaciones que permitan nuevas maneras de percibir y disfrutar las arquitecturas y las ciudades. Ciudades que tienen que conjugar necesariamente lo moderno con lo premoderno en ese palimpsesto que son ahora las ciudades, y, cada vez, más los edificios.

Columna publicada en el diario El Pais de Cali. 10.01.2000

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