La arquitectura además de emociones y sensaciones, sin
duda comunica efectos, tanto concretos como abstractos. Hace a otros partícipes
de las sorpresas de una construcción, o les muestra su magia, o les hace saber
informaciones útiles. Para comenzar, señala sucintamente en dónde está su
entrada principal, al tiempo que comunica en abstracto la importancia y
carácter del edifico o casa al que se entra por un zaguán o un vestíbulo.
Los vanos, como el de la entrada, que en la
arquitectura culta ya tienen, además de una función física, el propósito
deliberado de emocionar y comunicar, pasan a ser de primer orden. Al punto de
que se pueden representar todos los estilos de la arquitectura occidental sólo
con el esquema de la forma de sus vanos característicos, pese a que constructivamente
son apenas variaciones de un arco o de un dintel con sus respectivos apoyos.
Un par de pilonos para la arquitectura egipcia, dos
columnas y un dintel para la griega, un arco de medio punto para la romana, uno
apuntado para la gótica, uno de herradura para la islámica (aun cuando lo sea
más para la hispanomusulmana), un vano romano seguido de uno griego para la
renacentista, uno con pechinas (si es que no se cae) para la barroca,
cualquiera de los anteriores pero simplificado para la neoclásica, un simple
vano rectangular para la moderna, y finalmente un vidrio para la actual, con lo
que desaparece la magia y queda el truco.
Pero igualmente la arquitectura incluso muestra,
discreta pero concretamente, dónde están los baños en el vestíbulo, y no tener
que preguntar, pero sin que se vean sus sanitarios, pues los lavamanos podrían
estar afuera, como en las fincas de antes, pero con la condición de que no lo
parezcan demasiado. Y dónde está la escalera pero en este caso comunicando
además la expectativa abstracta de la emoción de subir o bajar, la que se
perdió con los elevadores a menos de que tengan ventanas.
Y de la misma manera la arquitectura comunica la
emoción de lo que se puede encontrar al entrar a un recinto, por ejemplo a una
iglesia en donde unos encuentran a Dios y los ateos su belleza y paz. O al
salir a un balcón o una terraza, o caminando a lo largo de un corredor abierto
a un costado, y ni se diga al subir a un azotea para otear el horizonte, o
entrar a un patio para descubrir que el Cielo puede estar en la Tierra.
Y antes que todo, el volumen de un edificio, y en él la
cubierta, comunican la importancia de sus espacios, y la discreción o el
espectáculo de sus fachadas deja saber si se trata de un monumento o no.
Incluso devela si su intención fue meramente política o en función también de
la polis, o solamente esta. Si lo importante es su arte o su técnica, o, como
debe ser, las dos, juntas y revueltas como en la mejor arquitectura.
Pero hay edificios que no comunican nada y hay que
llenarlos de indiscretos letreros indicando sus diferentes espacios y su
importancia, su entrada y su salida y por supuesto las rutas de evacuación
aunque sean las mismas (son las normas); o que no logran esconder el mal uso de
la técnica que sostiene el espectáculo de sus innecesarios voladizos o su
innecesaria altura, o sus inconvenientes fachadas inclinadas o sus complicadas
aristas o sus insulsos vidrios ad nauseam, que sólo comunican la tontería de su
arquitectura.
Columna publicada en el diario El País de Cali. 10.04.2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario