La arquitectura es
un oficio, es decir una ocupación habitual y profesional, centrada
en el arte y la técnica de
proyectar espacios para la vida humana, que se puedan construir económicamente,
y sean sostenibles, habitables, funcionales, confortables, seguros y
emocionantes, y que además se puedan adecuar a nuevas circunstancias y renovar
con facilidad para que duren lo mas posible y, si es del caso, reciclar con la
menor perdida de materiales, componentes
y elementos. Técnicas, pues son varias, que son la aplicación
de algunas ciencias pero con
sentido artístico, es decir con una visión personal de lo proyectado, mediante
recursos plásticos, sonoros y táctiles, y no apenas ocuparse de su estética, que es lograr
que su aspecto también sea bello y elegante. Edificios que generan volúmenes que conforman los
espacios urbanos privados y públicos de las ciudades, y por eso es que estas
son obras de arte colectivo, como ya muchos han dicho hace años pero que entre
nosotros pocos han entendido y ni siquiera visto, y de ahí lo fea en que hemos
convertido a Cali.
La buena arquitectura depende de los
buenos clientes y no apenas de buenos arquitectos. A estos los mejora, y
transforma al promotor en un “committente” al que le importa la arquitectura. Que es lo que deberían
ser en primera instancia los alcaldes de
las ciudades, como lo fueron antes repetidamente y de primer orden faraones,
reyes, príncipes y califas, al punto de ser casi sinónimos de mecenas. Como Pascal Maragall y su trasformación de Barcelona de la mano
del arquitecto Oriol Bohigas con el pretexto de los Juegos Olímpicos de 1992. Pero igualmente los ciudadanos comunes deben estar
enterados de las ciudades en tanto artefactos y de ahí la importancia de la
exposición sobre la obra de Rogelio Salmona que se inaugura esta noche en La
Tertulia. Para él la arquitectura y el espacio urbano siempre fueron
inseparables, y desde sus primeros edificios buscó hacer ciudades para la
gente, y en sus grandes proyectos residenciales proponía espacios urbanos
jerarquizados como siempre lo fueron desde que las ciudades occidentales se
conformaron hace cerca de diez milenios en Mesopotamia.
Para Salmona la ciudad es civilización pero, como él lo dijo, las colombianas se han construido y
destruido varias veces en un tiempo demasiado corto. Por eso entendió que
los edificios con frecuencia deben ceder su protagonismo a construcciones y
espacios preexistentes, y en sus proyectos, con la entendible excepción de las
casas, los primeros pisos son abiertos, consecuentemente con su lucha contra la creciente privatización de nuestro
espacio público. En todos insiste en la permanencia de lo urbano pero
invariablemente ennoblece con sus edificios las ciudades en donde interviene,
poniendo la mejor arquitectura del país al servicio de sus ciudadanos comunes
para que habiten con dignidad, poesía y placer.
Esto convierte su práctica en una ética de la arquitectura, crucial en
nuestra incipiente sociedad urbana y urgente en nuestras maltrechas ciudades.
Su obra responde a la geografía e historia del país y
es inconfundible en la medida en que conforma ciudad, abriendo un nuevo
camino a la arquitectura colombiana, y que deberían estudiar mas nuestras
escuelas de arquitectura.
Columna publicada en el diario El País de Cali. 05.05.2011
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