Hasta hace un siglo nuestras ciudades se
conformaban sobre una traza mas o menos ortogonal, definida con antelación,
repitiendo unas pocas tipologías edilicias que evolucionaban lentamente. Los
monumentos eran solo iglesias y conventos, y mas que arquitectos hubo
constructores. Ahora abundan pero poco saben construir y diseñan toda clase
edificios como si fueran monumentos. Sus voladizos, alturas y retranqueos
caprichosos no consideran su entorno, olvidando que la belleza de las calles
estriba en la homogeneidad de sus paramentos, e incluso modifican hasta los
andenes. Antes construían al tiempo edificio y ciudad pero ahora apenas les
preocupa que el edificio sea espectacular. Como dice Rem Koolhaas, “el resultado es un espacio chatarra aunque cada una de
sus partes sea un brillante invento” (Junk
Space, 2001).
Admiramos
los centros históricos, como los de Cartagena o Popayán, o lo que queda de
ellos, como la Candelaria en Bogotá o San Antonio en Cali, pese a que como dice
Koolhaas son lo más renovado, modificado y falso que tienen las
ciudades (La Ciudad Genérica, 2002),
pues no obstante son una suma de edificios que conforman calles y plazas con un
mínimo de homogeneidad (igual que en el moderno
Centro Internacional de Bogotá, caso único en el país), y
de allí su belleza ya que el arte es ilusión y, como
escribió Aldo Rossi, “no existe ninguna posibilidad de invención tipológica si
admitimos que ésta se conforma mediante un largo proceso en el tiempo, y que
está en un complejo vinculo con la ciudad y la sociedad” (La arquitectura de la ciudad, 1971).
De
ahí que el remedio de lo que llamamos espacio público (pese a que lo
privatizamos subiendo los carros a los andenes, construyendo en los
antejardines o cerrando los pórticos), resultó peor. Como sólo podemos
intervenir su suelo, pues los edificios que lo conforman son privados, no
perdemos tiempo en considerar su espacio y saturamos su superficie de “diseño”
con escalones, bancas, materas, mogadores, alcorques, despiece de suelos,
espejos de agua, taludes y demás, aumentando su desorden visual y olvidando su
sencillez de siempre que facilita su uso y mantenimiento. Es urgente regresar a
que la ciudad sea mas importante que sus edificios comunes y limitar el número
de los que deben ser monumentales, y enseñar a componer edificios que se sumen
a lo pre existente a través del espacio urbano que conforman.
Fue
la preocupación constante de Rogelio Salmona pues "destruir la ciudad es
destruir la civilización" (Revista Politeia Nº 17, 1995), y de ahí que
para él “hacer arquitectura en Colombia implica buscar –ojalá encontrar- la
confluencia entre geografía e historia” (Entre
la mariposa y el elefante, 2003). Desde los apartamentos de El Polo, de
1962, hasta el Centro Cultural García
Márquez en Bogotá, de 2008, pasando por el Archivo General de la Nación (1989)
y la Nueva Santa Fe (1983), o la FES (1987), hoy Centro Cultural de Cali, es
evidente la búsqueda de que los espacios urbanos que conforman sean públicos.
Lo que logra magistralmente en las Torres del Parque (1970), la sede de la SCA
(1974 ) y el Museo de Arte Moderno de Bogotá (1979), en cada uno y entre todos
ellos a través del Parque de la Independencia, que había rediseñado en 1969.
Columna publicada en el diario El País de Cali. 03.03.2011
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